EL PRIMER VIAJE A LAS INDIAS (RELACIÓN COMPENDIADA POR FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS)
Este es el primer viaje y las derrotas y
camino que hizo el Almirante don Cristóbal Colón cuando descubrió las
Indias, puesto sumariamente, sin el prólogo que hizo a los Reyes, que va
a la letra y comienza de esta manera: In Nomine Domini Nostri Jesu
Christi.
Porque, cristianísimos y muy altos y muy excelentes y muy
poderosos Príncipes, Rey y Reina de las Españas y de las islas de la
mar, Nuestros Señores, este presente año de 1492, después de Vuestras
Altezas haber dado fin a la guerra de los moros que reinaban en Europa y
haber acabado la guerra en la muy grande ciudad de Granada, adonde este
presente año a dos días del mes de enero por fuerza de armas vi poner
las banderas reales de Vuestras Altezas en las torres de la Alhambra,
que es la fortaleza de la dicha ciudad y vi salir al rey moro a las
puertas de la ciudad y besar las reales manos de Vuestras Altezas y del
Príncipe mi Señor, y luego en aquel presente mes, por la información que
yo había dado a Vuestras Altezas de las tierras de India y de un
Príncipe llamado Gran Can (que quiere decir en nuestro romance Rey de
los Reyes), como muchas veces él y sus antecesores habían enviado a Roma
a pedir doctores en nuestra santa fe porque le enseñasen en ella, y que
nunca el Santo Padre le había proveído y se perdían tantos pueblos
creyendo en idolatrías o recibiendo en sí sectas de perdición, Vuestras
Altezas, como católicos cristianos y Príncipes amadores de la santa fe
cristiana y acrecentadores de ella, y enemigos de la secta de Mahoma y
de todas idolatrías y herejías, pensaron de enviarme a mí, Cristóbal
Colón, a las dichas partidas de India para ver a los dichos príncipes, y
los pueblos y tierras y la disposición de ellas y de todo, y la manera
que se pudiera tener para la conversión de ellas a nuestra santa fe; y
ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se acostumbra
de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde hasta hoy no
sabemos por cierta fe que haya pasado nadie. Así que, después de haber
echado fuera todos los judíos de vuestros reinos y señoríos en el mismo
mes de enero mandaron Vuestras Altezas a mí que con armada suficiente me
fuese a las dichas partidas de India; y para ello me hicieron grandes
mercedes y me ennoblecieron que dende en adelante yo me llamase Don, y
fuese Almirante Mayor de la Mar Océana y Virrey y Gobernador perpetuo de
todas las islas y tierra firme que yo descubriese y ganase, y de aquí
en adelante se descubriesen y ganasen en la Mar Océana, y así me
sucediese mi hijo mayor, y así de grado en grado para siempre jamás. Y
partí yo de la ciudad de Granada a doce días del mes de mayo del mismo
año de 1492, en sábado. Vine a la villa de Palos, que es puerto de mar,
adonde armé yo tres navíos muy aptos para semejante hecho, y partí del
dicho puerto muy abastecido de muy muchos mantenimientos y de mucha
gente de la mar, a tres días del mes de agosto del dicho año, en un
viernes, antes de la salida del sol con media hora, y llevé el camino de
las islas de Canaria de Vuestras Altezas, que son en la dicha Mar
Océana, para de allí tomar mi derrota y navegar tanto que yo llegase a
las Indias, y dar la embajada de Vuestras Altezas a aquellos Príncipes y
cumplir lo que así me habían mandado; y para esto pensé de escribir
todo este viaje muy puntualmente de día en día todo lo que hiciese y
viese y pasase, como adelante se vera. También, Señores Príncipes,
allende de escribir cada noche lo que el día pasare, y el día lo que la
noche navegare, tengo propósito de hacer carta nueva de navegar, en la
cual situaré toda la mar y tierras del Mar Océano en sus propios
lugares, debajo su viento, y más, componer un libro, y poner todo por el
semejante por pintura, por latitud del equinoccial y longitud del
Occidente; y sobre todo cumple mucho que yo olvide el sueño y tiente
mucho el navegar, porque así cumple, las cuales serán gran trabajo.
Viernes, 3 de agosto
Partimos viernes tres días de agosto de 1492 de la barra de
Saltés, a las ocho horas. Anduvimos con fuerte virazón hasta el poner
del sol hacia el Sur sesenta millas, que son quince leguas; después al
Sudoeste y al Sur cuarta del Sudoeste, que era el camino para las
Canarias.
Sábado, 4 de agosto
Anduvieron al Sudoeste cuarta del Sur.
Domingo, 5 de agosto
Anduvieron su vía entre día y noche más de cuarenta leguas.
Lunes, 6 de agosto
Saltó o desencajóse el gobernario a la carabela Pinta,
donde iba Martín Alonso Pinzón, a lo que se creyó y sospechó por
industria de un Gómez Rascón y Cristóbal Quintero, cuya era la carabela,
porque le pesaba ir en aquel viaje; y dice el Almirante que antes de
que partiese habían hallado en ciertos reveses y grisquetas como dicen, a
los dichos. Viose allí el Almirante en gran turbación por no poder
ayudar a la dicha carabela sin su peligro, y dice que alguna pena perdía
con saber que Martín Alonso Pinzón era persona esforzada y de buen
ingenio. En fin, anduvieron entre día y noche veintinueve leguas.
Martes, 7 de agosto
Tornóse a saltar el gobernalle a la Pinta, y adobáronlo y
anduvieron en demanda de la isla del Lanzarote, que es una de las islas
de Canarias, y anduvieron entre día y noche veinticinco leguas.
Miércoles, 8 de agosto
Hubo entre los pilotos de las tres carabelas opiniones
diversas dónde estaban, y el Almirante salió más verdadero; y quisiera
ir a Gran Canaria por dejar la carabela Pinta, porque iba mal
acondicionada del gobernario y hacía agua, y quisiera tomar allí otra si
la hallara. No pudieron tomarla aquel día.
Jueves, 9 de agosto 12
Hasta el domingo en la noche no pudo el Almirante tomar la
Gomera, y Martín Alonso quedóse en aquella costa de Gran Canaria por
mandado del Almirante, porque no podía navegar. Después tornó el
Almirante a Canaria, y adobaron muy bien la Pinta con mucho trabajo y
diligencias del Almirante, de Martín Alonso y de los demás; y al cabo
vinieron a la Gomera. Vieron salir gran fuego de la sierra de la isla de
Tenerife, que es muy alta en gran manera. Hicieron la Pinta redonda,
porque era latina ; tornó a la Gomera domingo a dos de septiembre con la
Pinta adobada.
Dice el Almirante que juraban muchos hombres honrados
españoles que en la Gomera estaban con doña Inés Peraza, madre de
Guillén Peraza, que después fue el primer Conde de la Gomera, que eran
vecinos de la isla de Hierro, que cada año veían tierra al Oeste de las
Canarias, que es al Poniente; y otros de la Gomera afirmaban otro tanto
con juramento. Dice aquí el Almirante que se acuerda que estando en
Portugal el año 1484 vino uno de la isla de Madera al Rey a le pedir una
carabela para ir a esta tierra que veía, la cual juraba que cada año la
veía y siempre de una manera. Y también dice que se acuerda que lo
mismo decían en las islas de los Azores y todos éstos en una derrota y
en una manera de señal y en una grandeza.Tomada, pues, agua y leña y
carnes y lo demás que tenían los hombres que dejó en la Gomera el
Almirante cuando fue a la isla de Canaria a adobar la carabela Pinta,
finalmente se hizo a la vela de la dicha isla de la Gomera con sus tres
carabelas jueves a seis días de septiembre.
Jueves, 6 de septiembre
Partió aquel día por la mañana del puerto de la Gomera y
tomó la vuelta para ir a su viaje. Y supo el Almirante de una carabela
que venía de la isla del Hierro que andaban por allí tres carabelas de
Portugal para lo tomar: debía ser la envidia que el Rey tenía por
haberse ido a Castilla. Y anduvo todo aquel día y noche en calma, y a la
mañana se halló entre la Gomera y Tenerife.
Viernes, 7 de septiembre
Todo el viernes y el sábado, hasta tres horas de noche, estuvo en calma.
Sábado, 8 de septiembre
Tres horas de noche sábado comenzó a ventear Nordeste, y
tomó su vía y camino al Oeste.Tuvo mucha mar por proa. que le estorbaba
el camino; y andaría aquel día nueve leguas con su noche.
Domingo, 9 de septiembre
Anduvo aquel día diecinueve leguas, y acordó contar menos
de las que andaba, porque si el viaje fuese luengo no se espantase y
desmayase la gente. En la noche anduvo ciento veinte millas; a diez
millas por hora, que son treinta leguas. Los marineros gobernaban mal,
decayendo sobre la cuarta del Nordeste, y aun a la media partida: sobre
lo cual les riñó el Almirante muchas veces.
Lunes, 10 de septiembre
En aquel día con su noche anduvo sesenta leguas, a diez
millas por hora 21, que son dos leguas y media; pero no contaba sino
cuarenta y ocho leguas, porque no se asombrase la gente si el viaje
fuese largo.
Martes, 11 de septiembre
Aquel día navegaron a su vía, que era el Oeste, y
anduvieron veinte leguas y más, y vieron un gran trozo de mástil de nao,
de ciento y veinte toneles, y no lo pudieron tomar. La noche anduvieron
cerca de veinte leguas, y contó no más de dieciséis por la causa dicha.
Miércoles, 12 de septiembre
Aquel día, yendo su vía, anduvieron en noche y día treinta y tres leguas, contando menos por la dicha causa.
Jueves, 13 de septiembre
Aquel día con su noche, yendo a su vía, que era al Oeste,
anduvieron treinta y tres leguas, y contaba tres o cuatro menos. Las
corrientes le eran contrarias. En este día, al comienzo de la noche, las
agujas noroesteaban, y a la mañana noroesteaban algún tanto.
Viernes, 14 de septiembre
Navegaron aquel día su camino al Oeste con su noche y
anduvieron veinte leguas; contó alguna menos. Aquí dijeron los de la
carabela Niña que había visto un garjao y un rabo de junco; y estas aves
nunca se apartan de tierra, cuando más, veinticinco leguas.
Sábado, 15 de septiembre
Navegó aquel día con su noche veintisiete leguas su camino
al Oeste y algunas más. Y en esta noche al principio de ella vieron caer
del cielo un maravilloso ramo de fuego en la mar, lejos de ellos cuatro
o cinco leguas
Domingo, 16 de septiembre
Navegó aquel día y la noche a su camino al Oeste. Andarían
treinta y nueve leguas, pero no contó sino treinta y seis. Tuvo aquel
día algunos nublados, lloviznó. Dice aquí el Almirante que hoy y siempre
de allí adelante hallaron aires temperantísimos, que era placer grande
el gusto de las mañanas, que no faltaba sino oír ruiseñores. Dice él: «y
era el tiempo como por abril en el Andalucía». Aquí comenzaron a ver
muchas manadas de hierba muy verde que poco había, según le parecía, que
se había desapegado de tierra, por lo cual todos juzgaban que estaban
cerca de alguna isla; pero no de tierra firme, según el Almirante, que
dice: «porque la tierra firme hago más adelante».
Lunes, 17 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste, y andarían en día y noche
cincuenta leguas y más. No asentó sino cuarenta y siete. Ayudábales la
corriente. Vieron mucha hierba y muy a menudo, y era hierba de peñas, y
venía la hierba de hacia Poniente. Juzgaban estar cerca de tierra.
Tomaron los pilotos el Norte marcándolo, y hallaron que las
agujas noroesteaban una gran cuarta, y temían los marineros y estaban
penados y no decían de qué. Conociólo el Almirante; mandó que tornasen a
marcar el Norte en amaneciendo, y hallaron que estaban buenas las
agujas. La causa fue porque la estrella que parece hace movimiento, y no
las agujas. En amaneciendo, aquel lunes, vieron muchas más hierbas y
que parecían hierbas de ríos, en las cuales hallaron un cangrejo vivo,
el cual guardó el Almirante. Y dice que aquellas fueron señales ciertas
de tierra, porque no se hallan ochenta leguas de tierra. El agua de la
mar hallaban menos salada desde que salieron de las Canarias; los aires
siempre más suaves. Iban muy alegres todos y los navíos quien más podía
andar andaba por ver primero tierra. Vieron muchas toninas, y los de la
Niña mataron una. Dice aquí el Almirante que aquellas señales eran del
Poniente, «donde espero en aquel alto Dios, en cuyas manos están todas
las victorias, que muy presto nos dará tierra». En aquella mañana dice
que vio un ave blanca que se llama rabo de junco que no suele dormir en
la mar.
Martes, 18 de septiembre
Navegó aquel día con su noche, y andarían más de cincuenta y
cinco leguas, pero no asentó sino cuarenta y ocho. Llevaba todos estos
días mar muy bonanza, como en el río de Sevilla. Este día Martín Alonso,
con la Pinta, que era gran velera, no esperó, porque dijo al Almirante
desde su carabela que había visto gran multitud de aves ir hacia el
Poniente, y que aquella noche esperaba ver tierra y por eso andaba
tanto. Apareció a la parte del Norte una gran cerrazón, que es señal de
estar sobre la tierra.
Miércoles, 19 de septiembre
Navegó su camino, y entre día y noche andarían veinticinco
leguas, porque tuvieron calma. Escribió veintidós. Este día a las diez
horas, vino a la nao un alcatraz, y a la tarde vieron otro, que no suele
apartarse veinte leguas de tierra. Vinieron unos llovizneros sin
viento, lo que es señal cierta de tierra. No quiso detenerse
barloventeando el Almirante para averiguar si había tierra; más de que
tuvo por cierto que a la banda del Norte y del Sur había algunas islas,
como la verdad lo estaban, y él iba por medio de ellas. Porque su
voluntad era de seguir adelante hasta las Indias, «y el tiempo es bueno,
porque placiendo a Dios a la vuelta se vería todo»; éstas son sus
palabras... Aquí descubrieron sus puntos los pilotos: el de la Niña se
hallaba de las Canarias a cuatrocientas cuarenta leguas; el de la Pinta,
a cuatrocientas veinte; el de la donde iba el Almirante, a
cuatrocientas justas.
Jueves, 20 de septiembre
Navegó este día al Oeste cuarta del Noroeste y a la media
partida, porque se mudaron muchos vientos con la calma que había.
Andarían hasta siete u ocho leguas. Vinieron a la nao dos alcatraces y
después otro, que fue señal de estar cerca de tierra; y vieron mucha
hierba, aunque el día pasado no habían visto de ella. Tomaron un pájaro,
con la mano, que era como un garjao; era pájaro de río y no de mar: los
pies tenía como gaviota. Vinieron al navío, en amaneciendo, dos o tres
pajaritos de tierra cantando, y después, antes del sol salido,
desaparecieron. Después vino un alcatraz: venía del Oesnoroeste; iba al
Sudeste, que era señal que dejaba la tierra al Oesnoroeste, porque estas
aves duermen en tierra y por la mañana van a la mar a buscar su vida, y
no se alejan veinte leguas.
Viernes, 21 de septiembre
Aquel día fue todo lo más calma y después algún viento.
Andarían entre día y noche, de ello a la vía y de ello no, hasta trece
leguas. En amaneciendo, hallaron tanta hierba que parecía ser la mar
cuajada de ella, y venía del Oeste. Vieron un alcatraz. La mar muy llana
como un río y los aires los mejores del mundo. Vieron una ballena, que
es señal de que estaban cerca de tierra, porque siempre andan cerca
Sábado, 22 de septiembre
Navegó al Oesnoroeste más o menos, acostándose a una y otra
parte. Andarían treinta leguas. No veían casi hierba. Vieron unas
pardelas y otra ave. Dice aquí el Almirante: «Mucho me fue necesario
este viento contrario, porque mi gente andaban muy estimulados, que
pensaban que no ventaban estos mares vientos para volver a España. Por
un pedazo de día no hubo hierba; después, muy espesa.
Domingo, 23 de septiembre
Navegó al Noroeste y a las veces a la cuarta del Norte y a
las veces a su camino, que era el Oeste; y andaría hasta veintidós
leguas. Vieron una tórtola, y un alcatraz y otro pajarito de río y otras
aves blancas. Las hierbas eran muchas, y hallaban cangrejos en ellas. Y
como la mar estuviese mansa y llana, murmuraba la gente diciendo: que
pues por allí no había mar grande, que nunca ventaría para volver a
España; pero después alzóse mucho la mar y sin viento, que los
asombraba, por lo cual dice aquí el Almirante: "Así que muy necesario me
fue la mar alta, que no pareció salvo el tiempo de los judíos cuando
salieron de Egipto contra Moisén, que los sacaba de cautiverio."
Lunes, 24 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste día y noche, y andarían catorce
leguas y media. Contó doce. Vino al navío un alcatraz y vieron muchas
pardelas.
Martes, 25 de septiembre
Este día hubo mucha calma, y después ventó; y fueron su
camino al Oeste hasta la noche. Iba hablando el Almirante con Martín
Alonso Pinzón, capitán de la otra carabela Pinta, sobre una carta que le
había enviado tres días hacía a la carabela, donde según parece tenía
pintadas el Almirante ciertas islas por aquella mar. Y decía Martín
Alonso que estaban en aquella comarca, y decía el Almirante que así le
parecía a él; pero puesto que no hubiesen dado con ellas, lo debían de
haber causado las corrientes que siempre habían echado los navíos al
Nordeste, y que no habían andado tanto como los pilotos decían. Y,
estando en esto, dijo el Almirante que le enviase la carta dicha. Y,
enviada con alguna cuerda, comenzó el Almirante a cartear en ella con su
piloto y marineros. Al sol puesto, subió el Martín Alonso en la popa de
su navío, y con mucha alegría llamó al Almirante, pidiéndole albricias
que veía tierra. Y cuando se lo oyó decir con afirmación, el Almirante
dice que se echó a dar gracias a Nuestro Señor de rodillas, y el Martín
Alonso decía Gloria in excelsis Deo con su gente. Lo mismo hizo la gente
del Almirante; y los de la Niña subiéronse todos sobre el mástil y en
la jarcia, y todos afirmaron que era tierra. Y al Almirante así pareció y
que habría a ella veinticinco leguas. Estuvieron hasta la noche
afirmando todos ser tierra. Mandó el Almirante dejar su camino, que era
el Oeste, y que fuesen todos al Sudoeste, adonde había parecido la
tierra. Habrían andado aquel día al Oeste cuatro leguas y media, y en la
noche al Sudoeste diecisiete leguas, que son veintiuna, puesto que
decía a la gente trece leguas porque siempre fingía a la gente que hacía
poco camino porque no les pareciese largo; por manera que escribió por
dos caminos aquel viaje, el menor fue el fingido, y el mayor el
verdadero. Anduvo la mar muy llana, por lo cual se echaron a nadar
muchos marineros. Vieron muchos dorados y otros peces.
Miércoles, 26 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste hasta después de medio día. De
allí fueron al Sudoeste hasta conocer que lo que decían que había sido
tierra no lo era, sino cielo. Anduvieron día y noche treinta y una
leguas, y contó a la gente veinticuatro. La mar era como un río, los
aires dulces y suavísimos.
Jueves, 27 de septiembre
Navegó a su vía al Oeste. Anduvo entre día y noche
veinticuatro leguas; contó a la gente veinte leguas. Vinieron muchos
dorados; mataron uno. Vieron un rabo de junco.
Viernes, 28 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste, anduvieron día y noche con
calma catorce leguas; contaron trece. Hallaron poca hierba; tomaron dos
peces dorados, y en los otros navíos más.
Sábado, 29 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste. Anduvieron veinticuatro
leguas; contó a la gente veintiuna. Por calmas que tuvieron, anduvieron
entre día y noche poco. Vieron un ave que se llamaba rabihorcado, que
hace vomitar a los alcatraces lo que comen para comerlo ella, y no se
mantiene de otra cosa. Es ave de la mar, pero no posa en la mar ni se
aparta de tierra veinte leguas. Hay de éstas muchas en las islas de Cabo
Verde. Después vinieron dos alcatraces. Los aires eran muy dulces y
sabrosos, que dice que no faltaba sino oir al ruiseñor, y la mar llana
como un río. Parecieron después en tres veces tres alcatraces y un
horcado. Vieron mucha hierba.
Domingo, 30 de septiembre
Navegó su camino al Oeste. Anduvo entre día y noche, por
las calmas, catorce leguas; contó once. Vinieron al navío cuatro rabos
de junco, que es gran señal de tierra, porque tantas aves de una
naturaleza juntas es señal que no andan desmandadas ni perdidas.
Viéronse cuatro alcatraces en dos veces. Hierba, mucha. Nota: Que las
estrellas que se llaman las Guardas, cuando anochece, están junto al
brazo de la parte del Poniente, y cuando amanece están en la línea
debajo del brazo al Nordeste, que parece que en toda la noche no andan
salvo tres líneas, que son nueve horas, y esto cada noche: esto dice
aquí el Almirante. También en anocheciendo las agujas noroestean una
cuarta, y en amaneciendo están con la estrella justo; por lo cual parece
que la estrella hace movimiento como las otras estrellas, y las agujas
piden siempre la verdad.
Lunes, 1 de octubre
Navegó su camino al Oeste. Anduvieron veinticinco leguas;
contó a la gente veinte leguas. Tuvieron grande aguacero. El piloto del
Almirante tenía hoy, en amaneciendo, que habían andado desde la isla de
Hierro hasta aquí quinientas sesenta y ocho leguas al Oeste. La cuenta
menor que el Almirante mostraba a la gente eran quinientas ochenta y
cuatro leguas; pero la verdadera que el Almirante juzgaba y guardaba
eran setecientas siete.
Martes, 2 de octubre
Navegó su camino al Oeste noche y día treinta y nueve
leguas, contó a la gente obra de treinta leguas. La mar, llana y buena
siempre. «A Dios muchas gracias sean dadas», dijo aquí el Almirante.
Hierba venía del Este al Oeste, por el contrario de lo que solía:
parecieron muchos peces; matóse uno. Vieron un ave blanca que parecía
gaviota.
Miércoles, 3 de octubre
Navegó su vía ordinaria. Anduvieron cuarenta y siete
leguas; contó a la gente cuarenta leguas. Aparecieron pardelas, hierba
mucha, alguna muy vieja y otra muy fresca, y traía como fruta; y no
vieron aves algunas. Creía el Almirante que le quedaban atrás las islas
que traía pintadas en su carta. Dice aquí el Almirante que no se quiso
detener barloventeando la semana pasada y estos días que había tantas
señales de tierra, aunque tenía noticia de ciertas islas en aquella
comarca, por no se detener, pues su fin era pasar a las Indias; y si se
detuviera, dice él, que no fuera buen seso.
Jueves, 4 de octubre
Navegó a su camino al Oeste. Anduvieron entre día y noche
sesenta y tres leguas; contó a la gente cuarenta y seis leguas. Vinieron
al navío más de cuarenta pardelas juntos y dos alcatraces, y al uno dio
una pedrada un mozo de la carabela. Vino a la nao un rabihorcado y una
blanca como gaviota.
Viernes, 5 de octubre
Navegó a su camino. Andarían once millas por hora. Por la
noche y día andarían cincuenta y siete leguas, porque aflojó la noche
algo el viento; contó a su gente cuarenta y cinco. La mar en bonanza y
llana. «A Dios -dice- muchas gracias sean dadas.» El aire muy dulce y
templado, hierba ninguna, aves pardelas muchas, peces golondrinas
volaron en la nao muchos.
Sábado, 6 de octubre
Navegó su camino al Oeste o Güeste, que es lo mismo.
Anduvieron cuarenta leguas entre día y noche; contó a la gente treinta y
tres leguas. Esta noche dijo Martín Alonso que sería bien navegar a la
cuarta del Oeste, a la parte del Sudoeste; y al Almirante pareció que no
decía esto Martín Alonso por la isla de Cipango, y el Almirante veía
que si la erraban que no pudieran tan presto tomar tierra y que era
mejor una vez ir a la tierra firme y después a las islas.
Domingo, 7 de octubre
Navegó a su camino al Oeste; anduvieron doce millas por
hora dos horas, y después ocho millas por hora; y andaría hasta una hora
de sol veintitrés leguas. Contó a la gente dieciocho. En este día, al
levantar el sol, la carabela Niña, que iba delante por ser velera, y
andaban quien más podía por ver primero tierra, por gozar de la merced
que los Reyes a quien primero la viese habían prometido, levantó una
bandera en el topo del mástil y tiró una lombarda por señal que veían
tierra, porque así lo había ordenado el Almirante. Tenía también
ordenado que al salir del sol y al ponerse se juntasen todos los navíos
con él, porque estos dos tiempos son más propios para que los humores
den más lugar a ver más lejos. Como en la tarde no viesen tierra, la que
pensaban los de la carabela Niña que habían visto, y porque pasaban
gran multitud de aves de la parte del Norte al Sudoeste (por lo cual era
de creer que se iban a dormir a tierra o huían quizá del invierno, que
en las tierras de donde venían debía de querer venir, porque sabía el
Almirante que las más de las islas que tienen los portugueses por las
aves las descubrieron), por esto el Almirante acordó dejar el camino del
Oeste y poner la proa hacia Oessudoeste, con determinación de andar dos
días por aquella vía. Esto comenzó antes una hora del sol puesto.
Andarían en toda la noche obra de cinco leguas, y veintitrés del día.
Fueron por todas veintiocho leguas noche y día.
Lunes, 8 de octubre
Navegó al Oessudoeste y andarían entre día y noche once
leguas y media o doce, y a ratos parece que anduvieron en la noche
quince millas por hora, si no está mentirosa la letra. Tuvieron la mar
como el río de Sevilla; gracias a Dios, dice el Almirante. Los aires muy
dulces como en abril en Sevilla, que es placer estar a ellos: tan
olorosos son. Pareció la hierba muy fresca; muchos pajaritos del campo, y
tomaron uno que iba huyendo al Sudoeste, grajaos y ánades y un
alcatraz.
Martes, 9 de octubre
Navegó al Sudoeste. Anduvo cinco leguas; mudóse el viento y
corrió al Oeste cuarta al Noroeste, y anduvo cuatro leguas. Después con
todas once leguas de día y a la noche veinte leguas y media. Contó a la
gente diecisiete leguas. Toda la noche oyeron pasar pájaros.
Miércoles, 10 de octubre
Navegó al Oessudoeste. Anduvieron a diez millas por hora y a
ratos doce y algún rato a siete, y entre día y noche cincuenta y nueve
leguas. Contó a la gente cuarenta y cuatro leguas no más. Aquí la gente
ya no lo podía sufrir: quejábase del largo viaje. Pero el Almirante los
esforzó lo mejor que pudo, dándoles buena esperanza de los provechos que
podrían haber. Y añadía que por demás era quejarse, pues que él había
venido a las Indias, y que así lo había de proseguir hasta hallarlas con
la ayuda de Nuestro Señor.
Jueves, 11 de octubre
Navegó al Oessudoeste. Tuvieron mucha mar y más que en todo
el viaje habían tenido. Vieron pardelas y un junco verde junto a la
nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo y tomaron otro
palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra
hierba que nace en tierra, y una tablilla. Los de la carabela Niña
también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de
escaramujos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos.
Anduvieron en este día, hasta puesto el sol, veintisiete leguas.
Después del sol puesto, navegó a su primer camino, al
Oeste; andarían doce millas cada hora y hasta dos horas después de media
noche andarían noventa millas, que son veintidós leguas y media. Y
porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante,
halló tierra e hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta
tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana; puesto
que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de
popa, vio lumbre, aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que
fuese tierra; pero llamó a Pero Gutiérrez, repostero de estrados del
Rey, y díjole que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y viola;
díjole también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el Rey y la Reina
enviaban en el armada por veedor, el cual no vio nada porque no estaba
en lugar do la pudiese ver. Después de que el Almirante lo dijo, se vio
una vez o dos, y era como una candelilla de cera que se alzaba y
levantaba, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra. Pero el
Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando
dijeron la Salve, que la acostumbraban decir y cantar a su manera todos
los marineros y se hallan todos, rogó y amonestólos el Almirante que
hiciesen buena guarda al castillo de proa, y mirasen bien por la tierra,
y que al que le dijese primero que veía tierra le daría luego un jubón
de seda, sin las otras mercedes que los Reyes habían prometido, que eran
diez mil maravedís de juro a quien primero la viese. A las dos horas
después de media noche pareció la tierra de la cual estarían dos leguas
Amañaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela grande
sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes,
que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de
indios Guanahaní. Luego vinieron gente desnuda, y el Almirante salió a
tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su
hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera real y
los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el
Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y: encima de
cada letra su corona, una de un cabo de la cruz y otra de otro. Puestos
en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas
maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que
saltaron en tierra, y a Rodrigo de Escobedo, escribano de toda el
armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y
testimonio cómo él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión
de la dicha isla por el Rey y por la Reina sus señores, haciendo las
protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los
testimonios que allí se hicieron por escrito. Luego se ajuntó allí mucha
gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del
Almirante, en su libro de su primera navegación y descubrimiento de
estas Indias. «Yo -dice él-, porque nos tuviesen mucha amistad, porque
conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa
Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes
colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras
cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron
tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas
de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos e
hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las
trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de
vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían
de buena voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos
andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres,
aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran todos
mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años: muy bien
hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos
casi como sedas de cola de caballo, y cortos: los cabellos traen por
encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás
cortan. De ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los
canarios ni negros ni blancos, y de ellos se pintan de blanco, y de
ellos de colorado, y de ellos de lo que hallan, y de ellos se pintan las
caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos solos los ojos, y de ellos
sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré
espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No
tienen algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas
de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos
todos a una mano Son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien
hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y
les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían
gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se
defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos
por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que
veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente
se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo,
placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a
Vuestras Altezas para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna
manera vi, salvo papagayos, en esta isla.» Todas son palabras del
Almirante.
Sábado, 13 de octubre
« Luego que amaneció vinieron a la playa muchos de estos
hombres, todos mancebos, como dicho tengo, y todos de buena estatura,
gente muy hermosa: los cabellos no crespos, salvo corredios y gruesos,
como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha más que
otra generación que hasta aquí haya visto, y los ojos muy hermosos y no
pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios, ni
se debe esperar otra cosa, pues está Este Oeste con la isla de Hierro,
en Canaria, bajo una línea. Las piernas muy derechas, todos a una mano, y
no barriga, salvo muy bien hecha. Ellos vinieron a la nao con almadías,
que son hechas del pie de un árbol, como un barco luengo, y todo de un
pedazo, y labrado muy a maravilla, según la tierra, y grandes, en que en
algunas venían cuarenta o cuarenta y cinco hombres, y otras más
pequeñas, hasta haber de ellas en que venía un solo hombre. Remaban con
una pala como de hornero, y anda a maravilla; y si se le trastorna,
luego se echan todos a nadar y la enderezan y vacían con calabazas que
traen ellos. Traían ovillos de algodón hilado y papagayos y azagayas y
otras cositas que sería tedio de escribir, y todo daban por cualquier
cosa que se los diese. Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había
oro, y vi que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero
que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o
volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes
vasos de ello, y tenía muy mucho. Trabajé que fuesen allá, y después vi
que no entendían en la ida. Determiné de aguardar hasta mañana en la
tarde y después partir para el Sudeste, que según muchos de ellos me
enseñaron decían que había tierra al Sur y al Sudoeste y al Noroeste, y
que éstas del Noroeste les venían a combatir muchas veces, y así ir al
Sudoeste a buscar el oro y piedras preciosas. Esta isla es bien grande y
muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio
muy grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde, que es placer de
mirarla; y esta gente harto mansa, y por la gana de haber de nuestras
cosas, y temiendo que no se les ha de dar sin que den algo y no lo
tienen, toman lo que pueden y se echan luego a nadar; que hasta los
pedazos de las escudillas y de las tazas de vidrio rotas rescataban
hasta que vi dar dieciséis ovillos de algodón por tres ceotís de
Portugal, que es una blanca de Castilla, y en ellos habría más de una
arroba de algodón hilado. Esto defendiera y no dejara tomar a nadie,
salvo que yo lo mandara tomar todo para Vuestras Altezas si hubiera en
cantidad. Aquí nace en esta isla, mas por el poco tiempo no pude dar así
del todo fe. Y también aquí nace el oro que traen colgado a la nariz;
más, por no perder tiempo quiero ir a ver si puedo topar a la isla de
Cipango. Ahora, como fue noche, todos se fueron a tierra con sus
almadías.»
Domingo, 14 de octubre
«En amaneciendo mandé aderezar el batel de la nao y las
barcas de las carabelas, y fui al luengo de la isla, en el camino del
Nordeste, para ver la otra parte, que era de la otra parte, del Este que
había, y también para ver las poblaciones, y vi luego dos o tres, y la
gente que venían todos a la playa llamándonos y dando gracias a Dios.
Los unos nos traían agua; otros, otras cosas de comer; otros, cuando
veían que yo no curaba de ir a tierra, se echaban a la mar nadando y
venían, y entendíamos que nos preguntaban si éramos venidos del cielo. Y
vino uno viejo en el batel dentro, y otros a voces grandes llamaban
todos, hombres y mujeres: «Venid a ver los hombres que vinieron del
cielo; traedles de comer y de beber». Vinieron muchos y muchas mujeres,
cada uno con algo, dando gracias a Dios, echándose al suelo, y
levantaban las manos al cielo, y después nos llamaban que fuésemos a
tierra. Mas yo temía de ver una grande restinga de piedras que cerca
toda aquella isla alrededor, y entre medias queda hondo el puerto para
cuantas naos hay en toda la Cristiandad, y la entrada de ello muy
angosta. Es verdad que dentro de esta cinta hay algunas bajas, mas la
mar no se mueve más que dentro en un pozo. Y para ver todo esto me moví
esta mañana, porque supiese dar de todo relación a Vuestras Altezas y
también adónde pudiera hacer fortaleza, y vi un pedazo de tierra que se
hace como isla, aunque no lo es, en que había seis casas, el cual se
pudiera atajar en dos días por isla; aunque yo no veo necesario, porque
esta gente es muy simplice en armas, como verán Vuestras Altezas de
siete que yo hice tomar para les llevar y aprender nuestra habla y
volverlos, salvo que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos
llevar a Castilla o tenerlos en la misma isla cautivos, porque con
cincuenta hombres los tendrán todos sojuzgados y les harán hacer todo lo
que quisieren. Y después junto con la dicha isleta están huertas de
árboles las más hermosas que yo vi, y tan verdes y con sus hojas como
las de Castilla en el mes de abril y de mayo, y mucha agua. Yo miré todo
aquel puerto y después me volví a la nao y di a la vela, y vi tantas
islas que yo no sabía determinarme a cuál iría primero. Y aquellos
hombres que yo tenía tomado me decían por señas que eran tantas y tantas
que no había número, y nombraron por su nombre más de ciento. Por ende
yo miré por la más grande, y a aquélla determiné andar, y así hago, y
será lejos de ésta de San Salvador cinco leguas; y las otras de ellas
más, de ellas menos. Todas son muy llanas, sin montañas y muy fértiles y
todas pobladas, y se hacen la guerra la una a la otra, aunque éstos son
muy símplices y muy lindos cuerpos de hombres.»
Lunes, 15 de octubre
«Había temporejado esta noche con temor de no llegar a
tierra a surgir antes de la mañana, y por no saber si la costa era
limpia de bajas, y en amaneciendo cargar velas. Y como la isla fuese más
lejos de cinco leguas, antes será siete, y la marea me detuvo, sería
medio día cuando llegué a la dicha isla.Y hallé que aquella haz que es
de la parte de la isla de San Salvador se corre Norte Sur y hay en ella
cinco leguas, y la otra que yo seguí se corría este Oeste y hay en ella
más de diez leguas. Y como de esta isla vi otra mayor al Oeste, cargué
las velas por andar todo aquel día hasta la noche, porque aún no pudiera
haber andado al cabo del Oeste, a la cual puse nombre la isla de Santa
María de la Concepción. Y casi al poner del sol surgí acerca del dicho
cabo por saber si había allí oro, porque estos que yo había hecho tomar
en la isla de San Salvador me decían que ahí traían manillas de oro muy
grandes a las piernas y a los brazos. Yo bien creí que todo lo que
decían era burla para se huir. Con todo, mi voluntad era de no pasar por
ninguna isla de que no tomase posesión, puesto que tomado de una se
puede decir de todas. Y surgí y estuve hasta hoy martes, que en
amaneciendo fui a tierra con las barcas armadas y salí; y ellos, que
eran muchos así desnudos y de la misma condición de la otra isla de San
Salvador, nos dejaron ir por la isla y nos daban lo que les pedía. Y
porque el viento cargaba a la traviesa Sudeste no me quise detener y
partí para la nao, y una almadía grande estaba a bordo de la carabela
Niña; y uno de los hombres de la isla de San Salvador, que en ella era,
se echó a la mar y se fue en ella; y la noche de antes a me dio echado
al otro y fue atrás la almadía, la cual huyó que jamás fue barca que le
pudiese alcanzar, puesto que le teníamos grande avante. Con todo, dio en
tierra y dejaron la almadía; y algunos de los de mi compañía salieron
en tierra tras ellos, y todos huyeron como gallinas, y la almadía que
habían dejado la llevamos a bordo de la carabela Niña, adonde ya, de
otro cabo, venía otra almadía pequeña con un hombre que venía a rescatar
un ovillo de algodón; y se echaron algunos marineros a la mar, porque
él no quería entrar en la carabela, y le tomaron. Y yo, que estaba en la
popa de la nao, que vi todo, envié por él y le di un bonete colorado y
unas cuentas de vidrio verdes, pequeñas, que le puse al brazo, y dos
cascabeles que le puse a las orejas, y le mandé volver a su almadía, que
también tenía en la barca, y le envié a tierra. Y di luego la vela para
ir a la otra isla grande que yo veía al Oeste, y mandé largar también
la otra almadía que traía la carabela Niña por popa. Y vi después en
tierra, al tiempo de la llegada del otro a quien yo había dado las cosas
susodichas y no le había querido tomar el ovillo de algodón, puesto que
él me lo quería dar, y todos los otros se llegaron a él y tenía a gran
maravilla y bien le pareció que éramos buena gente, y que el otro que se
había huido nos había hecho algún daño y que por esto lo llevábamos. Y a
esta razón usé esto con él, de le mandar alargar, y le di las dichas
cosas porque nos tuviese en esta estima, porque otra vez cuando Vuestras
Altezas aquí tornen a enviar no haga mala compañía; y todo lo que yo le
di no valía cuatro maravedís. Y así partí, que serían las diez horas,
con el viento Sudeste, y tocaba de Sur para pasar a esta otra isla, la
cual es grandísima y adonde todos estos hombres que yo traigo de la de
San Salvador hacen señas que hay muy mucho oro y que lo traen en los
brazos en manillas y a las piernas y a las orejas y al nariz y al
pescuezo. Y había de esta isla de Santa María a esta otra nueve leguas
Este Oeste, y se corre toda esta parte de la isla Noroeste Sudeste. Y se
parece que bien habría en esta costa más de veintiocho leguas en esta
haz. Y es muy llana sin montaña ninguna, así como aquellas de San
Salvador y de Santa María, y todas las playas sin roquedos, salvo que en
todas hay algunas peñas cerca de tierra debajo del agua; por donde es
menester abrir el ojo cuando se quiere surgir y no surgir mucho acerca
de tierra, aunque las aguas son siempre muy claras y se ve el fondo. Y
desviado de tierra dos tiros de lombarda, hay en todas estas islas tanto
fondo que no se puede llegar a él. Son estas islas muy verdes y
fértiles y de aires muy dulces, y puede haber muchas cosas que yo no sé,
porque no me quiero detener por calar y andar muchas islas para hallar
oro. Y pues éstas dan así estas señas, que lo traen a los brazos y a las
piernas, y es oro porque les mostré algunos pedazos del que yo tengo,
no puedo errar con la ayuda de Nuestro Señor que yo no le halle adonde
nace. Y estando a medio golfo de estas dos islas es de saber de aquella
de Santa Maria y de esta grande, a la cual pongo nombre la Fernandina
hallé un hombre solo en una almadía que se pasaba de la isla de Santa
María a la Fernandina, y traía un poco de su pan, que sería tanto como
el puño, y una calabaza de agua y un pedazo de tierra bermeja hecha en
polvo y después amasada, y unas hojas secas que debe ser cosa muy
apreciada entre ellos porque ya me trajeron en San Salvador de ellas en
presente, y traía un cestillo a su guisa en que tenía un ramalejo de
cuentecillas de vidrio y dos blancas, por las cuales conocí que él venía
de la isla de San Salvador y había pasado a aquella de Santa María y se
pasaba a la Fernandina, el cual se llegó a la nao. Yo le hice entrar,
que así lo demandaba él, y le hice poner su almadía en la nao y guardar
todo lo que él traía; y le mandé dar de comer pan y miel y de beber. Y
así le pasaré a la Fernandina y le daré todo lo suyo, porque dé buenas
nuevas de nos para, a Nuestro Señor aplaciendo, cuando Vuestras Altezas
envien acá, que aquellos que vinieren reciban honra y nos den de todo lo
que hubiere.»
Martes, 16 de octubre
«Partí de las islas de Santa Maria de la Concepción, que
sería ya cerca del medio día, para la isla Fernandina, la cual muestra
ser grandísima al Oeste, y navegué todo aquel día con calmeria. No pude
llegar a tiempo de poder ver el fondo para surgir en limpio, porque es
en esto mucho de haber gran diligencia por no perder las anclas; y así
temporicé toda esta noche hasta el día que vine a una población, adonde
yo surgí y donde había venido aquel hombre que yo hallé ayer en aquella
almadía a medio golfo, el cual había dado tantas buenas nuevas de nos
que toda esta noche no faltaron almadías a bordo de la nao, que nos
traían agua y de lo que tenían. Yo a cada uno le mandaba dar algo, es a
saber, algunas cuentecillas, diez o doce de ellas de vidrio en un hilo, y
algunas sonajas de latón de éstas que valen en Castilla un maravedí
cada una, y algunas agujetas, de que todo tenían en grandísima
excelencia, y también los mandaba dar, para que comiesen cuando venían
en la nao, y miel de azúcar. Y después, a horas de tercia, envié al
batel de la nao en tierra por agua, y ellos de muy buena gana le
enseñaban a mi gente adónde estaba el agua, y ellos mismos traían los
barriles llenos al batel y se holgaban mucho de nos hacer placer. Esta
isla es grandísima y tengo determinado de la rodear, porque, según puedo
entender, en ella o cerca de ella hay mina de oro. Esta isla está
desviada de la de Santa María ocho leguas casi Este Oeste; y este cabo
adonde yo vine y toda esta costa se corre Noroeste y Sursudeste, y vi
bien veinte leguas de ella, mas ahí no acababa. Ahora escribiendo esto,
di la vela con el viento Sur para pujar a rodear toda la isla, y
trabajar hasta que halle Samaot, que es la isla o ciudad adonde es el
oro, que así lo dicen todos estos que aquí vienen en la nao, y nos lo
decían los de la isla de San Salvador y de Santa María. Esta gente es
semejante a aquellas de las dichas islas, y una habla y unas costumbres,
salvo que éstos ya me parecen algún tanto más doméstica gente y de
trato y más sutiles, porque veo que han traído algodón aquí a la nao y
otras cositas, que saben mejor refetar el pagamento que no hacían los
otros. Y aun en esta isla vi paños de algodón hechos como mantillos, y
la gente más dispuesta, y las mujeres traen por delante su cuerpo una
cosita de algodón que escasamente les cobija su natura. Ella es isla muy
verde y llana y fertilísima, y no pongo duda de que todo el año
siembran panizo y cogen, y así todas otras cosas. Y vi muchos árboles
muy disformes de los nuestros, y de ellos muchos que tenían los ramos de
muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro de
otra, y tan disforme que es la mayor maravilla del mundo cuánta es la
diversidad de una manera a la otra; verbigracia, un ramo tenía las hojas
a manera de cañas y otro de la manera de lentisco, y así en un solo
árbol de cinco o seis de estas maneras, y todos tan diversos; ni éstos
son injertados, porque se pueda decir que el injerto lo hace, antes son
por los montes, ni cura de ellos esta gente. No les conozco secta
ninguna, y creo que muy presto se tornarían cristianos, porque ellos son
de muy buen entender. Aquí son los peces tan disformes de los nuestros
que es maravilla. Hay algunos hechos como gallos, de las más finas
colores del mundo, azules, amanlíos, colorados y de todas colores, y
otros pintados de mil maneras; y las colores son tan finas que no hay
hombre que no se maraville y no tome gran descanso a verlos. También hay
ballenas. Bestias en tierra no vi ninguna de ninguna manera, salvo
papagayos y lagartos. Un mozo me dijo que vio una grande culebra. Ovejas
ni cabras ni otra ninguna bestia vi; aunque yo he estado aquí muy poco,
que es medio día: mas si las hubiese no pudiera errar de ver alguna. El
cerco de esta isla escribiré después que yo la hubiese rodeado.»
Miércoles, 17 de octubre
«A mediodía partí de la población adonde yo estaba surgido y
adonde tomé agua para ir a rodear esta isla Fernandina, y el viento era
Sudoeste y Sur, y como mi voluntad fuese de seguir esta costa de esta
isla adonde yo estaba al Sudeste, porque así se corre toda Nornoroeste y
Sursudeste y quería llevar el dicho camino de Sur y Sudeste, porque
aquella parte todos estos indios que traigo y otro de quien hube señas
en esta parte del Sur a la isla a que ellos llaman Samoet, adonde es el
oro, y Martín Alonso Pinzón, capitán de la carabela Pinta, en la cual yo
mandé a tres de estos indios, vino a mi y me dijo que uno de ellos muy
certificadamente le había dado a entender que por la parte del
Nornoroeste muy más presto arrodearía la isla. Yo vi que el viento no me
ayudaba por el camino que yo quería llevar, y era bueno por el otro. Di
la vela al Nornoroeste, y cuando fui cerca del cabo de la isla, a dos
leguas, hallé un muy maravilloso puerto con una boca, aunque dos bocas
se le puede decir, porque tiene un isleo en medio y son ambas muy
angostas y dentro muy ancho para cien navíos, si fuera hondo y limpio y
hondo a la entrada. Parecióme razón de lo ver bien y sondear, y así
surgí fuera de él y fui en él con todas las barcas de los navíos y vimos
que no había fondo. Y porque pensé cuando yo le vi que era boca de
algún río, había mandado llevar barriles para tomar agua, y en tierra
hallé unos ocho o diez hombres que luego vinieron a nos y nos mostraron
ahí cerca la población, adonde yo envié la gente por agua, una parte con
armas, otros con barriles, y así la tomaron; y porque era lejuelos me
detuve por espacio de dos horas. En este tiempo anduve así por aquellos
árboles, que era la cosa más hermosa de ver que otra se haya visto,
viendo tanta verdura en tanto grado como en el mes de mayo en el
Andalucía, y los árboles todos están tan disformes de los nuestros como
el día de la noche; y así las frutas y así las hierbas y las piedras y
todas las cosas. Verdad es que algunos árboles eran de la naturaleza de
otros que hay en Castilla: por ende había muy gran diferencia, y los
otros árboles de otras maneras eran tantos que no hay persona que lo
pueda decir ni asemejar a otros en Castilla. La gente toda era una con
los otros ya dichos, de las mismas condiciones, y así desnudos y de la
misma estatura, y daban de lo que tenían por cualquier cosa que les
diesen; y aquí vi que unos mozos de los navíos les trocaron azagayas por
unos pedazuelos de escudillas rotas y de vidrio. Y los otros que fueron
por el agua me dijeron cómo habían estado en sus casas y que eran de
adentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos de cosas que
son como redes de algodón; ellas, las casas, son todas a manera de
alfaneques y muy altas y buenas chimeneas; mas no vi entre muchas
poblaciones que yo vi que ninguna pasase de doce hasta quince casas.
Aquí hallaron que las mujeres casadas traían bragas de algodón, las
mozas no, sino salvo algunas que eran ya de edad de dieciocho años. Y
ahí había perros mastines y branchetes, y ahí hallaron uno que había al
nariz un pedazo de oro que sería como la mitad de un castellano, en el
cual vieron letras. Reñí yo con ellos porque no se lo rescataron y
dieron cuanto pedía, por ver qué era y cúya esta moneda era; y ellos me
respondieron que nunca se lo osó rescatar. Después de tomada la agua
volví a la nao, y di la vela y salí al Noroeste, tanto que yo descubrí
toda aquella parte de la isla hasta la costa que se corre Este Oeste, y
después todos estos indios tornaron a decir que esta isla era más
pequeña que no la isla Samoet y que sería bien volver atrás por ser en
ella más presto. El viento allí luego más calmo y comenzó a ventear
Oesnoroeste, el cual era contrario para donde habíamos venido, y así
tomé la vuelta y navegué toda esta noche pasada al Estesudeste, y cuándo
al Este todo y cuándo al Sudeste; y esto para apartarme de la tierra,
porque hacia muy gran cerrazón y el tiempo muy cargado; él era poco y no
me dejó llegar a tierra a surgir. Así que esta noche llovió muy fuerte
después de media noche hasta casi el día, y aún está nublado para
llover, y nos, al cabo de la isla de la parte del Sudeste, adonde espero
surgir hasta que aclarezca para ver las otras islas adonde tengo de ir.
Y así todos estos días después que en estas Indias estoy ha llovido
poco o mucho. Crean Vuestras Altezas que es esta tierra la mejor y más
fértil y temperada y llana y buena que haya en el mundo.»
Jueves, 18 de octubre
«Después que aclareció seguí el viento, y fui en derredor
de la isla cuanto pude, y surgí al tiempo que ya no era de navegar; mas
no fui en tierra, y en amaneciendo di la vela.»
Viernes, 19 de octubre
«En amaneciendo levanté las anclas y envié la carabela
Pinta al Este y Sudeste y la carabela Niña al Sursudeste, y yo con la
nao fui al Sudeste, y dado orden que llevasen aquella vuelta hasta medio
día, y después que ambas se mudasen las derrotas, y se recogieron para
mí. Y luego, antes que andásemos tres horas, vimos una isla al Este
sobre la cual descargamos. y llegamos a ella todos tres navíos antes de
medio día a la punta del Norte, adonde hace un isleo y una restinga de
piedra fuera de él al Norte y otro entre él y la isla grande; la cual
nombraron estos hombres de San Salvador que yo traigo la isla Samoet, a
la cual puse nombre de la Isabela. El viento era Norte, y quedaba el
dicho isleo en derrota de la isla Fernandina, de adonde yo había partido
Este Oeste; y se corría después la costa desde el isleo al Oeste y
había en ella doce leguas hasta un cabo, al que yo llamé el Cabo
Hermoso, que es de la parte del Oeste. Y así es hermoso, redondo y muy
hondo, sin bajas fuera de él, y al comienzo de piedra y bajo y más
adentro es playa de arena como casi la dicha costa es. Y ahí surgí esta
noche viernes hasta la mañana. Esta costa toda y la parte de la isla que
yo vi es toda casi playa, y la isla más hermosa cosa que yo vi; que si
las otras son muy hermosas, ésta es más. Es de muchos árboles y muy
verdes y muy grandes, y esta tierra es más alta que las otras islas
halladas, y en ella algún altillo, no que se le pueda llamar montaña,
mas cosa que hermosea lo otro, y parece de muchas aguas allá al medio de
la isla. De esta parte al Nordeste hace una gran angla, y hay muchos
arboledos y muy espesos y muy grandes. Yo quise ir a surgir en ella para
salir a tierra y ver tanta hermosura; mas era el fondo bajo y no podía
surgir salvo largo de tierra, y el viento era muy bueno para venir a
este cabo adonde yo surgí ahora, al cual puse nombre Cabo Hermoso,
porque así lo es. Y así no surgí en aquella angla, y aun porque vi este
cabo de allá tan verde y tan hermoso, así como todas las otras cosas y
tierras de estas islas que yo no sé adónde me vaya primero ni me sé
cansar los ojos de ver tan hermosas verduras y tan diversas de las
nuestras. Y aun creo que hay en ella muchas hierbas y muchos árboles que
valen mucho en España para tinturas y medicinas de especiería, mas yo
no los conozco, de que llevo grande pena. Y llegando yo aquí a este cabo
vino el olor tan bueno y suave de flores o árboles de la tierra, que
era la cosa más dulce del mundo. De mañana, antes que yo de aquí vaya
iré en tierra a ver qué es. Aquí en el cabo no es la población salvo
allá más adentro, donde dicen otros hombres que yo traigo que está el
rey que trae mucho oro; y yo de mañana quiero ir tanto avante que halle
la población y vea o haya lengua con este rey que, según éstos dan las
señas, él señorea todas estas islas comarcanas y va vestido y trae sobre
sí mucho oro; aunque yo no doy mucha fe a sus decires, así por no los
entender yo bien como en conocer que ellos son tan pobres de oro que
cualquiera poco que este rey traiga les parece a ellos mucho. Este al
que yo digo Cabo Hermoso creo que es la isla apartada de Samoeto, y aun
hay ya otras entremedias pequeñas. Yo no curo así de ver tanto por
menudo 69, porque no lo podría hacer en cincuenta años, porque quiero
ver y descubrir lo más que yo pudiere para volver a Vuestras Altezas, a
Nuestro Señor aplaciendo, en abril. Verdad es que, hallando adonde haya
oro o especiería en cantidad, me detendré hasta que yo haya de ello
cuanto pudiere; y por esto no hago sino andar para ver de topar en
ello.»
Sábado, 20 de octubre
«Hoy, el sol salido, levanté las anclas de donde yo estaba
con la nao surgido en esta isla de Samoeto al cabo del Sudoeste, al que
yo puse nombre el Cabo de la Laguna, y a la isla la Isabela, para
navegar al Nordeste y al Este de la parte Sudeste y Sur, adonde entendí
de estos hombres que yo traigo que era la población y el rey de ella. Y
hallé todo tan bajo el fondo que no pude entrar ni navegar a ello, y vi
que siguiendo el camino del Sudoeste era muy gran rodeo, y por esto
determiné de me volver por el camino que yo había traído del Nornordeste
de la parte del Oeste, y rodear esta isla para... el viento me fue tan
escaso que yo nunca pude haber la tierra al longo de la costa, salvo en
la noche. Y, porque es peligro surgir en estas islas, salvo en el día
que se vea con el ojo adónde se echa el anda, porque es todo manchas,
una de limpio y otra de non, yo me puse a temporejar a la vela toda esta
noche del domingo. Las carabelas surgieron porque se hallaron en tierra
temprano y pensaron que a sus señas, que eran costumbradas de hacer,
iría a surgir; mas no quise.»
Domingo, 21 de octubre
«A las diez horas llegué aquí a este cabo del isleo y
surgí, y asimismo las carabelas. Y después de haber comido fui en
tierra, adonde aquí no había otra población que una casa, en la cual no
hallé a nadie, que creo con temor se habían huido, porque en ella
estaban todos sus aderezos de casa. Yo no les dejé tocar nada, salvo que
me salí con estos capitanes y gente a ver la isla; que si las otras ya
vistas son muy hermosas y verdes y fértiles, ésta es mucho más y de
grandes arboledos y muy verdes. Aquí es unas grandes lagunas, y sobre
ellas y a la rueda es el arboledo en maravilla, y aquí y en toda la isla
son todos verdes y las hierbas como en abril en el Andalucía; y el
cantar de los pajaritos que parece que el hombre nunca se querría partir
de aquí, y las manadas de los papagayos que oscurecen el sol; y aves y
pajaritos de tantas maneras y tan diversas de las nuestras que es
maravilla; y después hay árboles de mil maneras y todos de su manera
fruto, y todos huelen que es maravilla, que yo estoy el más apenado del
mundo de no conocerlos, porque soy bien cierto que todos son cosa de
valía, y de ellos traigo la muestra y asimismo de las hierbas. Andando
así en cerco de una de estas lagunas vi una sierpe la cual matamos y
traigo el cuero a Vuestras Altezas. Ella como nos vio se echó en la
laguna y nos la seguimos dentro, porque no era muy honda, hasta que con
lanzas la matamos. Es de siete palmos de largo; creo que de estas
semejantes hay aquí en esta laguna muchas. Aquí conocí del liñáloe, y
mañana he determinado de hacer traer a la nao diez quintales, porque me
dicen que vale mucho. También andando en busca de muy buena agua fuimos a
una población aquí cerca, adonde estoy surto media legua; y la gente de
ella, como nos sintieron, dieron todos a huir y dejaron las casas y
escondieron su ropa y lo que tenían por el monte. Yo no dejé tomar nada
ni la valía de un alfiler. Después se llegaron a nos unos hombres de
ellos, y uno se llegó a quien yo di unos cascabeles y unas cuentecillas
de vidrio y quedó muy contento y muy alegre, y por que la amistad
creciese más y los requiriese algo, le hice pedir agua, y ellos, después
que fui en la nao, vinieron luego a la playa con sus calabazas llenas y
holgaron mucho de dárnosla. Y yo les mandé dar otro ramalejo de
cuentecillas de vidrio y dijeron que de mañana vendrían acá. Yo quería
henchir aquí toda la vasija de los navíos de agua; por ende, si el
tiempo me da lugar, luego me partiré a rodear esta isla hasta que yo
haya lengua con este rey y ver si puedo haber de él oro que oigo que
trae, y después partir para otra isla grande mucho, que creo que debe
ser Cipango, según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a la
cual ellos llaman Colba, en la cual dicen que hay naos y mareantes
muchos y muy grandes, y de esta isla otra que llaman Bofío que también
dicen que es muy grande. Y a las otras que son entremedio veré así de
pasada, y según yo hallare recaudo de oro o especiería determinaré lo
que he de hacer. Más todavía, tengo determinado de ir a la tierra firme y
a la ciudad de Quisay y dar las cartas de Vuestras Altezas al Gran Can y
pedir respuesta y venir con ella.»
Lunes, 22 de octubre
«Toda esta noche y hoy estuve aquí aguardando si el rey de
aquí u otras personas traerían oro u otra cosa de sustancia, y vinieron
muchos de esta gente, semejantes a los otros de las otras islas, así
desnudos y así pintados, de ellos de blanco, de ellos de colorado, de
ellos de prieto y así de muchas maneras.Traían azagayas y algunos
ovillos de algodón a rescatar, el cual trocaban aquí con algunos
marineros por pedazos de vidrio, de tazas quebradas y por pedazos de
escudillas de barro. Algunos de ellos traían algunos pedazos de oro
colgados al nariz, el cual de buena gana daban por un cascabel de esos
de pie de gavilano 76 y por cuentecillas de vidrio: mas es tan poco, que
no es nada: que es verdad que cualquiera poca cosa que se les dé. Ellos
también tenían a gran maravilla nuestra venida, y creían que éramos
venidos del cielo. Tomamos agua para los navíos en una laguna que aquí
está cerca del cabo del Isleo, que así nombré; y en la dicha laguna
Martín Alonso Pinzón, capitán de la Pinta, mató otra sierpe tal como la
otra de ayer de siete palmos, e hice tomar aquí del liñábe cuanto se
halló.»
Martes, 23 de octubre
«Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo que
debe ser Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de
ella y riqueza, y no me detendré más aquí ni...esta isla alrededor para
ir a la población, como tenía determinado, para haber lengua con este
rey o señor, que es por no me detener mucho, pues veo que aquí no hay
mina de oro; y al rodear de estas islas ha menester muchas maneras de
viento, y no vienta así como los hombres querrían. Y pues es de andar
donde haya trato grande, digo que no es razón de se detener, salvo ir a
camino y calar mucha tierra hasta topar en tierra muy provechosa, aunque
mi entender es que ésta sea muy provechosa de especiería, mas que yo no
la conozco que llevo la mayor pena del mundo, que veo mil maneras de
árboles que tienen cada uno su manera de fruta y verde ahora como en
España en el mes de mayo y junio y mil maneras de hierbas, eso mismo con
flores, y de todo no se conoció salvo este liñáloe de que hoy mandé
también traer a la nao mucho para llevar a Vuestras Altezas. Y no he
dado ni doy la vela para Cuba porque no hay viento, salvo calma muerta, y
llueve mucho. Y llovió ayer mucho sin hacer ningún frío; antes el día
hace calor y las noches temperadas como en mayo en España en el
Andalucía.»
Miércoles, 24 de octubre
«Esta noche a media noche levanté las anclas de la isla
Isabela del cabo del Isleo, que es de la parte del Norte, adonde yo
estaba posado para ir a la isla de Cuba, adonde oí de esta gente que era
muy grande y de gran trato y había en ella oro y especierías y naos
grandes y mercaderes, y me mostró que al Oessudoeste iría a ella; y yo
así lo tengo, porque creo que si es así, como por señas que me hicieron
todos los indios de estas islas y aquellos que llevo yo en los navíos,
porque por lengua no los entiendo, es la isla de Cipango, de que se
cuentan cosas maravillosas, y en las esferas que yo vi y en las pinturas
de mapamundos es ella en esta comarca. Y así navegué hasta el día al
Oessudoeste, y amaneciendo calmó el viento y llovió, y así casi toda la
noche. Y estuve así con poco viento hasta que pasaba de medio día y
entonces tomó a ventear muy amoroso, y llevaba todas mis velas de la
nao: maestra y dos bonetas y trinquete y cebadera y mesana y vela de
gabia, y el batel por popa. Así anduve el camino hasta que anocheció; y
entonces me quedaba el Cabo Verde de la isla Fernandina, el cual es de
la parte del Sur a la parte de Oeste. Me quedaba al Noroeste, y hacía de
mí a él siete leguas. Y porque ventaba ya recio y no sabía yo cuánto
camino hubiese hasta la dicha isla de Cuba, y por no la ir a demandar de
noche, porque todas estas islas son muy hondas a no hallar fondo todo
en derredor salvo a tiro de dos lombardas, y esto es todo manchado un
pedazo de roquedo y otro de arena, y por esto no se puede seguramente
surgir salvo a vista de ojo, y por tanto acordé de amainar las velas
todas, salvo el trinquete, y andar con él; y de a un rato crecía mucho
el viento y hacía mucho camino de que dudaba, y era muy gran cerrazón y
llovía. Mandé amainar el trinquete y no anduvimos esta noche dos leguas,
etc.»
Jueves, 25 de octubre
Navegó después del sol salido al Oessudoeste hasta las
nueve horas. Andarían cinco leguas. Después mudó el camino al Oeste.
Andaban ocho millas por hora hasta la una después de mediodía, y de allí
hasta las tres y andarían cuarenta y cuatro millas. Entonces vieron
tierra, y eran siete u ocho islas, en luengo todas de Norte a Sur;
distaban de ellas cinco leguas, etcétera.
Viernes, 26 de octubre
Estuvo de las dichas islas de la parte del Sur. Era todo
bajo cinco o seis leguas; surgió por allí. Dijeron los indios que
llevaba que había de ellas a Cuba andadura de día y medio con sus
almadías, que son navetas de un madero adonde no llevan vela. Estas son
las canoas. Partió de allí para Cuba, porque por las señas que los
indios le daban de la grandeza y del oro y perlas de ella, pensaba que
era ella, conviene a saber: Cipango.
Sábado, 27 de octubre
Levantó las anclas salido el sol, de aquellas islas, que
llamó las islas de Arena por el poco fondo que tenían de la parte del
Sur hasta seis leguas. Anduvo ocho millas por hora hasta la una del día
al Sursudoeste, y habrían andado cuarenta millas, y hasta la noche
andarían veintiocho millas al mismo camino; y antes de noche vieron
tierra. Estuvieron la noche al reparo con mucha lluvia que llovió.
Anduvieron el sábado hasta el poner del sol diecisiete leguas al
Sursudoeste.
Domingo, 28 de octubre
Fue de allí en demanda de la isla de Cuba al Sursudoeste, a
la tierra de ella más cercana, y entró en un río muy hermoso y muy sin
peligro de bajas ni otros inconvenientes; y toda la
costa que anduvo por allí era muy hondo y muy limpio hasta
tierra: tenía la boca del río doce brazas, y es bien ancha para
barloventear. Surgió dentro, dice que a tiro de lombarda. Dice el
Almirante que nunca tan hermosa cosa vio, lleno de árboles, todo cercado
el río, hermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con
su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban
muy dulcemente; había gran cantidad de palmas de otra manera que las de
Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin aquella
camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la
tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra, y llegó
a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en
una de las cuales halló un perro que nunca ladró; y en ambas casas halló
redes de hilo de palma y cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de hueso
y otros aparejos de pescar y muchos fuegos dentro, y creyó que en cada
una casa se juntan muchas personas. Mandó que no se tocase en cosa de
todo ello, y así se hizo. La hierba era grande como en el Andalucía por
abril y mayo. Halló verdolagas muchas y bledos. Tornóse a la barca y
anduvo por el río arriba un buen rato, y dice que era gran placer ver
aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía dejarlas para
se volver. Dice que es aquella isla la más hermosa que ojos hayan visto,
llena de muy buenos puertos y ríos hondos, y la mar que parecía que
nunca se debía de alzar porque la hierba de la playa llegaba hasta casi
el agua, la cual no suele llegar donde la mar es brava. Hasta entonces
no había experimentado en todas aquellas islas que la mar fuese brava.
La isla dice que es llena de montañas muy hermosas, aunque no son muy
grandes en longura, salvo altas, y toda la otra tierra es alta de la
manera de Sicilia; llena es de muchas aguas, según pudo entender de los
indios que consigo lleva, que tomó en la isla de Guanahaní, los cuales
le dicen por señas que hay diez ríos grandes y que con sus canoas no la
pueden cercar en veinte días. Cuando iba a tierra con los navíos
salieron dos almadías o canoas, y como vieron que los marineros entraban
en la barca y remaban para ir a ver el fondo del río para saber dónde
habían de surgir, huyeron las canoas. Decían los indios que en aquella
isla había minas de oro y perlas, y vio el Almirante lugar apto para
ellas y almejas, que es señal de ellas, y entendía el Almirante que allí
venían naos del Gran Can, y grandes, y que de allí a tierra firme había
jornada de diez días Llamó el Almirante aquel río y puerto de San
Salvador.
Lunes, 29 de octubre
Alzó las anclas de aquel puerto y navegó al Poniente para
ir dice que a la ciudad donde le parecía que le decían los indios que
estaba aquel rey. Una punta de la isla le salía a noroeste seis leguas.
Andada otra legua vio un río no de tan grande entrada, al cual puso
nombre de río de la Luna; anduvo hasta hora de vísperas. Vio otro río
más grande que los otros, y así se lo dijeron por señas los indios, y
cerca de él vio buenas poblaciones de casas: llamó al río el río de
Mares. Envió dos barcas a una población por haber lengua, y a una de
ellas un indio de los que traía, porque ya los entendían algo y
mostraban estar contentos con los cristianos, de los cuales todos los
hombres y mujeres y criaturas huyeron, desamparando las casas con todo
lo que tenían; y mandó el Almirante que no se tocase en cosa. Las casas
dice que eran ya más hermosas que las que había visto, y creía que
cuanto más se allegase a la tierra firme serían mejores. Eran hechas a
manera de alfanaques, muy grandes, y parecían tiendas en real, sin
concierto de calles, sino una acá y otra acullá y dentro muy barridas y
limpias y sus aderezos muy compuestos. Todas son de ramas de palma muy
hermosas. Hallaron muchas estatuas en figura de mujeres y muchas cabezas
en manera de caratona muy bien labradas. No sé si esto tienen por
hermosura o adoran en ellas. Había perros que jamás ladraron; había
avecitas salvajes mansas por sus casas; había maravillosos aderezos de
redes y anzuelos y artificios de pescar. No le tocaron en cosa de ello.
Creyó que todos los de la costa debían de ser pescadores que llevan el
pescado la tierra dentro, porque aquella isla es muy grande y tan
hermosa que no se hartaba de decir bien de ella. Dice que halló árboles y
frutas de muy maravilloso sabor; y dice que debe haber vacas en ella y
otros ganados, porque vio cabezas en hueso que le parecieron de vaca.
Aves y pajaritos y el cantar de los grillos en toda la noche con que se
holgaban todos: los aires sabrosos y dulces de toda la noche, ni frío ni
caliente. Mas por el camino de las otras islas a aquélla dice que hacía
gran calor y allí no, salvo templado como en mayo; atribuye el calor de
las otras islas por ser muy llanas y por el viento que traían hasta
allí ser Levante y por eso cálido. El agua de aquellos ríos era salada a
la boca: no supieron de dónde bebían los indios, aunque tenían en sus
casas agua dulce. En este río podían los navíos voltejar para entrar y
para salir, y tiene muy buenas señas o marcas: tiene siete u ocho brazas
de fondo a la boca y dentro cinco. Toda aquella mar dice que le parece
que debe ser siempre mansa como el río de Sevilla y el agua aparejada
para criar perlas. Halló caracoles grandes, sin sabor, no como los de
España. Señala la disposición del río y del puerto que arriba dijo y
nombró San Salvador, que tiene sus montañas hermosas y altas como la
Peña de los Enamorados, y una de ellas tiene encima otro montecillo a
manera de una hermosa mezquita. Este otro río y puerto en que ahora
estaba tiene de la parte del Sudeste dos montañas así redondas y de la
parte del Oesnoroeste un hermoso cabo llano que sale fuera.
Martes, 30 de octubre
Salió del río de Mares al Noroeste, y vio un cabo lleno de
palmas y púsole Cabo de Palmas, después de haber andado quince leguas.
Los indios que iban en la carabela Pinta dijeron que detrás de aquel
cabo había un río y del río a Cuba había cuatro jornadas; y dijo el
capitán de la Pinta que entendía que esta Cuba era ciudad y que aquella
tierra era tierra firme muy grande que va mucho al Norte, y que el rey
de aquella tierra tenía guerra con el Gran Can, al cual ellos llamaban
Cami, y a su tierra o ciudad Faba, y otros muchos nombres. Determinó el
Almirante de llegar a aquel río y enviar un presente al rey de la tierra
y enviarle la carta de los reyes, y para ella tenía una marinero que
había andado en Guinea en lo mismo, y ciertos indios de Guanahaní que
querían ir con él, con que después los tornasen a su tierra. Al parecer
del Almirante, distaba de la línea equinoccial cuarenta y dos grados
hacia la banda del Norte no está corrupta la letra de donde trasladé
esto, y dice que había de trabajar de ir al Gran Can, que pensaba que
estaba allí, o en la ciudad de Catay, que es del Gran Can, que dice que
es muy grande, según le fue dicho antes que partiese de España. Toda
aquesta tierra dice ser baja y hermosa y honda la mar.
Miércoles, 31 de octubre
Toda la noche martes anduvo barloventeando, y vio un río
donde no pudo entrar por ser baja la entrada; y pensaron los indios que
pudieran entrar los navíos como entraban sus canoas. Y, navegando
adelante, halló un cabo que salía muy fuera y cercado de bajos, y vio
una concha o bahía donde podían estar navíos pequeños, y no lo pudo
encabalgar porque el viento se había tirado del todo al Norte y toda la
costa se corría al Nornoroeste y Sudeste, y otro cabo que vio adelante
le salía más afuera. Por esto y porque el cielo mostraba de ventar recio
se hubo de tornar al río de Mares.
Jueves, 1 de noviembre
En saliendo el sol envió el Almirante las barcas a tierra a
las casas que allí estaban, y hallaron que era toda la gente huida, y
desde a buen rato pareció un hombre y mandó el Almirante que lo dejasen
asegurar, y volvieron las barcas. Y después de comer tomó a enviar a
tierra uno de los indios que llevaba, el cual desde lejos le dio voces
diciendo que no hubiesen miedo porque era buena gente y no hacían mal a
nadie, ni eran del Gran Can, antes daban de lo suyo en muchas islas que
habían estado; y echóse a nadar el indio y fue a tierra, y dos de los de
allí lo tomaron de brazos y lleváronlo a una casa donde se informaron
de él. Y como fueron ciertos que no se les había de hacer mal, se
aseguraron y vinieron luego a los navíos más de dieciséis almadías o
canoas con algodón hilado y otras cosillas suyas, de las cuales mandó el
Almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscaba el
Almirante salvo oro, al que ellos llamaban nucay. Y así en todo el día
anduvieron y vinieron de tierra a los navíos, y fueron de los cristianos
a tierra muy seguramente. El Almirante no vio a alguno de ellos oro,
pero dice el Almirante que vio a uno de ellos un pedazo de plata labrado
colgado a la nariz, que tuvo por señal que en la tierra había plata.
Dijeron por señas que antes de tres días vendrían muchos mercaderes de
la tierra dentro a comprar de las cosas que allí llevan los cristianos y
darían nuevas del rey de aquella tierra, el cual, según se pudo
entender por las señas que daban, que estaba de allí cuatro jornadas,
porque ellos habían enviado muchos por toda la tierra a le hacer saber
del Almirante. «Esta gente -dice el Almirante- es de la misma calidad y
costumbre de los otros hallados, sin ninguna secta que yo conozca, que
hasta hoy aquestos que traigo no he visto hacer ninguno oración, antes
dicen la Salve y el Ave María, con las manos al cielo como le muestran, y
hacen la señal de la cruz. Toda la lengua también es una y todos
amigos, y creo que sean todas estas islas y que tengan guerra con el
Gran Can, a que ellos llaman Cavila y a la provincia Bafan. Y así andan
también desnudos como los otros.» Esto dice el Almirante. El río dice
que es muy hondo, y en la boca pueden llegar los navíos con el bordo
hasta tierra; no llega el agua dulce a la boca con una legua, y es muy
dulce. «Y es cierto -dice el Almirante- que ésta es la tierra firme y
que estoy -dice él- ante Zaitón y Quinsay cien leguas poco más o poco
menos lejos de lo uno y de lo otro, y bien se muestra por la mar que
viene de otra suerte que hasta aquí no ha venido, y ayer que iba al
Noroeste hallé que hacía frío.»
Viernes, 2 de noviembre
Acordó el Almirante enviar dos hombres españoles: el uno se
llamaba Rodrigo de Jerez, que vivía en Ayamonte, y el otro era un Luis
de Torres, que había vivido con el Adelantado de Murcia y había sido
judío, y sabía dice que hebraico y caldeo y aun algo arábigo; y con
éstos envió dos indios, uno de los que consigo traía de Guanahaní y el
otro de aquellas casas que en el río estaban poblados. Dióles sartas de
cuentas para
comprar de comer si los faltase y seis días de término para
que volviesen. Dióles muestras de especiería para ver si alguna de
ellas topasen. Dióles instrucción de cómo habían de preguntar por el rey
de aquella tierra y lo que le habían de hablar de parte de los Reyes de
Castilla, cómo enviaban al Almirante para que les diese de su parte sus
cartas y un presente y para saber de su estado y cobrar amistad con él y
favorecerle en lo que hubiese de ellos menester, etc., y que supiesen
de ciertas provincias y puertos y ríos de que el Almirante tenía noticia
y cuánto distaban de allí, etc. Aquí tomó el Almirante el altura con un
cuadrante esta noche, y halló que estaba 42 grados de la línea
equinoccial, y dice que por su cuenta halló que había andado desde la
isla de Hierro mil y ciento y cuarenta y dos leguas, y todavía afirma
que aquella es tierra firme.
Viernes, 2 de noviembre
Sábado, 3 de noviembre
En la mañana entró en la barca el Almirante, y porque hace
el río en la boca un gran lago, el cual hace un singularísimo puerto muy
hondo y limpio de piedras, muy buena playa para poner navíos a monte y
mucha leña, entró por el río arriba hasta llegar al agua dulce, que
sería cerca de dos leguas, y subió en un montecillo por descubrir algo
de la tierra, y no pudo ver nada por las grandes arboledas, las cuales
eran muy frescas, odoríferas, por lo cual dicen no tener duda que no
haya hierbas aromáticas. Dice que todo era tan hermoso lo que veía, que
no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza y los cantos de las aves y
pajaritos. Vinieron en aquel día muchas almadías o canoas a los navíos a
rescatar cosas de algodón hilado y redes en que dormían, que son
hamacas.
Domingo, 4 de noviembre
Luego, en amaneciendo, entró el Almirante en la barca, y
salió a tierra a cazar de las aves que el día antes había visto. Después
de vuelto, vino a él Martín Alonso Pinzón con dos
pedazos de canela, y dijo que un portugués que tenía en su
navío había visto a un indio que traía dos manojos de ella muy grandes,
pero que no se la osó rescatar por la pena que el Almirante tenía puesta
que nadie rescatase. Decía más: que aquel indio traía unas cosas
bermejas como nueces. El contramaestre de la Pinta dijo que había
hallado árboles de canela. Fue el Almirante luego allá y halló que no
eran. Mostró el Almirante a unos indios de allí canela y pimienta
-parece que de la que llevaba de Castilla para muestra- y conociéronla,
dice que, y dijeron por señas que cerca de allí había mucho de aquello
al camino del Sudeste. Mostróles oro y perlas, y respondieron ciertos
viejos que en un lugar que llamaron Bohío había infinito y que lo traían
al cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas, y también
perlas. Entendió más: que decían que había naos grandes y mercaderías, y
todo esto era al Sudeste. Entendió también que lejos de allí había
hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres y
que en tomando uno lo degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su
natura. Determinó de volver a la nao el Almirante a esperar los dos
hombres que había enviado para determinar de partirse a buscar aquellas
tierras, si no trajesen aquéllos alguna buena nueva de lo que deseaban.
Dice más el Almirante: «Esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda
como dicho tengo, sin armas y sin ley. Estas tierras son muy fértiles:
ellos las tienen llenas de mames, que son como zanahorias, que tienen
sabor de castañas, y tienen faxones y habas muy diversas de las nuestras
y mucho algodón, el cual no siembran, y nacen por los montes árboles
grandes, y creo que en todo tiempo lo hay para coger, porque vi los
cogujos abiertos y otros que se abrían y flores todo en un árbol, y
otras mil maneras de frutas que me no es posible escribir; y todo debe
ser cosa provechosa.» Todo esto dice el Almirante.
Lunes, 5 de noviembre
En amaneciendo mandó poner la nao a monte y los otros
navíos, pero no todos juntos, sino que quedasen siempre dos en el lugar
donde estaban, por la seguridad, aunque dice que aquella gente era muy
segura y sin temor se pudieran poner todos los navíos juntos en monte.
Estando así vino el contramaestre de la Niña a pedir albricias al
Almirante porque había hallado almáciga, mas no traía la muestra porque
se le había caído. Prometióselas el Almirante y envió a Rodrigo Sánchez y
a Maestre Diego a los árboles y trajeron un poco de ella, la cual
guardó para llevar a los Reyes y también del árbol; y dice que se
conoció que era almáciga, aunque se ha de coger a sus tiempos, y que
había en aquella comarca para sacar mil quintales cada año. Halló dice
que allí mucho de aquel palo que le pareció liñáloe. Dice más, que aquel
puerto de Mares es de los mejores del mundo y mejores aires y más mansa
gente, y porque tiene un cabo de peña altillo se puede hacer una
fortaleza, para que si aquello saliese rico y cosa grande estarían allí
los mercaderes seguros de cualquiera otras nacienes. Y dice: «Nuestro
Señor, en cuyas manos están todas las victorias, aderezca todo lo que
fuere a su servicio.» Dice que dijo un indio por señas que el almáciga
era buena para cuando les dolía el estómago.
Martes, 6 de noviembre
Ayer en la noche, dice el Almirante, vinieron los dos
hombres que había enviado a ver a la tierra dentro, y le dijeron cómo
habían andado doce leguas que había hasta una población de cincuenta
casas, donde dice que había mil vecinos, porque viven muchos en una
casa. Estas casas son de manera de alfaneques grandísimos. Dijeron que
los habían recibido con gran solemnidad, según su costumbre, y todos,
así hombres como mujeres, los venían a ver, y aposentáronlos en las
mejores casas; los cuales los tocaban y les besaban las manos y los
pies, maravillándose y creyendo que venían del cielo, y así se lo daban a
entender. Dábanles de comer de lo que tenían. Dijeron que en llegando
los llevaron de brazos los más honrados del pueblo a la casa principal, y
diéronles dos sillas en que se asentaron, y ellos todos se asentaron en
el suelo en derredor de ellos. El indio que con ellos iba les notificó
la manera de vivir de los cristianos y cómo eran buena gente. Después,
saliéronse los hombres y entraron las mujeres, y sentáronse de la misma
manera en derredor de ellos, besándoles las manos y los pies,
atentándolos si eran de carne y de hueso como ellos. Rogábanles que se
estuviesen allí con ellos al menos por cinco días. Mostraron la canela y
pimienta y otras especias que el Almirante les había dado, y dijéronles
por señas que mucha de ella había cerca de allí al Sudeste; pero que en
allí no sabían si la había. Visto cómo no tenían recaudo de ciudades,
se volvieron, y que si quisieran dar lugar a los que con ellos se
querían venir, que más de quinientos hombres y mujeres vinieran con
ellos, porque pensaban que se volvían al cielo. Vino empero, con ellos,
un principal del pueblo y un su hijo y un hombre suyo. Habló con ellos
el Almirante, hízoles mucha honra, señaló muchas tierras e islas que
había en aquellas partes, pensó de traerlos a los Reyes, y dice que no
supo qué se le antojó; parece que de miedo, y de noche oscuro quisose ir
a tierra. Y el Almirante dice que porque tenía la nao en seco en
tierra, no le queriendo enojar, le dejó ir, diciendo que en amaneciendo
tornaría; el cual nunca tomó. Hallaron los dos cristianos por el camino
mucha gente que atravesaba a sus pueblos, mujeres y hombres, con un
tizón en la mano, hierbas para tomar sus sahumerios que acostumbra. No
hallaron población por el camino de más de cinco casas, y todas les
hacían el mismo acatamiento. Vieron muchas maneras de árboles e hierbas y
flores odoríferas. Vieron aves de muchas maneras diversas de las de
España, salvo perdices y ruiseñores que cantaban y ánsares, y de esto
hay allí harto; bestias de cuatro pies no vieron, salvo perros que no
ladraban La tierra muy fértil y muy labrada de aquellos mames y faxoes y
habas muy diversas de las nuestras; eso mismo panizo y mucha cantidad
de algodón cogido e hilado y obrado, y que en una sola casa habían visto
más de quinientas arrobas y que se pudiera haber allí cada año cuatro
mil quintales. Dice el Almirante que le parecía que no lo sembraban y
que da fruto todo el año: es muy fino, tiene el capullo muy grande. Todo
lo que aquella gente tenía dice que daba por muy vil precio, y que una
gran espuerta de algodón daba por cabo de agujeta u otra cosa que se le
dé. Son gente, dice el Almirante, muy sin mal ni guerra: desnudos todos,
hombres y mujeres, como su madre los parió. Verdad es que las mujeres
traen una cosa de algodón solamente tan grande que les cobija su natura y
no más, y son ellas de muy buen acatamiento, ni muy negras, salvo menos
que canarias. «Tengo por dicho, serenísimos Príncipes -dice el
Almirante- que sabiendo la lengua dispuesta suya personas devotas
religiosas, que luego todos se tornarían cristianos; y así espero en
Nuestro Señor que Vuestras Altezas se determinarán a ello con mucha
diligencia para tornar a la Iglesia tan grandes pueblos, y los
convertirán, así como han destruido aquellos que no quisieron confesar
el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; y después de sus días, que todos
somos mortales, dejarán sus reinos en muy tranquilo estado y limpios de
herejía y maldad, y serán bien recibidos delante del Eterno Criador, al
cual plega de les dar larga vida y acrecentamiento grande de mayores
reinos y señoríos y voluntad y disposición para acrecentar la santa
religión cristiana, así como hasta aquí tienen hecho, amén. Hoy tiré la
nao de monte y me despacho para partir el jueves en nombre de Dios e ir
al Sudeste a buscar del oro y especierías y descubrir tierra.» Estas
todas son palabras del Almirante, el cual pensó partir el jueves; pero
porque le hizo el viento contrario no pudo partir hasta doce días de
noviembre.
Lunes, 12 de noviembre
Partió del puerto y río de Mares al rendir del cuarto de
alba para ir a una isla que mucho afirmaban los indios que traía, que se
llamaba Babeque, adonde, según dicen por señas, que la gente de ella
coge el oro con candelas de noche en la playa, y después con martillo
dice que hacían vergas de ello, y para ir a ella era menester poner la
proa al Este cuarta del Sudeste. Después de haber andado ocho leguas por
la costa delante, halló un río que parecía muy caudaloso y mayor que
ninguno de los otros que había hallado. No se quiso detener ni entrar en
algunos de ellos por dos respectos: el uno y principal porque el tiempo
y viento era bueno para ir en demanda de la dicha isla de Babeque; el
otro, porque si en él hubiera alguna populosa o famosa ciudad cerca de
la mar se pareciera, y para ir por el río arriba era menester navíos
pequeños, lo que no eran los que llevaban; y así se perdiera también
mucho tiempo, y los semejantes ríos son cosa para descubrirse por sí.
Toda aquella costa era poblada mayormente cerca del río, a quien puso
por nombre el río del Sol. Dijo que el domingo antes, 11 de noviembre,
le había parecido que fuera bien tomar algunas personas de las de aquel
río para llevar a los Reyes porque aprendieran nuestra lengua, para
saber lo que hay en la tierra y porque volviendo sean lenguas de los
cristianos y tomen nuestras costumbres y las cosas de la Fe, «porque yo
vi y conozco -dice el Almirante- que esta gente no tiene secta ninguna
ni son idólatras, salvo muy mansos y sin saber qué sea mal ni matar a
otros ni prender, y sin armas y tan temerosos que a una persona de los
nuestros huyen ciento de ellos, aunque burlen con ellos, y crédulos y
conocedores que hay Dios en el cielo, y firmes que nosotros habemos
venido del cielo, y muy presto a cualquiera oración que nos les digamos
que digan y hacen el señal de la cruz. Así que deben Vuestras Altezas
determinarse a los hacer cristianos, que creo que si comienzan, en poco
tiempo acabarán de los haber convertido a nuestra Santa Fe multidumbre
de pueblos, y cobrando grandes señoríos y riqueza y todos sus pueblos de
la España, porque sin duda es en estas tierras grandísimas sumas de
oro, que no sin causa dicen estos indios que yo traigo, que hay en estas
islas lugares adonde cavan el oro y lo traen al pescuezo, a las orejas y
a los brazos y a las piernas, y son manillas muy gruesas, y también hay
piedras y hay perlas preciosas e infinitas especierías; y en este río
de Mares, de donde partí esta noche, sin duda hay grandísima cantidad de
almáciga y mayor si mayor se quisiere hacer, porque los mismos árboles
plantándolos prenden de ligero y hay muchos y muy grandes y tienen la
hoja como lentisco y el fruto, salvo que es mayor, así los árboles como
la hoja, como dice Plinio, y yo he visto en la isla de Xío, en el
Archipiélago, y mandé sangrar muchos de estos árboles para ver si
echarían resma para traer, y como haya siempre llovido el tiempo que yo
he estado en el dicho río, no he podido haber de ella, salvo muy poquita
que traigo a Vuestras Altezas, y también puede ser que conviene al
tiempo que los árboles comienzan a salir del invierno y quieren echar la
flor; y acá ya tienen el fruto casi maduro ahora. Y también aquí se
habría grande suma de algodón y creo que se vendería muy bien acá sin le
llevar a España, salvo a las grandes ciudades del Gran Can que se des
cubrirán sin duda y otras muchas de otros señores que habrán en dicha
servir a Vuestras Altezas, y adonde se les darán de otras cosas de
España y de las tierras de Oriente, pues éstas son a nos en Poniente. Y
aquí hay también infinito liñáloe, aunque no es cosa para hacer gran
caudal, mas del almáciga es de entender bien, porque no la hay salvo en
dicha isla de Xío, y creo que sacan de ello bien cincuenta mil ducados,
si mal no me acuerdo. Y hay aquí, en la boca de dicho río, el mejor
puerto que hasta hoy vi, limpio y ancho y hondo y buen lugar y asiento
para hacer una villa y fuerte, y que cualesquier navíos se puedan llegar
el bordo a los muros, y tierra muy temperada y alta y muy buenas aguas.
Así que ayer vino a bordo de la nao una almadía con seis mancebos, y
los cinco entraron en la nao; estos mandé detener y los traigo. Y
después envié a una casa que es de la parte del río del Poniente, y
trajeron siete cabezas de mujeres entre chicas y grandes y tres niños.
Esto hice porque mejor se comportan los hombres en España habiendo
mujeres de su tierra que sin ellas, porque ya otras muchas veces se
acaeció traer los hombres de Guinea para que aprendiesen la lengua en
Portugal, y después que volvían y pensaban de se aprovechar de ellos en
su tierra por la buena compañía que les había hecho y dádivas que se les
había dado, en llegando en tierra jamás parecían. Otros no lo hacían
así. Así que, teniendo sus mujeres, tendrán ganas de negociar lo que se
les encargare, y también estas mujeres mucho enseñarán a los nuestros su
lengua, la cual es toda una en todas estas islas de India, y todos se
entienden y todas las andan con sus almadías, lo que no han en Guinea,
adonde es mil maneras de lenguas que la una no entiende la otra. Esta
noche vino a bordo en una almadía el marido de una de estas mujeres y
padre de tres hijos, un macho y dos hembras, y dijo que yo le dejase
venir con ellos, y a mí me aplogó mucho, y quedan ahora todos consolados
con el que deben todos ser parientes, y él es ya hombre de cuarenta y
cinco años.» Todas estas palabras son formales del Almirante. Dice
también arriba que hacía algún frío, y por esto que no le fuera buen
consejo en invierno navegar al Norte para descubrir. Navegó este lunes,
hasta el sol puesto, dieciocho leguas al Este cuarta del Sudeste hasta
un cabo, al que puso por nombre el Cabo de Cuba.
Martes, 13 de noviembre
Esta noche toda estuvo a la corda, como dicen los
marineros, que es andar barloventeando y no andar nada, por ver un abra,
que es una abertura de sierras como entre sierra y sierra, que le
comenzó a ver al poner del sol, adonde se mostraban dos grandísimas
montañas, y parecía que se apartaba la tierra de Cuba con aquella de
Bohío, y esto decían los indios que consigo llevaban, por señas. Venido
el día claro, dio las velas sobre la tierra y pasó una punta que le
pareció anoche obra de dos leguas, y entró en un grande golfo, cinco
leguas al Sursudoeste, y le quedaban otras cinco para llegar al cabo
adonde, en medio de dos grandes montes, hacía un degollado, el cual no
pudo determinar si era entrada de mar. Y porque deseaba ir a la isla que
llamaban Babeque, adonde tenía nueva, según él entendía, que había
mucho oro, la cual isla le salía al Este, como no vio alguna grande
población para ponerse al rigor del viento que le crecía más que nunca
hasta allí, acordó de hacerse a la mar y andar al Este con el viento que
era Norte; y andaba ocho millas cada hora, y desde las diez del día que
tomó aquella derrota hasta el poner del sol anduvo cincuenta y seis
millas, que son catorce leguas al Este, desde el Cabo de Cuba. Y de la
otra tierra del Bohío que le quedaba a sotaviento comenzando del cabo
del sobredicho golfo, descubrió a su parecer ochenta millas, que son
veinte leguas, y corriase toda aquella costa Essueste y Oesnoroeste.
Miércoles, 14 de noviembre
Toda la noche de ayer anduvo al reparo y barloventeando
(porque decía que no era razón de navegar entre aquellas islas de noche
hasta que las hubiese descubierto), porque los indios que traía le
dijeron ayer martes que habría tres jornadas desde el río de Mares hasta
la isla de Babeque, que se debe entender jornadas de sus almadías, que
pueden andar siete leguas, y el viento también le escaseaba, y habiendo
de ir al Este no podía sino a la cuarta del Sudeste, y por otros
inconvenientes que allí refiere se hubo de detener hasta la mañana. Al
salir del sol determinó de ir a buscar puerto, porque de Norte se había
mudado el viento al Nordeste, y si puerto no hallara fuérale necesario
volver atrás a los puertos que dejaba en la isla de Cuba. Llegó a tierra
habiendo andado aquella noche veinticuatro millas al Este cuarta del
Sudeste. Anduvo al Sur... millas hasta tierra, adonde vio muchas
entradas y muchas isletas y puertos, y porque el viento era mucho y la
mar muy alterada no osó acometer a entrar; antes corrió por la costa al
Noroeste cuarta del Oeste, mirando si había puerto, y vio que había
muchos, pero no muy claros. Después de haber andado así sesenta y cuatro
millas halló una entrada muy honda, ancha un cuarto de muía, y buen
puerto y río, donde entró y puso la popa al Sursudoeste y después al Sur
hasta llegar al Sudeste, todo de buena anchura y muy hondo, donde vio
tantas islas que no las pudo contar todas, de buena grandeza y muy altas
tierras llenas de diversos árboles de mil maneras e infinitas palmas.
Maravillóse en gran manera al ver tantas islas y tan altas, y certifica a
los Reyes que las montañas que desde anteayer ha visto por estas costas
y las de estas islas que le parece que no las hay más altas en el mundo
ni tan hermosas y claras, sin niebla ni nieve, y al pie de ellas
grandísimo fondo; y dice que cree que estas islas son aquellas
innumerables que en los mapamundos en fin de Oriente se ponen. Y dijo
que creía que había grandísimas riquezas y piedras preciosas y
especiería en ellas, y que duran muy mucho al Sur y se ensanchan a toda
parte. Púsoles nombre la mar de Nuestra Señora, y al puerto que está
cerca de la boca de la entrada de las dichas islas puso puerto del
Príncipe, en el cual no entró, mas de verlo desde fuera hasta otra
vuelta que dio el sábado de la semana venidera, como allí aparecerá.
Dice tantas y tales cosas de la fertilidad y hermosura y altura de estas
islas que hailó en este puerto, que dice a los Reyes que no se
maravillen de encarecerías tanto, porque les certifica que cree que no
dice la centésima parte: algunas de ellas que parecía que llegan al
cielo y hechas como puntas de diamantes; otras que sobre su gran altura
tienen encima como una mesa y al pie de ellas fondo grandísimo, que
podrá llegar a ellas una grandísima carraca todas llenas de arboledas y
sin peñas.
Jueves, 15 de noviembre
Acordó de andarías estas islas con las barcas de los
navíos, y dice maravillas de ellas y que halió almáciga e infinito
liñáloe, y algunas de ellas eran labradas de las raíces de que hacen su
pan los indios, y halló haber encendido fuego en algunos lugares. Agua
dulce no vio; gente había alguna y huyeron. En todo lo que anduvo halló
fondo de quince y dieciséis brazas, y todo basa, que quiere decir que el
suelo de abajo es arena y no peñas, lo que mucho desean los marineros,
porque las peñas cortan los cables de las anclas de las naos.
Viernes, 16 de noviembre
Porque en todas las partes, islas y tierras donde entraba
dejaba siempre puesta una cruz, entró en la barca y fue a la boca de
aquellos puertos y en una punta de la tierra halló dos maderos muy
grandes, uno más largo que el otro y el uno sobre el otro hechos una
cruz, que dice que un carpintero no los pudiera poner más
proporcionados; y, adorada aquella cruz, mandó hacer de los mismos
maderos una muy grande y alta cruz. Halló cañas por aquella playa que no
sabía dónde nacían, y creía que las traería algún río y las echaba a la
playa, y tenía en esto razón. Fue a una caía dentro de la entrada del
puerto de la parte del sudeste (caía es una entrada angosta que entra el
agua del mar en la tierra): allí hacía un alto de piedra y peña como
cabo y al pie de él era muy hondo, que la mayor carraca del mundo
pudiera poner el bordo en tierra, y había un lugar o rincón donde podían
estar seis navíos sin anclas como en una caía. Parecióle que se podía
hacer allí una fortaleza a poca costa, si en algún tiempo en aquella mar
de islas resultase algún rescate famoso. Volviéndose a la nao, halló
los indios que consigo traía que pescaban caracoles muy grandes que en
aquellas mares hay, e hizo entrar la gente allí y buscar si había
nácaras, que son las ostras donde se crían las perlas, y hallaron
muchas, pero no perlas, y atribuyó a que no debía de ser el tiempo de
ellas; que creía él que era por mayo y junio. Hallaron los marineros un
animal que parecía taso o taxo. Pescaron también con redes y hallaron un
pez, entre otros muchos, que parecía un propio puerco, no como tonina,
el cual dice que era todo concha muy tiesta y no tenía cosa blanda sino
la cola y los ojos, y un agujero debajo de ella para expeler sus
superfluidades. Mandólo salar para llevarlo que viesen los Reyes
Sábado, 17 de noviembre
Entró en la barca por la mañana y fue a ver las islas que
no había visto por la banda del Sudoeste. Vio muchas otras y muy
fértiles y muy graciosas, y entre medio de ellas muy gran fondo: algunas
de ellas dividían arroyos de agua dulce, y creía que aquella agua y
arroyos salían de algunas fuentes que manaban en los altos de las
sierras de las islas. De aquí yendo adelante, halló una ribera de agua
muy hermosa y dulce, y salía muy fría por lo enjuto de ella: había un
prado muy lindo y palmas muchas y altísimas más que las que había visto.
Halló nueces grandes de las de India, creo que dice, y ratones grandes
de los de India también y cangrejos grandísimos. Aves vio muchas y olor
vehemente de almizque, y creyó que lo debía de haber allí. Este día, de
seis mancebos que tomó en el río de Mares, que mandó que fuesen en la
carabela Niña, se huyeron los dos más viejos.
Domingo, 18 de noviembre
Salió en las barcas otra vez con mucha gente de los navíos y
fue a poner la gran cruz que había mandado hacer de los dichos dos
maderos a la boca de la entrada de dicho puerto del Príncipe, en un
lugar vistoso y descubierto de árboles: ella muy alta y muy hermosa
vista. Dice que la mar crece y descrece allí mucho más que en otro
puerto de lo que por aquella tierra haya visto, y que no es más
maravilla por las muchas islas, y que la marea es al revés de las
nuestras, porque allí la luna al Sudoeste cuarta del Sur es bajamar en
aquel puerto. No partió de aquí por ser domingo.
Lunes, 19 de noviembre
Partió antes que el sol saliese y con calma; y después al
medio día ventó algo el Este y navegó al Nornordeste. Al poner del sol
le quedaba el puerto del Príncipe al Sursudoeste, y estaría de él siete
leguas. Vio la isla de Babeque al Este justo, de la cual estaría sesenta
millas. Navegó toda esta noche al Nordeste escaso, andaría sesenta
millas y hasta las diez del día martes otras doce, que son por todas
diez y ocho leguas, y al Nordeste cuarta del Norte.
Martes, 20 de noviembre
Quedábanle el Babeque o las islas del Babeque al Essueste,
de donde salía el viento que llevaba contrario. Y viendo que no se
mudaba y la mar se alteraba, determinó de dar la vuelta al puerto del
Príncipe, de donde había salido, que le quedaba veinticinco leguas. No
quiso ir a la isleta que llamó Isabela, que le estaba doce leguas, que
pudiera ir a surgir aquel día, por dos razones. La una porque vio dos
islas al Sur: las quería ver; la otra porque los indios que traía, que
había tomado en Guanahaní, que llamó San Salvador, que estaba a ocho
leguas de aquella Isabela, no se le fuesen, de los cuales dice que tiene
necesidad y por traerlos a Castilla, etc. Tenían dice que entendido que
en hallando oro los había el Almirante de dejar tornar a su tierra.
Llegó en paraje del puerto del Príncipe; pero no lo pudo tomar, porque
era de noche y porque le decayeron las corrientes al Noroeste. Tomó a
dar la vuelta y puso la proa al Nordeste con viento recio; amansó y
mudóse el viento al tercero cuarto de la noche, puso la proa en el Este
cuarta del Nordeste: el viento era Sursudeste y mudóse al alba de todo
en Sur, y tocaba en el Sudeste. Salido el sol marcó el puerto del
Príncipe, y quedábale al Sudoeste y casi a la cuarta del Oeste, y
estaría de él a cuarenta y ocho millas, que son doce leguas.
Miércoles, 21 de noviembre
Al sol salido navegó al Este con viento Sur; anduvo poco
por la mar contraria. Hasta horas de vísperas hubo andado veinticuatro
millas. Después se mudó el viento al Este y anduvo al Sur cuarta del
Sudeste, y al poner del sol había andado doce millas. Allí se halló el
Almirante en cuarenta y dos grados de la línea equinoccial a la parte
del Norte, como en el puerto de Mares; pero aquí dice que tiene suspenso
el cuadrante hasta llegar a tierra que lo adobe 118 Por manera que le
parecía que no debía distar tanto, y tenía razón, porque no era posible
como no estén estas islas sino en... 119 grados. Para creer que el
cuadrante andaba bueno le movía ver dice que el Norte tan alto como en
Castilla, y si esto es verdad mucho allegado y alto andaba con la
Florida; pero ¿dónde están luego ahora estas islas que entre manos
traía? Ayudaba a esto que hacia dice que gran calor; pero claro es que
si estuviera en la costa de Florida que no hubiera calor sino frío. Y es
también manifiesto que en cuarenta y dos grados en ninguna parte de la
tierra se cree hacer calor, y si no fuese por alguna causa de per
accidens, lo que hasta hoy no creo yo que se sabe. Por este calor que
allí el Almirante dice que padecía, arguye que en estas Indias y por
allí donde andaba debía de haber mucho oro. Este día se apartó Martín
Alonso Pinzón con la carabela Pinta, sin obediencia y voluntad del
Almirante, por codicia, dice que pensando que un indio que el Almirante
había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, y así
se fue sin esperar, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso. Y dice
aquí el Almirante: «otras muchas me tiene hecho y dicho»
Jueves, 22 de noviembre
Miércoles en la noche navegó al Sur cuarta del Sudeste con
el viento Este, y era casi calma. Al tercer cuarto ventó Nornordeste.
Todavía iba al Sur por ver aquella tierra que por allí le quedaba, y
cuando salió el sol se halló tan lejos como el día pasado por las
corrientes contrarias, y quedábale la tierra a cuarenta millas. Esta
noche Martín Alonso siguió el camino del Este para ir a la isla de
Babeque, donde dicen los indios que hay mucho oro, el cual iba a vista
del Almirante, y habría hasta él dieciséis millas. Anduvo el Almirante
toda la noche la vuelta de tierra e hizo tomar algunas de las velas y
tener farol toda la noche, porque le pareció que venía hacia él, y la
noche hizo muy clara y el vientecillo bueno para venir a él.
Viernes, 23 de noviembre
Navegó el Almirante todo el día hacia la tierra, al Sur
siempre, con poco viento, y la corriente nunca le dejó llegar a ella,
antes estaba hoy tan lejos de ella al poner del sol como en la mañana.
El viento era Esnordeste y razonable para ir al Sur, sino que era poco; y
sobre este cabo encabalga otra tierra o cabo que va también al Este, a
quien aquellos indios que llevaba llamaban Bohío, la cual decían que era
muy grande y que había en ella gente que tenía un ojo en la frente, y
otros que se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran miedo. Y
desde que vieron que lleva este camino, dice que no podían hablar,
porque los comían y que son gente muy armada. El Almirante dice que bien
cree que había algo de ello, mas que, pues eran armados, serían gente
de razón, y creía que habrían cautivado algunos y que porque no volvían
dirían que los comían. Lo mismo creían de los cristianos y del Almirante
al principio que algunos los vieron.
Sábado, 24 de noviembre
Navegó aquella noche toda, y a la hora de tercia del día
tomó la tierra sobre la isla Llana, en aquel mismo lugar donde había
arribado la semana pasada cuando iba a la isla de Babeque. Al principio
no osó llegar a la tierra, porque le parecía que aquella abra de sierras
rompía la mar mucho en ella. Y en fin llegó a la mar de Nuestra Señora,
donde había las muchas islas, y entró en el puerto que está junto a la
boca de la entrada de las islas, y dice que si él antes supiera este
puerto y no se ocupara en ver las islas de la mar de Nuestra Señora, no
le fuera necesario volver atrás, aunque dice que lo da por bien empleado
por haber visto las dichas islas. Así que llegando a tierra envió la
barca y tentó el puerto y halló muy buena barra, honda de seis brazas
hasta veinte y limpio, todo basa. Entró en él, poniendo la proa al
Sudoeste y después volviendo al Oeste, quedando la isla Llana de la
parte del Norte, la cual, con otra su vecina, hacen una laguna de mar en
que cabrían todas las naos de España y podían estar seguras, sin
amarras, de todos los vientos. Y esta entrada de la parte del Sudeste,
que se entra poniendo la proa al Sursudoeste, tiene la salida al Oeste
muy honda y muy ancha; así que se puede pasar entremedio de las dichas
islas; y por conocimiento de ellas a quien viniese de la mar de la parte
del Norte, que es su travesía de esta costa, están las dichas islas al
pie de una grande montaña que es su longura de Este Oeste, y es harto
luenga y más alta y luenga que ninguna de todas las otras que están en
esta costa, adonde hay infinitas; y hace fuera una restinga al luengo de
la dicha montaña como un banco que llega hasta la entrada. Todo esto de
la parte del Sudeste, y también de la parte de la isla Llana hace otra
restinga, aunque ésta es pequeña, y así entremedias de ambas hay grande
anchura y fondo grande, como dicho es. Luego a la entrada, a la parte
del Sudeste, dentro en el mismo puerto, vieron un río grande y muy
hermoso y de más agua que hasta entonces habían visto, y que venía el
agua dulce hasta la mar. A la entrada tiene un banco, mas después
adentro es muy hondo de ocho y nueve brazas. Está todo lleno de palmas y
de muchas arboledas como los otros.
Domingo, 25 de noviembre
Antes del sol salido entró en la barca y fue a ver un cabo o
punta de tierra al Sudeste de la isleta Llana, obra de una legua y
media, porque le parecía que había de haber algún río bueno. Luego, a la
entrada del cabo de la parte del Sudeste, andando dos tiros de
ballesta, vio venir un grande arroyo de muy linda agua que descendía de
una montaña abajo y hacía gran ruido. Fue al río y vio en él unas
piedras relucir, con unas manchas en ellas de color de oro, y
acordándose que en el río Tejo, al pie de él, junto a la mar, se halla
oro, y parecióle que cierto debía tener oro, y mandó coger ciertas de
aquellas piedras para llevar a los Reyes. Estando así dan voces los
mozos grumetes, diciendo que veían pinales Miró por la sierra y viólos
tan grandes y maravillosos que no podía encarecer su altura y derechura
como husos gordos y delgados, donde conoció que se podían hacer navíos e
infinita tablazón y mástiles para las mayores naos de España. Vio
robles y madroños, y un buen río y aparejo para hacer sierras de agua.
La tierra y los aires más templados que hasta allí, por la altura y
hermosura de las sierras. Vio por la playa muchas otras piedras de color
de hierro, y otras que decían algunos que eran Ininas de plata, todas
las cuales trae el río. Allí cogió una entena y mástil para la mesana de
la carabela Niña. Llegó a la boca del río y entró en una cala al pie de
aquel cabo de la parte del Sudeste muy honda y grande, en que cabrían
cien naos sin alguna amarra ni anclas; y el puerto, que los ojos otro
tal nunca vieron. Las sierras altísimas, de las cuales descendían muchas
aguas lindísimas; y todas las sierras llenas de pinos y por todo
aquello diversísimas y hermosísimas florestas de árboles. Otros dos o
tres ríos le quedaban atrás. Encarece todo esto en gran manera a los
Reyes y muestra haber recibido de verlo, y mayormente los pinos,
inestimable alegría y gozo, porque se podían hacer allí cuantos navíos
desearen, trayendo los aderezos, si no fuere madera y pez, que allí se
hará harta; y afirma no encarecerlo la centésima parte de lo que es, y
que plugo a Nuestro Señor de le mostrar siempre una cosa mejor que otra,
y siempre en lo que hasta aquí había descubierto iba de bien en mejor,
así en las tierras y arboledas y hierbas y frutos y flores como en las
gentes, y siempre de diversa manera, y así en un lugar como en otro, lo
mismo en los puertos y en las aguas. Y finalmente dice que, cuando el
que lo ve le es tanta la admiración, cuánto más será a quien lo oyere, y
que nadie lo podrá creer si no lo viere.
Lunes, 26 de noviembre
Al salir el sol levantó las anclas del puerto de Santa
Catalina, adonde estaba dentro de la isla Llana, y navegó de luengo de
la costa con poco viento Sudoeste al camino del Cabo del Pico, que era
al Sudeste. Llegó al Cabo tarde, porque le calmó el viento, y, llegado,
vio al Sudeste cuarta del Este otro cabo que estaría de él sesenta
millas, y de allí vio otro cabo que estaría hacia el navío al Sudeste
cuarta del Sur, y parecióle que estaría de él veinte millas, al cual
puso nombre el Cabo de Campana, al cual no pudo llegar de día porque le
tornó a calmar del todo el viento. Andaría en todo aquel día treinta y
dos millas, que son ocho leguas; dentro de las cuales notó y marcó nueve
puertos muy señalados, los cuales todos los marineros hacían
maravillas, y cinco ríos grandes, porque iba siempre junto con tierra
para verlo bien todo. Toda aquella tierra es montañas altísimas muy
hermosas, y no secas ni de peñas sino todas andables y valles
hermosísimos. Y así los valles como las montañas eran llenos de árboles
altos y frescos, que es gloria mirarlos, y parecía que eran muchos
pinales. Y también detrás del dicho Cabo del Pico, de la parte del
Sudeste, están dos isletas que tendrán cada una en cerco dos leguas y
dentro de ellas tres maravillosos puertos y dos grandes ríos. En toda
esta costa no vio poblado ninguno desde la mar; podría ser haberlo, y
hay señales de ello, porque donde quiera que saltaban en tierra hallaban
señales de haber gente y fuegos muchos. Estimaba que la tierra que hoy
vio de la parte Sudeste del Cabo de Campana era la isla que llamaban los
indios Bohío: parécelo porque el dicho cabo está apartado de aquella
tierra. Toda la gente que hasta hoy ha hallado dice que tiene grandísimo
temor de los Caniba o Canima, y dicen que viven en esta isla de Bohío,
la cual debe ser muy grande, según le parece y cree que van a tomar a
aquellos a sus tierras y casas, como sean muy cobardes y no saber de
armas. Y a esta causa le parecía que aquellos indios que traía no suelen
poblarse a la costa de la mar, por ser vecinos a esta tierra, los
cuales dice que después que le vieron tomar la vuelta de esta tierra no
podían hablar temiendo que los habían de comer, y no les podía quitar el
temor, y decían que no tenían sino un ojo y la cara de perro, y creía
el Almirante que mentían, y sentía el Almirante que debían de ser del
señorío del Gran Can, que los cautivaban.
Martes, 27 de noviembre
Ayer al poner del sol llegó cerca de un cabo, que llamó
Campana, y porque el cielo claro y el viento poco no quiso ir a tierra a
surgir, aunque tenía de sotavento cinco o seis puertos maravillosos,
porque se detenía más de lo que quería por el apetito y deleitación que
tenía y recibía de ver y mirar la hermosura y frescura de aquellas
tierras donde quiera que entraba, y por no se tardar en proseguir lo que
pretendía. Por estas razones se tuvo aquella noche a la corda y
temporejar hasta el día. Y porque los aguajes y corrientes lo habían
echado aquella noche más de cinco o seis leguas al Sudeste adelante de
donde había anochecido y le había parecido la tierra de Campana; y
allende aquel cabo parecía una grande entrada que mostraba dividir una
tierra de otra y hacía como isla en medio, acordó volver atrás con
viento Sudoeste, y vino adonde le había parecido la abertura, y halló
que no era sino una grande bahía, y al cabo de ella, de la parte del
Sudeste, un cabo, en el cual hay una montaña alta y cuadrada que parecía
isla. Saltó el viento en el Norte y tomó a tomar la vuelta del Sudeste,
por correr la costa y descubrir todo lo que allí hubiese. Y vio luego
al pie de aquel Cabo de Campana un puerto maravilloso y un gran río, y
de allí a un cuarto de legua otro río, y de allí a media legua otro río,
y dende a media legua otro río, y dende a otra otro río, y dende a otro
cuarto, otro río, y dende a otra legua otro río grande, desde el cual
hasta el Cabo de Campana habría veinte millas, y le quedaban al Sudeste.
Y los más de estos ríos tenían grandes entradas y anchas y limpias, con
sus puertos maravillosos para naos grandísimas, sin bancos de arena ni
de peña ni restingas. Viniendo así por la costa a la parte del Sudeste
del dicho postrero río halló una grande población, la mayor que hasta
hoy haya hallado, y vio venir infinita gente a la ribera de la mar dando
grandes voces, todos desnudos, con sus azagayas en la mano. Deseó
hablar con ellos y amainó las velas, y surgió y envió las barcas de la
nao y de la carabela por manera ordenados que no hiciesen daño alguno a
los indios ni lo recibiesen, mandando que les diesen algunas cosillas de
aquellos rescates. Los indios hicieron ademanes de no los dejar saltar
en tierra y resistirlos. Y viendo que las barcas se allegaban más a
tierra y que no les habían miedo, se apartaron de la mar. Y creyendo que
saliendo dos o tres hombres de las barcas no temieran, salieron dos
cristianos diciendo que no hubiesen miedo en su lengua, porque sabían
algo de ella por la conversación de los que traen consigo. En fin,
dieron todos a huir, que ni grande ni chico quedó. Fueron los tres
cristianos a las casas, que son de paja y de la hechura de las otras que
habían visto, y no hallaron a nadie ni cosa en alguna de ellas.
Volviéronse a los navíos y alzaron velas a mediodía, para ir a un cabo
hermoso que quedaba al Este, que habría hasta él ocho leguas. Habiendo
andado media legua por la misma bahía, vio el Almirante a la parte del
Sur un singularísimo puerto, y de la parte del Sudeste unas tierras
hermosas a maravilla, así como una vega montuosa dentro en estas
montañas, y parecían grandes humos y grandes poblaciones en ella, y las
tierras muy labradas; por lo cual determinó de se bajar a este puerto y
probar si podía haber lengua o práctica con ellos, el cual era tal que,
si a los otros puertos había alabado, éste dice que alababa más con las
tierras y templanza y comarca de ellas y población. Dice maravillas de
la lindeza de la tierra y de los árboles, donde hay pinos y palmas, y de
la grande vega, que aunque no es llana de llano que va al Sursudeste,
pero es llana de montes llanos y bajos, la más hermosa cosa del mundo, y
salen por ella muchas riberas de agua que descienden de estas montañas.
Después de surgida la nao, saltó el Almirante en la barca para sondear
el puerto, que es como una escudilla; y cuando fue frontero de la boca
al Sur halló una entrada de un río que tenía de anchura que podía entrar
una galera por ella y de tal manera que no se veía hasta que se llegase
a ella y, entrando por ella tanto como longura de la barca tenía cinco
brazas y de ocho de hondo. Andando por ella fue cosa maravillosa ver las
arboledas y frescuras y el agua clarísima y las aves y la amenidad, que
dice que le parecía que no quisiera salir de allí. Iba diciendo a los
hombres que llevaba en su compañía que para hacer relación a los Reyes
de las cosas que veían no bastaran mil lenguas a referirlo ni su mano
para lo escribir, que le parecía que estaba encantado. Deseaba que
aquello vieran muchas otras personas prudentes y de crédito, de las
cuales dice ser cierto que no encarecieran estas cosas menos que él.
Dice más el Almirante aquí estas palabras: «Cuánto será el beneficio que
de aquí se puede haber, yo no lo escribo. Es cierto, Señores Príncipes,
que donde hay tales tierras que debe haber infinitas cosas de provecho,
mas yo no me detengo en ningún puerto, porque querría ver todas las más
tierras que yo pudiese para hacer relación de ellas a Vuestras Altezas,
y también no sé la lengua, y la gente de estas tierras no me entienden,
ni yo ni otro que yo tenga a ellos. Y estos indios que yo traigo muchas
veces les entiendo una cosa por otra al contrario, ni fío mucho de
ellos, porque muchas veces han probado a huir. Mas ahora, placiendo a
Nuestro Señor, veré lo más que yo pudiere, y poco a poco andaré
entendiendo y conociendo y haré enseñar esta lengua a personas de mi
casa, porque veo que es toda lengua una hasta aquí; y después se sabrán
los beneficios y se trabajará de hacer todos estos pueblos cristianos
porque de ligero se hará, porque ellos no tienen secta ninguna ni son
idólatras, y Vuestras Altezas mandarán hacer en estas partes ciudad y
fortaleza y se convertirán estas tierras. Y certifico a Vuestras Altezas
que debajo del sol no me parece que las pueda haber mejores en
fertilidad, en temperancia de frío y calor, en abundancia de aguas
buenas y sanas, y no como los ríos de Guinea, que son todos pestilencia,
porque, loado Nuestro Señor, hasta hoy de toda mi gente no ha habido
persona que le haya mal de cabeza ni estado en cama por dolencia, salvo
un viejo de dolor de piedra, de que él estaba toda su vida apasionado, y
luego sanó al cabo de dos días. Esto que digo es en todos tres navíos.
Así que placerá a Dios que Vuestras Altezas enviarán acá o vendrán
hombres doctos y verán después la verdad de todo. Y porque atrás tengo
hablado del sitio de villa y fortaleza en el río de Mares, por el buen
puerto y por la comarca, es cierto que todo es verdad lo que yo dije,
mas no hay ninguna comparación de allá aquí, ni de la mar de Nuestra
Señora; porque aquí debe haber infra la tierra grandes poblaciones y
gente innumerable y cosas de grande provecho, porque aquí y en todo lo
otro descubierto y tengo esperanza de descubrir antes que yo vaya a
Castilla, digo que tendrá la cristiandad negociación en ellas, cuanto
más la España, a quien debe estar sujeto todo. Y digo que Vuestras
Altezas no deben consentir que aquí trate ni haga pie ningún extranjero,
salvo católicos cristianos, pues esto fue el fin y el comienzo del
propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión
cristiana, ni venir a estas partes ninguno que no sea buen cristiano.»
Todas son sus palabras. Subió allí por el río arriba y halló unos brazos
del río, y, rodeando el puerto, halló a la boca del río estaban unas
arboledas muy graciosas, como una muy deleitable huerta, y allí halló
una almadía o canoa, hecha de un madero tan grande como una fusta de
doce bancos, muy hermosa, varada debajo de una atarazana o ramada hecha
de madera y cubierta de grandes hojas de palma, por manera que ni el sol
ni el agua le podían hacer daño. Y dice que allí era el propio lugar
para hacer una villa o ciudad y fortaleza por el buen puerto, buenas
aguas y tierras, buenas comarcas y mucha leña.
Miércoles, 28 de noviembre
Estúvose en aquel puerto aquel día porque llovía y hacía
gran cerrazón, aunque podía correr toda la costa con el viento, que era
Sudoeste; y fuera a popa, pero porque no pudiera ver bien la tierra, y
no sabiéndola es peligroso a los navíos, no se partió. Salieron a tierra
la gente de los navíos y entraron algunos de ellos un rato por la
tierra adentro a lavar su ropa. Hallaron grandes poblaciones y las casas
vacías, porque se habían huido todos. Tornáronse por otro río abajo,
mayor que aquel donde estaban en el puerto.
Jueves, 29 de noviembre
Porque llovía y el cielo estaba de la manera cerrado, no se
partió. Llegaron algunos de los cristianos a otra población cerca de la
parte de Noroeste, y no hallaron en las casas a nadie ni nada. Y en el
camino toparon con un viejo que no les pudo huir; tomáronle y dijéronle
que no le querían hacer mal, y diéronle algunas cosillas del rescate y
dejáronlo. El Almirante quisiera verlo para vestirlo y tomar lengua de
él, porque le contentaba mucho la felicidad de aquella tierra y
disposición que para poblar en ella había, y juzgaba que debía de haber
grandes poblaciones. Hallaron en una casa un pan de cera, que trajo a
los Reyes, y dice que donde cera hay también debe haber otras mil cosas
buenas. Hallaron también los marineros en una casa una cabeza de hombre
dentro de un cestillo cubierto con otro cestillo y colgado de un poste
de la casa, y de la misma manera hallaron otra en otra población.Creyó
el Almirante que debía ser de algunos Principales de linaje, porque
aquellas casas eran de manera que se acogen en ellas mucha gente en una
sola, y deben ser parientes descendientes de uno solo.
Viernes, 30 de noviembre
No se pudo partir, porque el viento era Levante muy
contrario a su camino. Envió ocho hombres bien armados y con ellos dos
indios de los que traía, para que viesen aquellos pueblos de la tierra
dentro y por haber lengua. Llegaron a muchas casas y no hallaron a nadie
ni nada, que todos se habían huido. Vieron cuatro mancebos que estaban
cavando en sus heredades. Así como vieron los cristianos dieron a huir;
no los pudieron alcanzar. Anduvieron dice que mucho camino. Vieron
muchas poblaciones y tierra fertilísima y toda labrada y grandes riberas
de agua, y cerca de una vieron una almadía o canoa de noventa y cinco
palmos de longura de un solo madero, muy hermosa, y que en ella cabrían y
navegarían ciento cincuenta personas.
Sábado, 1 de diciembre
No se partió, por la misma causa del viento contrario y
porque llovía mucho. Asentó una cruz grande a la entrada de aquel puerto
que creo llamó el Puerto Santo, sobre unas peñas vivas. La punta es
aquella que está a la parte del Sudeste, a la entrada del puerto, y
quien hubiere de entrar en este puerto se debe llegar más sobre la parte
del Noroeste a aquella punta que sobre la otra del Sudeste; puesto que
al pie de ambas, junto con la peña, hay doce brazas de hondo y muy
limpio. Más a la entrada del puerto, sobre la punta del Sudeste, hay una
baja que sobreagua, la cual dista de la punta tanto que se podría pasar
entre medias, habiendo necesidad, porque al pie de la baja y del cabo
todo es fondo de doce y de quince brazas, y a la entrada se ha de poner
la proa al Sudoeste.
Domingo, 2 de diciembre
Todavía fue contrario el viento y no pudo partir; dice que
todas las noches del mundo vienta terral, y que todas las naos que allí
estuvieren no hayan miedo de toda la tormenta del mundo, porque no puede
recalar dentro por una baja que está al principio del puerto, etc. En
la boca de aquel río dice que halló un grumete ciertas piedras que
parecen tener oro; trájolas para mostrar a los Reyes. Dice que hay por
allí, a tiro de lombarda, grandes ríos.
Lunes, 3 de diciembre
Por causa de que hacía siempre tiempo contrario, no partía
de aquel puerto, y acordó de ir a ver un cabo muy hermoso un cuarto de
legua del puerto de la parte del Sudeste. Fue con las barcas y alguna
gente armada. Al pie del cabo había una boca de un buen río, puesta la
proa al Sudeste para entrar, y tenía cien pasos de anchura; tenía una
braza de fondo a la entrada o en la boca; pero dentro había doce brazas,
y cinco, y cuatro, y dos, y cabrían en él cuantos navíos hay en España.
Dejando un brazo de aquel río fue al Sudeste y halló una caleta en que
vio cinco muy grandes almadías que los indios llaman canoas, como fustas
muy hermosas y labradas que dice era placer verlas, y al pie del monte
vio todo labrado. Estaban debajo de árboles muy espesos, y yendo por un
camino que salía a ellas fueron a dar a una atarazana muy bien ordenada y
cubierta, que ni sol ni agua no les podía hacer daño, y debajo de ella
había otra canoa hecha de un madero como las otras, como una fusta de
diecisiete bancos. Era placer ver las labores que tenía y su hermosura.
Subió una montaña arriba y después hallóla toda llana y sembrada de
muchas cosas de la tierra y calabazas, que era gloria verla; y en medio
de ella estaba una gran población. Dio de súbito sobre la gente del
pueblo, y, como los vieron, hombres y mujeres dan de huir. Aseguróles el
indio que llevaba consigo de los que traía, diciendo que no hubiesen
miedo, que gente buena era. Hízolos dar el Almirante cascabeles y
sortijas de latón y cuentezuelas de vidrio verdes y amarillas, con que
fueron muy contentos, visto que no tenían oro ni otra cosa preciosa y
que bastaba dejarlos seguros y que toda la comarca era poblada y huidos
los demás de miedo (y certifica el Almirante a los Reyes que diez
hombres hagan huir a diez mil: tan cobardes y medrosos son que ni traen
armas, salvo unas varas, y en el cabo de ellas un palillo agudo
tostado), acordó volverse. Dice que las varas se las quitó todas con
buena maña, rescatándoselas de manera que todas las dieron. Tornados
adonde habían dejado las barcas, envió ciertos cristianos al lugar por
donde subieron, porque le había parecido que había visto un gran
colmenar. Antes de que viniesen los que habían enviado, ajuntáronse
muchos indios y vinieron a las barcas donde ya se había el Almirante
recogido con su gente toda; uno de ellos se adelantó en el río junto con
la popa de la barca e hizo una grande plática que el Almirante no
entendía, salvo que los otros indios de cuando en cuando alzaban las
manos al cielo y daban una grande voz. Pensaba el Almirante que lo
aseguraban y que les placía de su venida; pero vio al indio que consigo
traía demudarse la cara y amarillo como la cera, y temblaba mucho,
diciendo por señas que el Almirante se fuese fuera del río, que los
querían matar, y llegóse a un cristiano que tenía una ballesta armada y
mostróla a los indios, y entendió el Almirante que los decía que los
matarían todos, porque aquella ballesta tiraba lejos y mataba. También
tomó una espada y la sacó de la vaina, mostrándola diciendo lo mismo; lo
cual oído por ellos dieron todos en huir, quedando todavía temblando el
dicho indio de cobardía y poco corazón, y era hombre de buena estatura y
recio. No quiso el Almirante salir del río; antes hizo remar en tierra
hacia donde ellos estaban, que eran muy muchos, todos tintos de colorado
y desnudos como su madre los parió, y alguno de ellos con penachos en
la cabeza y otras plumas, todos con sus manojos de azagayas. «Lleguéme a
ellos y diles algunos bocados de pan y demandéles las azagayas, y
dábales por ellas a unos un cascabelito, a otros una sortijuela de
latón, a otros unas cuentezuelas; por manera que todos se apaciguaron y
vinieron todos a las barcas y daban cuanto tenían por cualquiera cosa
que les daban. Los marineros habían muerto una tortuga y la cáscara
estaba en la barca en pedazos, y los grumetes dábanles de ella como la
una y los indios les daban un manojo de azagayas. Ellos son gente como
los otros que he hallado -dice el Almirante-, y de la misma creencia, y
creían que veníamos del cielo; y de lo que tienen luego lo dan por
cualquier cosa que les den, sin decir que es poco, y creo que así harían
de especiería y de oro si lo tuviesen. Vi una casa hermosa no muy
grande y de dos puertas, porque así son todas, y entré en ella y vi una
obra maravillosa, como cámaras hechas por una cierta manera que no lo
sabría decir, y colgando al cielo de ella caracoles y otras cosas. Yo
pensé que era templo y los llamé y dije por señas si hacían en ella
oración; dijeron que no, y subió uno de ellos arriba y me daba todo
cuanto allí había, y de ello tomé algo.»
Martes, 4 de diciembre
Hízose a la vela con poco viento y salió de aquel puerto
que nombró Puerto Santo. A las dos leguas vio un buen río de que ayer
habló. Fue de luengo de costa, y corríase toda la tierra, pasado el
dicho cabo, Essueste y Oesnoroeste hasta el Cabo Lindo, que está al cabo
del Monte al Este cuarta del Sudeste, y hay de uno a otro cinco leguas.
Del cabo del Monte a legua y media hay un gran río algo angosto;
pareció que tenía buena entrada y era muy hondo. Y de allí a tres
cuartos de legua vio otro grandísimo río, y debe venir de muy lejos. En
la boca tenía cien pasos y en ella ningún banco, y en la boca ocho
brazas y buena entrada: porque lo envió a ver y sondar con la barca, y
tiene el agua dulce hasta dentro en la mar, y es de los caudalosos que
había hallado, y debe haber grandes poblaciones. Después del Cabo Lindo
hay una grande bahía que sería buen paso por Esnordeste y Sudeste y
Sur-sudoeste.
Miércoles, 5 de diciembre
Toda esta noche anduvo a la corda sobre el Cabo Lindo,
adonde anocheció por ver la tierra que iba al Este; y al salir del sol
vio otro cabo al Este a dos leguas y media. Pasado aquél, vio que la
costa volvía al Sur y tomaba del Sudoeste, y vio luego un cabo muy
hermoso y alto a la dicha derrota, y distaba de ese otro siete leguas.
Quisiera ir allá, pero por el deseo que tenía de ir a la isla de
Babeque, que le quedaba, según decían los indios que llevaban, al
Nordeste, lo dejó. Tampoco pudo ir al Babeque, porque el viento que
llevaba era Nordeste. Yendo así, miró al Sudeste y vio tierra y era una
isla muy grande, de la cual tenía dice que información de los indios, a
que llamaban ellos Bohío, poblada de gente. De esta gente dice que los
de Cuba o Juana y de todas estas otras islas tienen gran miedo, porque
dice que comían los hombres. Otras cosas le contaban los dichos indios,
por señas, muy maravillosas: mas el Almirante no dice que las creía,
sino que debían tener más astucia y mejor ingenio los de aquella isla
Bohío para los cautivar que ellos, porque eran muy flacos de corazón.
Así que porque el tiempo era Nordeste y tomaba del Norte, determinó
dejar a Cuba o Juana, que hasta entonces había tenido por tierra firme
por su grandeza, porque bien habría andado en un paraje ciento y veinte
leguas; y partió al Sudeste cuarta del Este. Puesto que la tierra que él
había visto se hacía al Sudeste, daba este resguardo porque siempre el
viento rodea el Norte para el Nordeste y de allí al Este y Sudeste.
Cargó mucho el viento y llevaba todas sus velas, la mar llana y la
corriente que le ayudaba, por manera que hasta la una después de medio
día desde la mañana hacía de camino ocho millas por hora, y eran seis
horas aún no cumplidas, porque dice que allí eran las noches cerca de
quince horas. Después anduvo diez millas por hora; y así andaría hasta
poner del sol ochenta y ocho millas, que son veintidós leguas, todo al
Sudeste. Y porque se hacía noche, mandó a la carabela Niña que se
adelantase para ver con el día el puerto, porque era velera, y llegando a
la boca del puerto, que era como la bahía de Cádiz, y porque era ya de
noche, envió a su barca que sondease el puerto, la cual llevó lumbre de
candela; y antes que el Almirante llegase adonde la carabela estaba
barloventeando y esperando que la barca le hiciese señas para entrar en
el puerto, apagósele la lumbre a la barca. La carabela, como no vio
lumbre, corrió de largo e hizo lumbre al Almirante, y, llegado a ella,
contaron lo que había acaecido. Estando en esto, los de la barca
hicieron otra lumbre: la carabela fue a ella, y el Almirante no pudo, y
estuvo toda aquella noche barloventeando.
Jueves, 6 de diciembre
Cuando amaneció, se halló cuatro leguas del puerto. Púsole
nombre Puerto María, y vio un cabo hermoso al Sur cuarta del Sudoeste,
al cual puso nombre Cabo de la Estrella, y parecióle que era la postrera
tierra de aquella isla hacia el Sur; y estaría el Almirante de él
veintiocho millas. Parecíale otra tierra como isla no grande al Este, y
estaría de él a cuarenta millas. Quedábale otro cabo muy hermoso y bien
hecho, a quien puso nombre Cabo del Elefante, al Este cuarta del
Sudeste, y distábale ya cincuenta y cuatro millas. Quedábale otro cabo
al Essueste, al que puso nombre del Cabo Cinquin; estaría de él
veintiocho millas. Quedábale una gran escisura o abertura o abra a la
mar, que le pareció ser río, al Sudeste, y tomaba de la cuarta del Este,
habría de él a la abra veinte millas. Parecíale que entre el Cabo del
Elefante del de Cinquin había una grandísima entrada, y algunos de los
marineros decían que era apartamiento de isla; a aquélla puso por nombre
la Isla de la Tortuga. Aquella isla grande parecía altísima tierra, no
cerrada con montes, sino rasa como hermosas campiñas, y parece toda
labrada o grande parte de ella, y parecían las sementeras como trigo en
el mes de mayo en la campiña de Córdoba. Viéronse muchos fuegos aquella
noche, y de día muchos humos como atalayas, que parecía estar sobre
aviso de alguna gente con quien tuviesen guerra. Toda la costa de esta
tierra va al Este. A hora de vísperas entró en el puerto dicho, y púsole
nombre Puerto de San Nicolao, porque era el día de San Nicolás, por
honra suya, y a la entrada de él se maravilló de su hermosura y bondad. Y
aunque tiene mucho alabados los puertos de Cuba, pero sin duda dice él
que no es menos éste, antes los sobrepuja y ninguno le es semejante. En
boca y entrada tiene legua y media de ancho, y se pone la proa al
Sursudeste, puesto que por la grande anchura se puede poner la proa
adonde quisieren. Va de esta manera al Sursudeste dos leguas; y a la
entrada de él por la parte del Sur se hace como una angla, y de allí se
sigue así igual hasta el cabo, adonde está una playa muy hermosa y un
campo de árboles de mil maneras y todos cargados de frutas, que creía el
Almirante ser de especiería y nueces moscadas, sino que no estaban
maduras y no se conocía, y un río en medio de la playa. El fondo de este
puerto es maravilloso, que hasta llegar a la tierra en longura de una
nao no llegó la sondaresa o plomada al fondo con cuarenta brazas, y hay
hasta esta longura el fondo de quince brazas y muy limpio; y así es todo
el dicho puerto de cada cabo, hondo dentro una pasada de tierra de
quince brazas, y limpio; y de esta manera es toda la costa, muy hondable
y limpia, que no parece una sola baja, y al pie de ella, tanto como
longura de un remo de barca de tierra, tiene cinco brazas. Y después de
la longura de dicho puerto, yendo al Sursudeste (en la cual longura
pueden barloventear mil carracas), bojó un brazo del puerto al Nordeste
por la tierra dentro de una grande media legua, y siempre en una misma
anchura, como que lo hicieran por un cordel; el cual queda de manera
que, estando en aquel brazo, que será de anchura de veinticinco pasos,
no se puede ver la boca de la entrada grande, de manera que queda puerto
cerrado, y el fondo de este brazo es así en el comienzo hasta el fin de
once brazas, y todo base o arena limpia, y hasta tierra y poner los
bordes en las hierbas tiene ocho brazas. Es todo el puerto muy airoso y
desabahado, de árboles raso. Toda esta isla le pareció de más peñas que
ninguna otra que haya hallado: los árboles más pequeños, y muchos de
ellos de la naturaleza de España, como carrascos y madroños y otros, y
lo mismo de las hierbas. Es tierra muy alta, y toda campiña o rasa y de
muy buenos aires, y no se ha visto tanto frío como allí, aunque no es de
contar por frío, mas díjolo al respecto de las otras tierras. Hacia
enfrente de aquel puerto una hermosa vega, y en medio de ella el río
susodicho; y en aquella comarca, dice, debe haber grandes poblaciones
según se veían las almadías con que navegan tantas y tan grandes de
ellas como una fusta de quince bancos. Todos los indios huyeron y huían
como veían los navíos. Los que consiguió de las isletas traía, tenían
tanta gana de ir a su tierra que pensaba, dice el Almirante, que,
después que se partiese de allí, los tenía de llevar a sus casas, y que
ya lo tenían por sospechoso porque no llevaba el camino de su casa, por
lo cual dice que ni les creía lo que le decían, ni los entendía bien ni
ellos a él, y dice que habían el mayor miedo del mundo de la gente de
aquella isla. Así que, por querer haber lengua con la gente de aquella
isla, le fuera necesario detenerse algunos días en aquel puerto, pero no
lo hacia por ver mucha tierra y por dudar que el tiempo le duraría.
Esperaba en Nuestro Señor que los indios que traía sabrían su lengua y
él la suya, y después tornaría, y hablará con aquella gente, y placerá a
Su Majestad, dice él, que hallará algún buen rescate de oro antes que
vuelva.
Viernes, 7 de diciembre
Al rendir del cuarto del alba, dio las velas y salió de
aquel Puerto de San Nicolás y navegó con el viento Sudoeste al Nordeste
dos leguas, hasta un cabo que hace el Cheranero, y quedábale al Sudeste
un angla y el Cabo de la Estrella al Sudoeste, y distaba del Almirante
veinte y cuatro millas. De allí navegó al Este, luengo de costa hasta el
cabo Cinquin, que sería cuarenta y ocho millas; verdad es que las
veinte fueron al Este cuarta del Nordeste, y aquella costa es tierra
toda muy alta y muy grande fondo; hasta dar en tierra es de veinte y
treinta brazas, y fuera tanto como un tiro de lombarda no se halla
fondo, lo cual todo lo probó el Almirante aquel día por la costa, mucho a
su placer con el viento Sudoeste. El angla que arriba dijo llega dice
que al Puerto de San Nicolás tanto como tiro de una lombarda, que si
aquel espacio se atajase y cortase quedaría hecho isla, lo demás bojaría
en el cerco tres o cuatro millas. Toda aquella tierra era muy alta y no
de árboles grandes sino como carrascos y madroños, propia, dice, que
tierra de Castilla. Antes que llegase al dicho cabo de Cinquin con dos
leguas, halló una anglezuela como la abertura de una montaña, por la
cual descubrió un valle grandísimo, y violo todo sembrado como cebadas, y
sintió que debía de haber en aquel valle grandes poblaciones, y a las
espaldas de él había grandes montañas y muy altas. Y cuando llegó al
Cabo de Cinquin, le demoraba el Cabo de la Tortuga al Nordeste, y habría
treinta y dos millas, y sobre este Cabo Cinquin, a tiro de una
lombarda, está una peña en la mar que sale en alto que se puede ver
bien; y, estando el Almirante sobre dicho cabo, le demoraba el Cabo del
Elefante al Este cuarta del Sudeste, y habría hasta él setenta millas, y
toda tierra muy alta. Y a cabo de seis leguas halló una grande angla, y
vio por la tierra dentro muy grandes valles y campiñas y montañas
altísimas, todo a semejanza de Castilla. Y dende a ocho millas halló un
río muy hondo, sino que era angosto, aunque bien pudiera entrar en él
una carraca, y la boca todavía sin banco ni bajas. Y dende a dieciséis
millas halló un puerto muy ancho y muy hondo, hasta no hallar fondo en
la entrada ni a las bordas a tres pasos, salvo quince brazas, y va
dentro un cuarto de legua. Y puesto que fuese aún muy temprano, como la
una después de mediodía, y el viento era a popa y recio, pero porque el
cielo mostraba querer llover mucho y había gran cerrazón, que es
peligrosa aun para la tierra que se sabe, cuanto más en la que no se
sabe, acordó entrar en el puerto, al cual llamó Puerto de la Concepción,
y salió a tierra en un río no muy grande que está al cabo del puerto,
que viene por unas vegas y campiñas que era una maravilla ver su
hermosura. Llevó redes para pescar, y antes que llegase a tierra saltó
una lisa como las de España propia en la barca, que hasta entonces no
había visto peces que pareciesen a los de Castilla. Los marineros
pescaron y mataron otras, y lenguados y otros peces como los de
Castilla. Anduvo un poco por aquella tierra que es toda labrada, y oyó
cantar el ruiseñor y otros pajaritos como los de Castilla. Vieron cinco
hombres, mas no les quisieron aguardar sino huir. Halló arrayán y otros
árboles y hierbas como los de Castilla, y así es la tierra y las
montañas.
Sábado, 8 de diciembre
Allí en aquel puerto les llovió mucho con viento Norte muy
recio: el puerto es seguro de todos los vientos excepto Norte, puesto
que no le puede hacer daño alguno, porque la resaca es grande, que no da
lugar a que la nao vire sobre las amarras ni el agua del río. Después
de medianoche se tomó el viento al Nordeste y después al Este, de los
cuales vientos es aquel puerto bien abrigado por la isla de la Tortuga,
que está frontera treinta y seis millas.
Domingo, 9 de diciembre
Este día llovió e hizo tiempo de invierno como en Castilla
por octubre. No había visto población sino una casa muy hermosa en el
Puerto de San Nicolás, y mejor hecha que en otras partes de las que
había visto. La isla es muy grande, y dice el Almirante que no será
mucho que boje doscientas leguas: ha visto que es toda muy labrada;
creía que debían ser las poblaciones lejos de la mar de donde ven cuando
llegaba, y así huían todos y llevaban consigo todo lo que tenían y
hacían ahumadas como gente de guerra. Este puerto tiene en la boca mil
pasos, que es un cuarto de legua: en ella ni hay banco ni baja, antes no
se halla casi fondo hasta en tierra a la orilla de la mar, y hacia
dentro, en luengo, va tres mil pasos todo limpio y basa, que cualquiera
nao puede surgir en él sin miedo y entrar sin resguardo. Al cabo de él
tiene dos bocas de ríos que traen poca agua; enfrente de él hay unas
vegas las más hermosas del mundo y casi semejables a las tierras de
Castilla, antes éstas tienen ventaja, por lo cual puso nombre a la dicha
isla la Isla Española.
Lunes, 10 de diciembre
Ventó mucho el Nordeste, e hízole garrar las anclas medio
cable, de que se maravilló el Almirante, y echólo a que las anclas
estaban mucho a tierra y venía sobre ella el viento. Y visto que era
contrario para ir donde pretendía, envió seis hombres bien aderezados de
armas a tierra, que fuesen dos o tres leguas dentro en la tierra para
ver si pudieran haber lengua. Fueron y volvieron no habiendo hallado
gente ni casas: hallaron empero unas cabañas y caminos muy anchos y
lugares donde habían hecho lumbre muchos; vieron las mejores tierras del
mundo y hallaron árboles de almáciga muchos, y trajeron de ella y
dijeron que había mucha, salvo que no es ahora el tiempo para cogerla,
porque no cuaja.
Martes, 11 de diciembre
No partió por el viento, que todavía era Este y Nordeste.
Frontero de aquel puerto, como está dicho, está la isla de la Tortuga, y
parece grande isla, y va la costa de ella casi como la Española, y
puede haber de la una a la otra, a lo más, diez leguas; conviene a
saber, desde el Cabo de Cinquin a la cabeza de la Tortuga; después la
costa de ella se corre al Sur. Dice que quería ver el entremedio de
estas dos islas por ver la isla Española, que es la más hermosa cosa del
mundo, y porque, según le decían los indios que traía, por allí se
había de ir a la isla de Babeque, los cuales le decían que era isla muy
grande y de muy grandes montañas y ríos y valles, y decían que la isla
de Bohío era mayor que la Juana a que llaman Cuba, y que no está cercada
de agua, y parece dar a entender ser tierra firme, que es aquí detrás
de esta Española, a que ellos llaman Caritaba, y que es cosa infinita, y
casi traen razón que ellos sean trabajados de gente astuta, porque
todas estas islas viven con gran miedo de los de Caniba, «y así torno a
decir como otras veces dije -dice él- que Caniba no es otra cosa sino la
gente del Gran Can, que debe ser aquí muy vecino, y tendrá navíos y
vendrán a cautivarlos, y como no vuelven creen que se los han comido.
Cada día entendemos más a estos indios y ellos a nosotros, puesto que
muchas veces hayan entendido uno por otro», dice el Almirante. Envió
gente a tierra, hallaron mucha almáciga sin cuajarse; dice que las aguas
lo deben hacer, y que en Xío lo cogen por marzo, y que en enero la
cogerían en aquestas tierras por ser tan templadas. Pescaron muchos
pescados como los de Castilla, albures, salmones, pijotas, gallos,
pámpanos, lisas, corvinas, camarones, y vieron sardinas; hallaron mucho
liñáloe.
Miércoles, 12 de diciembre
No partió aqueste día, por la misma causa del viento
contrario dicha. Puso una gran cruz a la entrada del puerto de la parte
del Oeste, en un alto muy vistoso, «en señal -dice él- que Vuestras
Altezas tienen la tierra por suya, y principalmente por señal de
Jesucristo Nuestro Señor y honra de la Cristiandad»; la cual puesta,
tres marineros metiéronse por el bosque a ver los árboles y hierbas, y
oyeron un gran golpe de gente, todos desnudos como los de atrás, a los
cuales llamaron y fueron tras ellos, pero dieron los indios a huir, y,
finalmente tomaron una mujer, que no pudieron más, «porque yo -dice él-
les había mandado que tomasen algunos para honrarlos y hacerles perder
el miedo y si hubiesen alguna cosa de provecho, como no parece poder ser
otra cosa según la hermosura de la tierra; y así trajeron una mujer muy
moza y hermosa a la nao, y habló con aquellos indios, porque todos
tenían una lengua». Hízola el Almirante vestir y diole cuentas de vidrio
y cascabeles y sortija de latón y tornóla a enviar a tierra muy
honradamente, según su costumbre; envió algunas personas de la nao con
ella, y tres de los indios que llevaba consigo, porque hablasen con
aquella gente. Los marineros que iban en la barca, cuando la llevaban a
tierra, dijeron al Almirante que ya no quisiera salir de la nao, sino
quedarse con las otras mujeres indias que había hecho tomar en el puerto
de Mares de la isla Juana de Cuba. Todos estos indios que venían con
aquella india dice que venían en una canoa, que es su carabela en que
navegan, de alguna parte, y cuando asomaron a la entrada del puerto y
vieron los navíos, volviéronse atrás y dejaron la canoa por allí en
algún lugar y fuéronse camino de su población. Ella mostraba el paraje
de la población. Traía esta mujer un pedacito de oro en la nariz, que
era señal que había en aquella isla oro.
Jueves, 13 de diciembre
Volvieron los tres hombres que había enviado el Almirante
con la mujer a tres horas de la noche, y no fueron con ella hasta la
población, porque les pareció lejos o porque tuvieron miedo. Dijeron que
otro día vendría mucha gente a los navíos, porque ya debían de estar
asegurados por las nuevas que daría la mujer. El Almirante, con deseo de
saber si había alguna cosa de provecho en aquella tierra, y por haber
alguna lengua con aquella gente por ser la tierra tan hermosa y fértil, y
tomasen gana de servir a los Reyes, determinó de tornar a enviar a la
población, confiando en las nuevas que la india habría dado de los
cristianos ser buena gente, para lo cual escogió nueve hombres bien
aderezados de armas y aptos para semejante negocio, con los cuales fue
un indio de los que traía. Estos fueron a la población que estaba cuatro
leguas y media al Sudeste, la cual hallaron en un grandísimo valle y
vacía, porque, como sintieron ir los cristianos, todos huyeron, dejando
cuanto tenían, la tierra dentro. La población era de mil casas y de más
de mil hombres. El indio que llevaban los cristianos corrió tras ellos
dando voces, diciendo que no hubiesen miedo, que los cristianos no eran
de Cariba, mas antes eran del cielo, y que daban muchas cosas hermosas a
todos los que hallaban. Tanto les impresionó lo que decía, que se
aseguraron y vinieron juntos de ellos más de dos mil, y todos venían a
señal de gran reverencia y amistad, los cuales estaban todos temblando
hasta que mucho los aseguraron. Dijeron los cristianos que, después que
ya estaban sin temor, iban todos a sus casas, y cada uno les traía de lo
que tenía de comer, que es pan de niames, que son unas raíces como
rábanos grandes que nacen, que siembran y nacen y plantan en todas sus
tierras, y es su vida, y hacen de ellas pan y cuecen y asan y tienen
sabor propio de castañas, y no hay quien no crea comiéndolas que no sean
castañas. Dábanles pan y pescado y de lo que tenían. Y porque los
indios que traía en el navío tenían entendido que el Almirante deseaba
tener algún papagayo, parece que aquel indio que iba con los cristianos
díjoles algo de esto, y así les trajeron papagayos y les daban cuanto
les pedían sin querer nada por ello. Rogábanles que no se viniesen
aquella noche y que les darían otras muchas cosas que tenían en la
sierra. Al tiempo que toda aquella gente estaba junto con los
cristianos, vieron venir una gran batalla o multitud de gente con el
marido de la mujer que había el Almirante honrado y enviado, la cual
traían caballera sobre sus hombros, y venían a dar gracias a los
cristianos por la honra que el Almirante le había hecho y dádivas que le
había dado. Dijeron los cristianos al Almirante que era toda gente más
hermosa y de mejor condición que ninguna otra de las que habían hasta
allí hallado; pero dice el Almirante que no sabe cómo puedan ser de
mejor condición que las otras, dando a entender que todas las que habían
en las otras islas hallado era de muy buena condición. Cuanto a la
hermosura, dicen los cristianos que no había comparación, así en los
hombres como en las mujeres, y que son blancos más que los otros, y que
entre los otros vieron dos mujeres mozas tan blancas como podían ser en
España. Dijeron también de la hermosura de las tierras que vieron, que
ninguna comparación tienen las de Castilla las mejores en hermosura y en
bondad, y el Almirante así lo veía por las que ha visto y por las que
tenía presentes, y decíanle que las que veía ninguna comparación tenían
con aquellas de aquel valle, ni la campiña de Córdoba llegaba a aquélla
con tanta diferencia como tiene el día de la noche. Decían que todas
aquellas tierras estaban labradas y que por medio de aquel valle pasaba
un río muy ancho y grande que podía regar todas las tierras. Estaban
todos los árboles verdes y llenos de fruta y las hierbas todas floridas y
muy altas; los caminos muy anchos y buenos, los aires eran como en
abril en Castilla, cantaba el ruiseñor y otros pajaritos como en el
dicho mes en España, que dicen que era la mayor dulzura del mundo. Las
noches cantaban algunos pajaritos suavemente; los grillos y ranas se
oían muchas; los pescados como en España. Vieron muchos almácigos y
liñáloe y algodonales; oro no hallaron, y no es maravilla que en tan
poco tiempo no se halle. Tomó aquí el Almirante experiencia de qué horas
era el día y la noche, y de sol a sol halló que pasaron veinte
ampolletas, que son de a media hora, aunque dice que allí puede haber
defecto, o porque no la vuelven presto o deja de pasar algo. Dice
también que halló por el cuadrante que estaba de la línea equinoccial
treinta y cuatro grados.
Viernes, 14 de diciembre
Salió de aquel Puerto de la Concepción con terral, y luego
desde a poco calmó, y así lo experimentó cada día de los que por allí
estuvo. Después vino viento Levante; navegó con él al Nornordeste, llegó
a la isla de la Tortuga, vio una punta de ella que llamó la Punta
Pierna, que estaba al Esnordeste de la cabeza de la isla, y habría doce
millas; y de allí descubrió otra punta que llamó la Punta Lanzada, en la
misma derrota del Nordeste, que habría dieciséis millas. Y así, desde
la cabeza de la Tortuga hasta la Punta Aguda habría cuarenta y cuatro
millas, que son once leguas al Esnordeste. En aquel camino había algunos
pedazos de playa grandes. Esta isla de la Tortuga es tierra muy alta,
pero no montañosa, y es muy hermosa y muy poblada de gente como la de la
isla Española, y la tierra así toda labrada, que parecía ver la campiña
de Córdoba. Visto que el viento le era contrario y no podía ir a la
isla Baneque, acordó tornarse al Puerto de la Concepción, de donde había
salido, y no pudo cobrar un río que está de la parte del Este del dicho
puerto dos leguas.
Sábado, 15 de diciembre
Salió del puerto de la Concepción otra vez para su camino,
pero, en saliendo del puerto, ventó Este recio su contrario, y tomó la
vuelta de la Tortuga hasta ella, y de allí dio vuelta para ver aquel río
que ayer quisiera ver y tomar y no pudo, y de esta vuelta tampoco lo
pudo tomar, aunque surgió media legua de sotaviento en una playa, buen
surgidero y limpio. Amarrados sus navíos, fue con las barcas a ver el
río, y entró por un brazo de mar que está antes de media legua, y no era
la boca. Volvió, y halló la boca que no tenía aún una braza, y venía
muy recio; entró con las barcas por él, para llegar a las poblaciones
que los que anteayer había enviado habían visto, y mandó echar la sirga
en tierra, y, tirando los marineros de ella, subieron las barcas dos
tiros de lombarda, y no pudo andar más por la reciura de la corriente
del río. Vio algunas cosas y el valle grande donde están las
poblaciones, y dijo que otra cosa más hermosa no había visto, por medio
del cual valle viene aquel río. Vio también gente a la entrada del río,
mas todos dieron a huir. Dice más, que aquella gente debe ser muy
cazada, pues vive con tanto temor, porque en llegando que llegan a
cualquier parte, luego hacen ahumadas de las atalayas por toda la
tierra, y esto más en esta isla Española y en la Tortuga, que también es
grande isla, que en las otras que atrás dejaba. Puso nombre al valle
Valle del Paraíso, y al río Guadalquivir, porque dice que así viene tan
grande como el Guadalquivir por Córdoba, y a las veras o riberas de él,
playa de piedras muy hermosas, y todo andable.
Domingo, 16 de diciembre
A la media noche, con el ventezuelo de tierra, dio las
velas por salir de aquel golfo, y viniendo del bordo de la isla Española
yendo a la bolina, porque luego a hora de tercia ventó Este, a medio
golfo halló una canoa con un indio solo en ella, de que se maravillaba
el Almirante cómo se podía tener sobre el agua siendo el viento grande.
Hízole meter en la nao a él y su canoa, y halagado, diole cuentas de
vidrio, cascabeles y sortijas de latón y llevólo en la nao hasta tierra a
una población que estaba de allí dieciséis millas junto a la mar, donde
surgió el Almirante y halló buen surgidero en la playa junto a la
población, que parecía ser de nuevo hecha, porque todas las casas eran
nuevas. El indio fuese luego con su canoa a tierra, y da nuevas del
Almirante y de los cristianos ser buena gente, puesto que ya las tenían
por lo pasado de las otras donde habían ido los seis cristianos; y luego
vinieron más de quinientos hombres, y desde a poco vino el rey de
ellos, todos en la playa junto a los navíos, porque estaban surgidos muy
cerca de tierra. Luego uno a uno, y muchos a muchos, venían a la nao
sin traer consigo cosa alguna, puesto que algunos traían algunos granos
de oro finísimo en las orejas y en la nariz, el cual luego daban de
buena gana. Mandó hacer honra a todos el Almirante, y dice él «porque
son la mejor gente del mundo y más mansa; y sobre todo, que tengo mucha
esperanza en Nuestro Señor que Vuestras Altezas los harán todos
cristianos, y serán todos suyos, que por suyos los tengo». Vio también
que el dicho rey estaba en la playa, y que todos le hacían acatamiento.
Envióle un presente el Almirante, el cual dice que recibió con mucho
estado, y que sería mozo de hasta veintiún años, y que tenía un ayo
viejo y otros consejeros que le aconsejaban y respondían, y que él
hablaba muy pocas palabras. Uno de los indios que traía el Almirante
habló con él, y le dijo cómo venían los cristianos del cielo, y que
andaba en busca de oro y quería ir a la isla de Baneque; y él respondió
que bien era, y que en la dicha isla había mucho oro; el cual mostró, al
alguacil del Almirante que le llevó el presente, el camino que habían
de llevar, y que en dos días iría de allí a ella, y que si de su tierra
había menester algo lo daría de muy buena voluntad. Este rey y todos los
otros andaban desnudos como sus madres los parieron, y así las mujeres,
sin algún empacho, y son los más hermosos hombres y mujeres que hasta
allí hubieron hallado: harto blancos, que si vestidos anduviesen y
guardasen del sol y del aire, serían casi tan blancos como en España,
porque esta tierra es harto fría y la mejor que lengua puede decir. Es
muy alta, y sobre el mayor monte podrían arar bueyes, y hecha toda a
campiñas y valles. En toda Castilla no hay tierra que se pueda comparar a
ella en hermosura y bondad. Toda esta isla y la de la Tortuga son todas
labradas como la campiña de Córdoba. Tienen sembrado en ellas ajes, que
son unos ramillos que planta, y al pie de ellos nacen unas raíces como
zanahorias, que sirven por pan, y rallan y amasan y hacen pan con ellas,
y después tornan a plantar el mismo ramillo en otra parte y torna a dar
cuatro o cinco de aquellas raíces que son muy sabrosas, propio gusto de
castaña. Allí las hay más gordas y buenas que había visto en ninguna
parte, porque también dice que de aquéllas había en Guinea. Las de aquel
lugar eran tan gordas como la pierna, y aquella gente todos dicen que
eran gordos y valientes y no flacos, como los otros que antes había
hallado, y de muy dulce conversación, sin secta. Y los árboles de allí
dice que eran tan viciosos que las hojas dejaban de ser verdes y eran
prietas de verdura. Era cosa de maravilla ver aquellos valles y los ríos
y buenas aguas, y las tierras para pan, para ganados de toda suerte, de
que ellos no tienen alguna, para huertas y para todas las cosas del
mundo que el hombre sepa pedir. Después a la tarde vino el rey a la nao.
El Almirante le hizo la honra que debía y le hizo decir cómo era de los
Reyes de Castilla, los cuales eran los mayores Príncipes del mundo. Mas
ni los indios que el Almirante traía, que eran los intérpretes, creían
nada, ni el rey tampoco, sino creían que venían del cielo y que los
reinos de los reyes de Castilla eran en el cielo y no en este mundo.
Pusiéronle de comer al rey de las cosas de Castilla y él comía un bocado
y después dábalo todo a sus consejeros y al ayo y a los demás que metió
consigo. «Crean Vuestras Altezas que estas tierras son en tanta
cantidad y buenas y fértiles y en especial éstas de esta isla Española,
que no hay persona que lo sepa decir, y nadie lo puede creer si no lo
viese. Y crean que esta isla y todas las otras son así suyas como
Castilla, que aquí no falta salvo asiento y mandarles hacer lo que
quisieren, porque yo con esta gente que traigo, que no son muchos,
correría todas estas islas sin afrenta, que ya he visto sólo tres de
estos marineros descender en tierra y haber multitud de estos indios y
todos huir, sin que les quisiesen hacer mal. Ellos no tienen armas, y
son todos desnudos y de ningún ingenio en las armas y muy cobardes, que
mil no aguardarían tres, y así son buenos para les mandar y les hacer
trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuere menester, y que hagan
villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres.»
Lunes, 17 de diciembre
Ventó aquella noche reciamente viento Esnordeste; no se
alteró mucho la mar porque lo estorba y escuda la isla de la Tortuga que
está frontero y hace abrigo. Así estuvo allí aqueste día. Envió a
pescar los marineros con redes; holgáronse mucho con los cristianos los
indios y trajéronles ciertas flechas de los Caniba o de los Caníbales, y
son de las espigas de cañas, e injértanles unos palillos tostados y
agudos, y son muy largos. Mostráronles dos hombres que les faltaban
algunos pedazos de carne de su cuerpo e hiciéronles entender que los
caníbales los habían comido a bocados; el Almirante no lo creyó. Tomó a
enviar ciertos cristianos a la población, y a trueque de cuentezuelas de
vidrio rescataron algunos pedazos de oro labrado en hoja delgada.
Vieron a uno que tuvo el Almirante por gobernador de aquella provincia,
que llamaban cacique, un pedazo tan grande como la mano de aquella hoja
de oro, y parecía que lo quería rescatar; el cual se fue a su casa y los
otros quedaron en la plaza. Y él hacía hacer pedazuelos de aquella
pieza, y trayendo cada vez un pedazuelo rescatábalo. Después de que no
hubo más, dijo por señas que él había enviado a por más y que otro día
lo traerían. «Estas cosas todas y la manera de ellos y sus costumbres y
mansedumbre y consejo, muestra de ser gente más despierta y entendida
que otros que hasta allí hubiese hallado», dice el Almirante. En la
tarde vino allí una canoa de la isla de la Tortuga con bien cuarenta
hombres, y, llegando a la playa, toda la gente del pueblo que estaba
junta se asentaron todos en señal de paz, y algunos de la canoa y casi
todos descendieron en tierra. El cacique se levantó solo, y con palabras
que parecían de amenaza los hizo volver a la canoa y les echaba agua, y
tomaba piedras de la playa y las echaba en el agua; y después que ya
todos con mucha obediencia se pusieron y embarcaron en la canoa, él tomó
una piedra y la puso en la mano a mi alguacil para que la tirase, al
cual yo había enviado a tierra y al escribano y a otros para ver si
traían algo que aprovechase, y el alguacil no les quiso tirar. Allí
mostró mucho aquel cacique que se favorecía con el Almirante. La canoa
se fue luego, y dijeron al Almirante, después de ida, que en la Tortuga
había más oro que en la isla Española, porque es más cerca de Baneque.
Dijo el Almirante que no creía que en aquella isla Española ni en la
Tortuga hubiese minas de oro, sino que lo traían de Baneque, y que traen
poco, porque no tienen aquéllos qué dar por ello, y aquella tierra es
tan gruesa que no ha menester que trabajen mucho para sustentarse ni
para vestirse, como anden desnudos. Y creía el Almirante que estaba muy
cerca de la fuente, y que Nuestro Señor le había de mostrar dónde nace
el oro. Tenía nueva que de allí al Baneque había cuatro jornadas, que
podrían ser treinta o cuarenta leguas, que en un día de buen tiempo se
podía andar.
Martes, 18 de diciembre
Estuvo en aquella playa surto este día porque no había
viento y también porque había dicho el cacique que habría de traer oro,
no porque tuviese en mucho al Almirante el oro, dice, que podía traer,
pues allí no había minas, sino por saber mejor de dónde lo traían. Luego
en amaneciendo mandó ataviar la nao y la carabela de armas y banderas
por la fiesta que era este día de Santa María de la O, o conmemoración
de la Anunciación. Tiráronse muchos tiros de lombardas, y el rey de
aquella isla Española, dice el Almirante, había madrugado de su casa,
que debía distar cinco leguas de allí, según pudo juzgar, y llegó a la
hora de tercia a aquella población donde ya estaban algunos de la nao
que el Almirante había enviado para ver si venia oro; los cuales dijeron
que venían con el rey más de doscientos hombres y que lo traían en unas
andas cuatro hombres, y era mozo como arriba se dijo. Hoy, estando el
Almirante comiendo debajo del castillo, llegó a la nao con toda su
gente. Y dice el Almirante a los Reyes: «Sin duda pareciera bien a
Vuestras Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que
todos andan desnudos. El, así como entró en la nao, halló que estaba
comiendo a la mesa debajo del castillo de popa, y él, a buen andar, se
vino a sentar a par de mí y no me quiso dar lugar que yo me saliese a él
ni me levantase de la mesa, salvo que yo comiese. Yo pensé que él
tendría a bien comer de nuestras viandas; mandé luego traerle cosas que
él comiese. Y, cuando entró debajo del castillo, hizo señas con la mano
que todos los suyos quedasen fuera, y así lo hicieron con la mayor prisa
y acatamiento del mundo, y se asentaron todos en la cubierta, salvo dos
hombres de una edad madura, que yo estimé por sus consejeros y ayo, que
vinieron y se asentaron a sus pies, y de las viandas que yo le puse
delante tomaba de cada una tanto como se toma para hacer la salva, y
después luego lo demás enviábalo a los suyos, y todos comían de ella; y
así hizo en el beber, que solamente llegaba a la boca y después así lo
daba a los otros, y todo con un estado maravilloso y muy pocas palabras,
y aquellas que él decía, según yo podía entender, eran muy asentadas y
de seso, y aquellos dos le miraban a la boca y hablaban por él y con él y
con mucho acatamiento. Después de comido, un escudero traía un cinto,
que es propio como los de Castilla en la hechura, salvo que es de otra
obra, que él tomó y me lo dio, y dos pedazos de oro labrado que eran muy
delgados, que creo que aquí alcanzan poco de él, puesto que tengo que
están muy vecinos de donde nace y hay mucho. Yo vi que le agradaba un
arambel que yo tenía sobre mi cama; yo se lo di y unas cuentas muy
buenas de ámbar que yo traía al pescuezo y unos zapatos colorados y una
almatraja de agua de azahar, de que quedó tan contento que fue
maravilla; y él y su ayo y consejeros llevan grande pesar porque no me
entendían ni yo a ellos. Con todo, le conocí que me dijo que si me
cumpliese algo de aquí, que toda la isla estaba a mi mandar. Yo envié
por unas cuentas mías adonde por un señal tengo un excelente de oro en
que están esculpidos Vuestras Altezas y se lo mostré y le dije otra vez
como ayer que Vuestras Altezas mandaban y señoreaban todo lo mejor del
mundo, y que no había tan grandes príncipes; y le mostré las banderas
reales y las otras de la Cruz, de que él tuvo en mucho; y qué grandes
señores serían Vuestras Altezas, decía él contra sus consejeros, pues de
tan lejos y del cielo me habían enviado hasta aquí sin miedo. Y otras
cosas muchas se pasaron que yo no entendía, salvo que bien veía que todo
tenía a grande maravilla.» Después que ya fue tarde y él se quiso ir,
el Almirante le envió en la barca muy honradamente e hizo tirar muchas
lombardas, y, puesto en tierra, subió en sus andas y se fue con sus más
de doscientos hombres; y a su hijo le llevaban atrás en los hombros de
un indio, hombre muy honrado. A todos los marineros y gente de los
navíos donde quiera que los topaba les mandaba dar de comer y hacer
mucha honra. Dijo un marinero que le había topado en el camino y visto,
que todas las cosas que le había dado el Almirante y cada una de ellas
llevaba delante del rey un hombre, a lo que parecía de los más honrados.
Iba su hijo atrás del rey buen rato, con tanta compañía de gente como
él, y otro tanto un hermano del mismo rey, salvo que iba el hermano a
pie y llevábanlo del brazo dos hombres honrados. Este vino a la nao
después del rey, el cual dio al Almirante algunas cosas de los dichos
rescates, y allí supo el Almirante que al rey llamaban en su lengua
cacique. En este día se rescató dice que poco oro; pero supo el
Almirante, de un hombre viejo, que había muchas islas comarcanas a cien
leguas y más, según pudo entender, en las cuales nace mucho oro, hasta
decirle que había isla que era todo oro, y en las otras que hay tanta
cantidad que lo cogen y ciernen como con cedazos y lo funden y hacen
vergas y mil labores: figuraba por señas la hechura. Este viejo señaló
al Almirante la derrota y el paraje donde estaba; determinóse el
Almirante de ir allá, y dijo que, si no fuera el dicho viejo tan
principal persona de aquel rey, que lo detuviera y llevara consigo, o si
supiera la lengua que se lo rogara, y creía, según estaba bien con él y
con los cristianos, que se fuera con él de buena gana. Pero, porque
tenía ya aquellas gentes por de los Reyes de Castilla y no era razón de
hacerles agravio, acordó de dejarlo. Puso una cruz muy poderosa en medio
de la plaza de aquella población, a lo cual ayudaron los indios mucho, e
hicieron dice que oración y la adoraron, y, por la muestra que dan,
espera en Nuestro Señor el Almirante que todas aquellas islas han de ser
cristianas.
Miércoles, 19 de diciembre
Esta noche se hizo a la vela por salir de aquel golfo que
hace allí la isla de la Tortuga con la Española, y siendo de día tomó el
viento Levante, con el cual todo este día no pudo salir de entre
aquellas dos islas, y a la noche no pudo tomar un puerto que por allí
parecía. Vio por allí cuatro cabos de tierra y una grande bahía y río, y
de allí vio una angla muy grande y tenía una población, y a las
espaldas un valle entre muchas montañas altísimas, llenas de árboles,
que juzgó ser pinos, y sobre los Dos Hermanos hay una montaña muy alta y
gorda que va de Norte al Sudoeste, y del Cabo de Torres al Essueste
está una isla pequeña, a la cual puso nombre Santo Tomás, porque es
mañana su vigilia. Todo el cerco de aquella isla tiene cabos y puertos
maravillosos, según juzgaba él desde la mar. Antes de la isla, de la
parte del Oeste, hay un cabo que entra mucho en la mar alto y bajo, y
por eso le puso nombre Cabo Alto y Bajo. Del camino de Torres al Este
cuarta del Sudeste hay sesenta millas hasta una montaña más alta que
otra, que entra en la mar, y parece desde lejos isla por sí, por un
degollado que tiene de la parte de tierra; púsole nombre Monte Caribata
porque aquella provincia se llamaba Caribata. Es muy hermoso y lleno de
árboles verdes y claros, sin nieve y sin niebla, y era entonces por allí
el tiempo, cuanto a los aires y templanza, como por marzo en Castilla, y
en cuanto a los árboles y hierbas como por mayo; las noches dice que
eran de catorce horas.
Jueves, 20 de diciembre
Hoy, al ponerse el sol, entró en un puerto que estaba entre
la isla de Santo Tomás y el Cabo de Caribata, y surgió. Este puerto es
hermosísimo y cabrían en él cuantas naos hay en cristianos: la entrada
de él parece desde la mar imposible a los que no hubiesen en él entrado,
por unas restingas de peñas que pasan desde el monte hasta casi la
isla, y no puestas por orden, sino unas acá y otras acullá, unas a la
mar y otras a la tierra; por lo cual es menester estar despiertos para
entrar por unas entradas que tienen muy anchas y buenas para entrar sin
temor, y todo muy hondo de siete brazas, y pasadas las restingas dentro
hay doce brazas. Puede la nao estar con una cuerda cualquiera amarrada
contra cualesquiera vientos que haya. A la entrada de este puerto dice
que había un canal, que queda a la parte del Oeste de una isleta de
arena, y en ella muchos árboles, y hasta el pie de ella hay siete
brazas; pero hay muchas bajas en aquella comarca, y conviene abrir el
ojo hasta entrar en el puerto; después no hayan miedo a toda la tormenta
del mundo. De aquel puerto se parecía un valle grandísimo y todo
labrado, que desciende a él del Sudeste, todo cercado de montañas
altísimas que parecen que llegan al cielo, y hermosísimas, llenas de
árboles verdes, y sin duda que hay allí montañas más altas que la isla
de Tenerife en Canaria, que es tenida por de las más altas que puede
hallarse. De esta parte de la isla de Santo Tomás está otra isleta a una
legua, y dentro de ella otra, y en todas hay puertos maravillosos; mas
cumple mirar por las bajas. Vio también poblaciones y ahumadas que se
hacían.
Viernes, 21 de diciembre
Hoy fue con las barcas de los navíos a ver aquel puerto; el
cual vio ser tal que afirmó que ninguno se le iguala de cuantos haya
jamás visto, y excúsase diciendo que ha loado los pasados tanto que no
sabe cómo lo encarecer, y que teme que sea juzgado por manifestar
excesivo más de lo que es verdad. A esto satisface diciendo: que él trae
consigo marineros antiguos, y éstos dicen y dirán lo mismo, y todos
cuantos andan en la mar; conviene a saber, todas las alabanzas que ha
dicho de los puertos pasados ser verdad, y ser éste muy mejor que todos
ser asimismo verdad. Dice más de esta manera: «Yo he andado veintitrés
años en la mar, sin salir de ella tiempo que se haya de contar, y vi
todo el Levante y Poniente, que hice por ir al camino de Septentrión,
que es Inglaterra, y he andado la Guinea, mas en todas estas partidas no
se hallaría la perfección de los puertos... hallado siempre lo... mejor
que el otro, que yo con buen tiento miraba mi escribir, y torno a decir
que afirmo haber bien escrito, y que ahora éste es sobre todos y
cabrían en él todas las naos del mundo, y cerrado, que con una cuerda,
la más vieja de la nao, la tuviese amarrada.» Desde la entrada hasta el
fondo habrá cinco leguas. Vio unas tierras muy labradas, aunque todas
son así, y mandó salir dos hombres fuera de las barcas que fuesen a un
alto para que viesen si había población, porque de la mar no se veía
ninguna; puesto que aquella noche, cerca de las diez horas, vinieron a
la nao en una canoa ciertos indios a ver al Almirante y a los cristianos
por maravilla, y les dio de los rescates, con que se holgaron mucho.
Los dos cristianos volvieron y dijeron dónde habían visto una población
grande, un poco desviada de la mar. Mandó el Almirante remar hacia la
parte donde la población estaba hasta llegar cerca de tierra, y vio unos
indios que venían a la orilla de la mar, y parecía que venían con
temor, por lo cual mandó detener las barcas y que les hablasen los
indios que traía en la nao, que no les haría mal alguno. Entonces se
allegaron más a la mar, y el Almirante más a tierra; y después que del
todo perdieron el miedo, venían tantos que cubrían la tierra, dando mil
gracias, así hombres como mujeres y niños; los unos corrían de acá y los
otros de allá a nos traer pan que hacen de niames, que ellos llaman
ajes, que es muy blanco y bueno, y nos traían agua en calabazas y en
cántaros de barro de la hechura de los de Castilla, y nos traían cuanto
en el mundo tenían y sabían que el Almirante quería, y todo con un
corazón tan largo y tan contento que era maravilla; «y no se diga que
porque lo que daban valía poco por eso lo daban liberalmente -dice el
Almirante-, porque lo mismo hacían y tan liberalmente los que daban
pedazos de oro como los que daban la calabaza de agua; y fácil cosa es
de conocer -dice el Almirante- cuándo se da una cosa con muy deseoso
corazón de dar». Estas son sus palabras: «Esta gente no tiene varas ni
azagayas ni otras ningunas armas, ni los otros de toda esta isla, y
tengo que es grandísima: son así desnudos como su madre los parió, así
mujeres como hombres, que en las otras tierras de la Juana y las otras
de las otras islas traían las mujeres delante de sí unas cosas de
algodón con que cobijan su natura, tanto como una bragueta de calzas de
hombre, en especial después que pasan de edad de doce años; mas aquí ni
moza ni vieja; y en los otros lugares todos los hombres hacían esconder
sus mujeres de los cristianos por celos, más allí no, y hay muy lindos
cuerpos de mujeres, y ellas las primeras que venían a dar gracias al
cielo y traer cuanto tenían, en especial cosas de comer, pan de ajes y
gonza avellanada y de cinco o seis maneras frutas», de los cuales mandó
curar el Almirante para traer a los Reyes. No menos dice que hacían las
mujeres en las otras partes antes que se escondiesen, y el Almirante
mandaba en todas partes estar todos los suyos sobre aviso que no
enojasen a alguno en cosa ninguna y que nada les tomasen contra su
voluntad, y así les pagaban todo lo que de ellos recibían. Finalmente
-dice el Almirante- que no puede creer que hombre haya visto gente de
tan buenos corazones y francos para dar y tan temerosos, que ellos se
deshacían todos por dar a los cristianos cuanto tenían y, en llegando
los cristianos, luego corrían a traerlo todo. Después envió el Almirante
seis cristianos a la población para que la viesen qué era, a los cuales
hicieron cuanta honra podían y sabían y les daban cuanto tenían, porque
ninguna duda les queda, sino que creían que el Almirante y toda su
gente habían venido del cielo: lo mismo creían los indios que consigo el
Almirante traía de las otras islas, puesto que ya se les había dicho lo
que debían de tener. Después de haber ido los seis cristianos, vinieron
ciertas canoas con gente a rogar al Almirante, de parte de un señor,
que fuese a su pueblo cuando de allí se partiese. (Canoa es una barca en
que navegan, y son de ellas grandes y de ellas pequeñas). Y visto que
el pueblo de aquel señor estaba en el camino sobre una punta de tierra,
esperando con mucha gente al Almirante, fue allá, y antes que se
partiese vino a la playa tanta gente que era espanto, hombres y mujeres y
niños, dando voces que no se fuese sino que se quedase con ellos. Los
mensajeros del otro señor que había venido a convidar estaban aguardando
con sus canoas, porque no se fuese sin ir a ver al señor, y así lo
hizo, y, en llegando que llegó el Almirante adonde aquel señor le estaba
esperando, y tenían muchas cosas de comer, mandó asentar toda su gente;
manda que lleven lo que tenía de comer a las barcas donde estaba el
Almirante, junto a la orilla de la mar. Y como vio que el Almirante
había recibido lo que le habían llevado, todos o los más de los indios
dieron a correr al pueblo, que debía estar cerca, para traerle más
comida y papagayos y otras cosas de lo que tenían, con tan franco
corazón que era maravilla. El Almirante les dio cuentas de vidrio y
sortijas de latón y cascabeles, no porque ellos demandasen algo, sino
porque le parecía que era razón, y sobre todo -dice el Almirante- porque
los tiene ya por cristianos y por de los Reyes de Castilla más que las
gentes de Castilla; y dice que otra cosa no falta, salvo saber la lengua
y mandarles, porque todo lo que se les mandare harán sin contradicción
alguna. Partióse de allí el Almirante para los navíos, y los indios
daban voces, así hombres como mujeres y niños, que no se fuesen y se
quedasen con ellos los cristianos. Después que se partían venían tras
ellos a la nao canoas llenas de ellos, a los cuales hizo hacer mucha
honra y darles de comer y otras cosas que llevaron. Había también venido
antes otro señor de la parte del Oeste, y aun a nado venían muy mucha
gente, y estaba la nao más de grande media legua de tierra. El señor que
dije se había tornado; envióle ciertas personas para que le viesen y le
preguntasen de estas islas; y los recibió muy bien, y los llevó consigo
a su pueblo para darles ciertos pedazos grandes de oro, y llegaron a un
gran río, el cual los indios pasaron a nado: los cristianos no pudieron
y así se tornaron. En toda esta comarca hay montañas altísimas que
parecen llegar al cielo, que la de la isla de Tenerife parece nada en
comparación de ellas en altura y en hermosura, y todas son verdes,
llenas de arboledas que es una cosa de maravilla. Entre medio de ellas
hay vegas muy graciosas, y al pie de este puerto al Sur hay una vega tan
grande que los ojos no pueden llegar con la vista al cabo, sin que
tenga impedimento de montaña, que parece que debe tener quince o veinte
leguas, por la cual viene un río, y es toda poblada y labrada y está tan
verde ahora como si fuera en Castilla por mayo o por junio, puesto que
las noches tienen catorce horas y sea la tierra tanto septentrional.
Así, este puerto es muy bueno para todos los vientos que puedan ventar,
cerrado y hondo y todo poblado de gente muy buena y mansa y sin armas
buenas ni malas, y puede cualquier navío estar sin miedo en él que otros
navíos que vengan de noche a le saltear, porque, puesto que la boca sea
bien ancha de más de dos leguas, es muy cerrada de dos restingas de
piedra que escasamente la ven sobre agua, salvo una entrada muy angosta
en esta restinga, que no parece sino que fue hecho a mano y que dejaron
una puerta abierta cuanto los navíos puedan entrar. En la boca hay siete
brazas de fondo hasta el pie de una isleta llana que tiene una playa y
árboles; al pie de ella de la parte del Oeste tiene la entrada, y se
puede llegar una nao sin miedo hasta poner el borde junto a la peña. Hay
de la parte del Noroeste tres islas y un gran río a una legua del cabo
de este puerto; es el mejor del mundo; púsole nombre el Puerto de la Mar
de Santo Tomás, porque era hoy su día: díjole mar por su grandeza.
Sábado, 22 de diciembre
En amaneciendo, dio las velas para ir su camino a buscar
las islas que los indios le decían que tenían mucho oro, y de algunas
que tenían más oro que tierra; no le hizo tiempo y hubo de tornar a
surgir, y envió la barca a pescar con la red. El señor de aquella
tierra, que tenía un lugar cerca de allí, le envió una grande canoa
llena de gente, y en ella un principal criado suyo a rogar al Almirante
que fuese con los navíos a su tierra y que le daría cuanto tuviese.
Envióle con aquél un cinto que, en lugar de bolsa, traía una carátula
que tenía dos orejas grandes de oro de martillo, y la lengua y la nariz.
«Y como sea esta gente de muy buen corazón, que cuanto le piden dan con
la mejor voluntad del mundo, les parece que pidiéndoles algo les hacen
grande merced»: esto dice el Almirante. Toparon la barca y dieron el
cinto a un grumete, y vinieron con su canoa a bordo de la nao con su
embajada. Primero que los entendiesen, pasó alguna parte del día; ni los
indios que él traía los entendían bien, porque tienen alguna diversidad
de vocablos en nombres de las cosas. En fin, acabó de entender por
señas su convite. El cual determinó de partir el domingo para allá,
aunque no solía partir de puerto en domingo, sólo por su devoción y no
por superstición alguna; pero con esperanza, dice él, que aquellos
pueblos han de ser cristianos por la voluntad que muestran y de los
Reyes de Castilla, y porque los tiene ya por suyos y porque le sirvan
con amor, les quiere y trabaja hacer todo placer. Antes que partiese
hoy, envió seis hombres a una población muy grande, tres leguas de allí
de la parte del Oeste, porque el señor de ella vino el día pasado al
Almirante y dijo que tenía ciertos pedazos de oro. En llegando allá los
cristianos, tomó el señor de la mano al escribano del Almirante, que era
uno de ellos, el cual enviaba el Almirante para que no consintiese
hacer a los demás cosa indebida a los indios, porque como fuesen tan
francos los indios y los españoles tan codiciosos y desmedidos, que no
les basta que por un cabo de agujeta y aun por un pedazo de vidrio y de
escudilla y por otras cosas de no nada les daban los indios cuanto
querían; pero, aunque sin darles algo se lo querían todo haber y tomar,
lo que el Almirante siempre prohibía, y aunque también eran muchas cosas
de poco valor, si no era el oro, las que daban a los cristianos; pero
el Almirante, mirando al franco corazón de los indios, que por seis
cuentezuelas de vidrio darían y daban un pedazo de oro, por eso mandaba
que ninguna cosa se recibiese de ellos que no se les diese algo en pago.
Así que tomó por la mano el señor al escribano y lo llevó a su casa con
todo el pueblo, que era muy grande, que le acompañaba, y les hizo dar
de comer, y todos los indios les traían muchas cosas de algodón labradas
y en ovillos hilado. Después que fue tarde, dioles tres ánsares muy
gordas el señor y unos pedacitos de oro, y vinieron con ellos mucho
número de gente y les traían todas las cosas que allá habían rescatado, y
a ellos mismos porfiaban de traerlos a cuestas, y de hecho lo hicieron
por algunos ríos y por algunos lugares lodosos. El Almirante mandó dar
al señor algunas cosas, y quedó él y toda su gente con gran
contentamiento, creyendo verdaderamente que había venido del cielo, y en
ver los cristianos se tenían por bienaventurados. Vinieron este día más
de ciento y veinte canoas a los navíos, todas cargadas de gente, y
todos traen algo, especialmente de su pan y pescado y agua en
cantarillos de barro y simientes de muchas simientes que son buenas
especias: echaban un grano en una escudilla de agua y bébenla, y decían
los indios que consigo traía el Almirante que era cosa sanísima.
Domingo, 23 de diciembre
No pudo partir con los navíos a la tierra de aquel señor
que lo había enviado a rogar y convidar, por falta de viento; pero
envió, con los tres mensajeros que allí esperaban, las barcas con gente y
al escribano. Entre tanto que aquéllos iban, envió dos de los indios
que consigo traía a las poblaciones que estaban por allí cerca del
paraje de los navíos, y volvieron con un señor a la nao con nuevas que
en aquella isla Española había gran cantidad de oro, y que a ella lo
venían a comprar de otras partes, y dijéronle que allí hallaría cuanto
quisiese. Vinieron otros que confirmaban haber en ella mucho oro, y
mostrábanle la manera que se tenía en cogerlo. Todo aquello entendía el
Almirante con pena; pero todavía tenía por cierto que en aquellas partes
había grandísima cantidad de ello y que, hallando el lugar donde se
saca, habrá gran barato de ello, y según imaginaba que por no nada. Y
torna a decir que cree que debe haber mucho, porque en tres días que
había que estaba en aquel puerto había habido buenos pedazos de oro, y
no puede creer que allí lo traigan de otra tierra. «Nuestro Señor, que
tiene en las manos todas las cosas, vea de me remediar y dar como fuere
su servicio»; éstas son palabras del Almirante. Dice que aquella hora
cree haber venido a la nao más de mil personas y que todas traían algo
de lo que poseen; y antes que lleguen a la nao, con medio tiro de
ballesta, se levantan en sus canoas en pie y toman en las manos lo que
traen diciendo: «Tomad, tomad.» También cree que más de quinientos
vinieron a la nao nadando por no tener canoas, y estaba surta cerca de
una legua de tierra. Juzgaba que habían venido cinco señores, hijos de
señores, con toda su casa, mujeres y niños, a ver los cristianos. A
todos mandaba dar el Almirante, porque todo dice que era bien empleado, y
dice: «Nuestro Señor me aderece, por su piedad, que halle este oro,
digo su mina, que hartos tengo aquí que dicen que la saben»; éstas son
sus palabras. En la noche llegaron las barcas, y dijeron que había gran
camino hasta donde venían, y que al monte de Caribatan hallaron muchas
canoas con muy mucha gente que venían a ver al Almirante y a los
cristianos del lugar donde ellos iban. Y tenía por cierto que si aquella
fiesta de Navidad pudiera estar en aquel puerto, viniera toda la gente
de aquella isla, que estimaba ya por mayor que Inglaterra, por verlos;
los cuales se volvieron todos con los cristianos a la población, la cual
dice que afirmaba ser la mayor y la más concertada de calles que otras
de las pasadas y halladas hasta allí, la cual dice que es parte de Punta
Santa al Sudeste casi tres leguas. Y como las canoas andan mucho de
remos, fuéronse delante a hacer saber al cacique, que ellos llamaban
allí. Hasta entonces no había podido entender el Almirante silo dicen
por rey o por gobernador. También dicen otro nombre por grande que
llaman nitayno; no sabía silo dicen por hidalgo o gobernador o juez.
Finalmente, el cacique vino a ellos y se ajuntaron en la plaza, que
estaba muy barrida, todo el pueblo, que había más de dos mil hombres.
Este rey hizo mucha honra a la gente de los navíos, y los populares cada
uno les traía algo de comer y de beber. Después el rey dio a cada uno
unos paños de algodón que visten las mujeres, y papagayos para el
Almirante y ciertos pedazos de oro: daban también los populares de los
mismos paños y otras cosas de sus casas a los marineros, por pequeña
cosa que les daban, la cual, según la recibían, parecía que la estimaban
por reliquias. Ya a la tarde, queriendo despedir, el rey les rogaba que
aguardasen hasta otro día; lo mismo todo el pueblo. Visto que
determinaban su venida, vinieron con ellos mucho del camino, trayéndoles
a cuestas lo que el cacique y los otros les habían dado hasta las
barcas, que quedaban a la entrada del río.
Lunes, 24 de diciembre
Antes de salido el sol, levantó las anclas con el viento
terral. Entre los muchos indios que ayer habían venido a la nao, que les
habían dado señales de haber en aquella isla oro y nombrado los lugares
donde lo cogían, vio uno parece que más dispuesto y aficionado o que
con más alegría le hablaba, y halagólo rogándole que se fuese con él a
mostrarle las minas del oro. Este trajo otro compañero o pariente
consigo, los cuales, entre los otros lugares que nombraban donde se
cogía el oro dijeron de Cipango, al cual ellos llaman Cibao, y allí
afirman que hay gran cantidad de oro, y que el cacique trae las banderas
de oro de martillo, salvo que está muy lejos al Este. El Almirante dice
aquí estas palabras a los Reyes: «Crean Vuestras Altezas que en el
mundo todo no puede haber mejor gente, ni más mansa. Deben tomar
Vuestras Altezas grande alegría porque luego los harán cristianos y los
habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente
ni tierra puede ser, y la gente y la tierra en tanta cantidad que yo no
sé ya cómo lo escriba; porque yo he hablado en superlativo grado la
gente y la tierra de la Juana, a que ellos llaman Cuba; mas hay tanta
diferencia de ellos y de ella a ésta en todo como del día a la noche, ni
creo que otro ninguno que esto hubiese visto hubiese hecho ni dijese
menos de lo que yo tengo dicho, y digo que es verdad que es maravilla
las cosas de acá y los pueblos grandes de esta isla Española, que así la
llamé y ellos la llaman Bohío, y todos de muy singularísimo trato
amoroso y habla dulce, no como los otros que parece cuando hablan que
amenazan, y de buena estatura hombres y mujeres y no negro. Verdad es
que todos se tiñen, algunos de negro y otros de otra color, y los más de
colorado. He sabido que lo hacen por el sol, que no les haga tanto mal,
y las casas y lugares tan hermosos, y con señorío en todos como juez o
señor de ellos, y todos le obedecen que es maravilla, y todos estos
señores son de pocas palabras y muy lindas costumbres, y su mando es lo
más con hacer señas con la mano, y luego es entendido que es maravilla.»
Todas son palabras del Almirante. Quien hubiere de entrar en la mar de
Santo Tomé, se debe meter una buena legua sobre la boca de la entrada
sobre una isleta llana que en el medio hay, que le puso nombre la Amiga,
llevando la proa en ella. Y después que llegare a ella con el tiro de
una piedra, pase de la parte del Oeste y quédele ella al Este, y se
llegue a ella y no a la otra parte, porque viene una restinga muy grande
del Oeste, y aun en la mar fuera de ella hay unas tres bajas, y esta
restinga se llega a la Amiga un tiro de lombarda, y entremedias pasará y
hallará a lo más bajo siete brazas, y cascajos abajo, y dentro hallará
puerto para todas las naos del mundo y que estén sin amarras. Otra
restinga y bajas vienen de la parte del Este a la dicha isla Amiga, y
son muy grandes y salen en la mar mucho y llega hasta el cabo casi dos
leguas; pero entre ellas pareció que había entrada a tiro de dos
lombardas de la Amiga, y al pie del Monte Garibatan de la parte del
Oeste hay un muy buen puerto y muy grande.
Martes, 25 de diciembre, día de Navidad
Navegando con poco viento el día de ayer desde la mar de
Santo Tomé hasta la Punta Santa, sobre la cual a una legua estuvo así
hasta pasado el primer cuarto, que serían a las once horas de la noche,
acordó echarse a dormir, porque había dos días y una noche que no había
dormido. Como fuese calma, el marinero que gobernaba la nao acordó irse a
dormir, y dejó el gobernario a un mozo grumete, lo que mucho siempre
había el Almirante prohibido en todo el viaje, que hubiese visto o que
hubiese calma: conviene a saber, que no dejasen gobernar a los grumetes.
El Almirante estaba seguro de bancos y de peñas, porque el domingo,
cuando envió las barcas a aquel rey, habían pasado al Este de la dicha
Punta Santa bien tres leguas y media, y habían visto los marineros toda
la costa y los bajos que hay desde la dicha Punta Santa al Este bien
tres leguas, y vieron por dónde se podía pasar, lo que todo este viaje
no hizo. Quiso Nuestro Señor que a las doce horas de la noche, como
habían visto acostar y reposar el Almirante y veían que era calma muerta
y la mar como en una escudilla, todos se acostaron a dormir, y quedó el
gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las aguas que corrían
llevaron la nao sobre uno de aquellos bancos. Los cuales, puesto que
fuese de noche, sonaban que de una grande legua se oyeran y vieran, y
fue sobre él tan mansamente que casi no se sentía. El mozo, que sintió
el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dio voces, a las cuales salió
el Almirante y fue tan presto que aún ninguno había sentido que
estuviesen encallados. Luego el maestre de la nao, cuya era la guardia,
salió; y díjoles el Almirante a él y a los otros que halasen el batel
que traían por popa y tomasen un anda y la echasen por popa, y él con
otros muchos saltaron en el batel, y pensaba el Almirante que hacían lo
que les había mandado. Ellos no curaron sino de huir a la carabela, que
estaba a barlovento media legua. La carabela no los quiso recibir
haciéndolo virtuosamente, y por esto volvieron a la nao; pero primero
fue a ella la barca de la carabela. Cuando el Almirante vio que se huían
y que era su gente, y las aguas menguaban y estaba ya la nao la mar de
través, no viendo otro medio, mandó cortar el mástil y alijar de la nao
todo cuanto pudieron para ver si podían sacarla; y como todavía las
aguas menguasen no se pudo remediar, y tomó lado hacia la mar traviesa,
puesto que la mar era poco o nada, y entonces se abrieron los conventos y
no la nao. El Almirante fue a la carabela para poner en cobro la gente
de la nao en la carabela y, como ventase ya vientecillo de la tierra y
también aún quedaba mucho de la noche, ni supiesen cuánto duraban los
bancos, temporejó a la corda hasta que fue de día, y luego fue a la nao
por de dentro de la restinga del banco. Primero había enviado el batel a
tierra con Diego de Arana, de Córdoba, alguacil de la Armada, y Pedro
Gutiérrez, repostero de la Casa Real, a hacer saber al rey que los había
enviado a convidar y rogar el sábado que se fuese con los navíos a su
puerto, el cual tenía su villa adelante obra de una legua y media del
dicho banco; el cual como lo supo dicen que lloró, y envió toda su gente
de la villa con canoas muy grandes y muchas a descargar todo lo de la
nao. Y así se hizo y se descargó todo lo de las cubiertas en muy breve
espacio: tanto fue el grande aviamiento y diligencia que aquel rey dio. Y
él con su persona, con hermanos y parientes, estaban poniendo
diligencia, así en la nao como en la guarda de lo que se sacaba a
tierra, para que todo estuviese a muy buen recaudo. De cuando en cuando
enviaba uno de sus parientes al Almirante llorando a lo consolar,
diciendo que no recibiese pena ni enojo, que él le daría cuanto tuviese.
Certifica el Almirante a los Reyes que en ninguna parte de Castilla tan
buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner sin faltar una
agujeta. Mandólo poner todo junto con las casas entretanto que se
vaciaban algunas cosas que quería dar, donde se pusiese y guardase todo.
Mandó poner hombres armados en rededor de todo, que velasen toda la
noche. «El, con todo el pueblo, lloraban; tanto -dice el Almirante-, son
gente de amor y sin codicia y convenibles para toda cosa, que certifico
a Vuestras Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor
tierra: ellos aman a sus prójimos como a sí mismos, y tienen un habla
la más dulce del mundo y mansa, y siempre con risa. Ellos andan
desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron. Mas, crean
Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy
maravilloso estado, de una cierta manera tan continente que es placer
de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan
qué es y para qué.» Todo esto dice el Almirante.
Miércoles, 26 de diciembre
Hoy, al salir del sol, vino el rey de aquella tierra que
estaba en aquel lugar a la carabela Niña, donde estaba el Almirante, y
casi llorando le dijo que no tuviese pena, que él le daría cuanto tenía,
y que había dado a los cristianos que estaban en tierra dos muy grandes
casas, y que más les daría si fuesen menester, y cuantas canoas
pudiesen cargar y descargar la nao, y poner en tierra cuanta gente
quisiese; y que así lo había hecho ayer, sin que tomase una migaja de
pan ni otra cosa alguna; «tanto -dice el Almirante- son fieles y sin
codicia de lo ajeno»; y así era sobre todos aquel rey virtuoso. En tanto
que el Almirante estaba hablando con él, vino otra canoa de otro lugar
que traía ciertos pedazos de oro, los cuales quería dar por un cascabel,
porque otra cosa tanto no deseaban como cascabeles. Que aún no llega la
canoa a bordo cuando llamaban y mostraban los pedazos de oro, diciendo
chuq chuq por cascabeles, que están en puntos de se tornar locos por
ellos. Después de haber visto esto, y partiéndose estas canoas que eran
de los otros lugares, llamaron al Almirante y le rogaron que les mandase
guardar un cascabel hasta otro día, porque él traería cuatro pedazos de
oro tan grandes como la mano. Holgó el Almirante de oír esto, y después
un marinero que venía de tierra dijo al Almirante que era cosa de
maravilla las piezas de oro que los cristianos que estaban en tierra
rescataban por no nada; por una agujeta daban pedazos que serían más de
dos castellanos, y que entonces no era nada al respecto de lo que sería
dende a un mes. El rey se holgó mucho con ver al Almirante alegre, y
entendió que deseaba mucho oro, y díjole por señas que él sabía cerca de
allí donde había de ello muy mucho en grande suma, y que estuviese de
buen corazón, que él le daría cuanto oro quisiese; y de ello dice que le
daba razón, y en especial que lo había en Cipango, a que ellos llamaban
Cibao, en tanto grado que ellos no le tienen en nada, y que él lo
traería allí, aunque también en aquella isla Española, a quien llaman
Bohío, y en aquella provincia Caribata lo había mucho más. El rey comió
en la carabela con el Almirante, y después salió con él en tierra, donde
hizo al Almirante mucha honra y le dio colación de dos o tres maneras
de ajes y con camarones y caza y otras viandas que ellos tenían, y de su
pan que llamaban cazabí; dende lo llevó a ver unas verduras de árboles
junto a las casas, y andaban con él bien mil personas, todos desnudos.
El señor ya traía camisa y guantes que el Almirante le había dado, y por
los guantes hizo mayor fiesta que por cosa de las que le dio. En su
comer, con su honestidad y hermosa manera de limpieza, se mostraba bien
ser de linaje. Después de haber comido, que tardó buen rato estar a la
mesa, trajeron ciertas hierbas con que se fregó mucho las manos; creyó
el Almirante que lo hacía para ablandarlas, y diéronle aguamanos.
Después que acabaron de comer, llevó a la playa al Almirante, y el
Almirante envió por un arco turquesco y un manojo de flechas, y el
Almirante hizo tirar a un hombre de su compañía, que sabía de ello, y el
señor, como no sepa qué sean armas, porque no las tienen ni las usan,
le pareció gran cosa; aunque dice que el comienzo fue sobre el habla de
los Caniba, que ellos llaman caribes, que los vienen a tomar, y traen
arcos y flechas sin hierro, que en todas aquellas tierras no había
memoria de él ni de otro metal, salvo de oro y cobre, aunque cobre no
había visto sino poco el Almirante. El Almirante le dijo por señas que
los Reyes de Castilla mandarían destruir a los caribes y que a todos se
los mandarían traer las manos atadas. Mandó el Almirante tirar una
lombarda y una espingarda, y viendo el efecto que su fuerza hacían y lo
que penetraban, quedó maravillado. Y cuando su gente oyó los tiros
cayeron todos en tierra. Trajeron al Almirante una gran carátula que
tenía grandes pedazos de oro en las orejas y en los ojos y en otras
partes, la cual le dio con otras joyas de oro que el mismo rey había
puesto al Almirante en la cabeza y al pescuezo; y a otros cristianos que
con él estaban dio también muchas. El Almirante recibió mucho placer y
consolación de estas cosas que veía, y se le templó la angustia y pena
que había recibido y tenía de la pérdida de la nao, y conoció que
Nuestro Señor había hecho encallar allí la nao porque hiciese allí
asiento. «Y a esto -dice él- vinieron tantas cosas a la mano, que
verdaderamente no fue aquél desastre, salvo gran ventura. Porque es
cierto -dice él- que si yo no encallara, que yo fuera de largo sin
surgir en este lugar, porque él está metido acá dentro en una grande
bahía y en ella dos o tres restingas de bajas, ni este viaje dejara aquí
gente, ni aunque yo quisiera dejarla no les pudiera dar tan buen
aviamento ni tantos pertrechos ni tantos mantenimientos ni aderezos para
fortaleza. Y bien es verdad que mucha gente de ésta que va aquí me
habían rogado y hecho rogar que les quisiera dar licencia para quedarse.
Ahora tengo ordenado de hacer una torre y fortaleza, todo muy bien, y
una grande cava, no porque crea que haya esto menester por esta gente,
porque tengo dicho que con esta gente que yo traigo sojuzgaría toda esta
isla, la cual creo que es mayor que Portugal, y más gente al doble, mas
son desnudos y sin armas y muy cobardes fuera de remedio. Mas es razón
que se haga esta torre y se esté como se ha de estar, estando tan lejos
de Vuestras Altezas, y porque conozcan el ingenio de la gente de
Vuestras Altezas y lo que pueden hacer, porque con amor y temor le
obedezcan; y así tendrán tablas para hacer todas las fortalezas de ellas
y mantenimientos de pan y vino para más de un año y simientes para
sembrar y la barca de la nao y un calafate y un carpintero y un
lombardero y un tonelero y muchos entre ellos hombres que desean mucho,
por servicio de Vuestras Altezas y me hacer placer, de saber de la mina
donde se coge el oro. Así que todo es venido mucho a pelo para que se
haga este comienzo; y sobre todo que, cuando encalló la nao fue tan paso
que casi no se sintió ni había ola ni viento.» Todo esto dice el
Almirante. Y añade más para mostrar que fue gran ventura y determinada
voluntad de Dios que la nao allí encallase porque dejase allí gente, que
si no fuera por la traición del maestre y de la gente, que eran todos o
los más de su tierra, de no querer echar el anda por popa para sacar la
nao, como el Almirante los mandaba, la nao se salvara, y así no pudiera
saberse la tierra, dice él, como se supo aquellos días que allí estuvo,
y adelante por los que allí entendía dejar, porque él iba siempre con
intención de descubrir y no parar en parte más de un día si no era por
falta de los vientos, porque la nao dice que era muy pesada y no para el
oficio de descubrir. Y llevar tal nao dice que causaron los de Palos,
que no cumplieron con el Rey y la Reina lo que le habían prometido: dar
navíos convenientes para aquella jornada, y no lo hicieron. Concluye el
Almirante diciendo que de todo lo que en la nao había no se perdió una
agujeta, ni tabla ni clavo, porque ella quedó sana como cuando partió,
salvo que se cortó y rajó algo para sacar la vasija y todas las
mercaderías, y pusiéronlas todas en tierra y bien guardadas, como está
dicho; y dice que espera en Dios que a la vuelta que él entendía hacer
de Castilla, había de hallar un tonel de oro que habrían rescatado los
que había de dejar y que habrían hallado la mina del oro y la
especiería, y aquello en tanta cantidad que los Reyes antes de tres años
emprendiesen y aderezasen para ir a conquistar la Casa Santa, «que así
-dice él- protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi
empresa se gastase en la conquista de Jerusalén, y Vuestras Altezas se
rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana».
Palabras del Almirante.
Jueves, 27 de diciembre
En saliendo el sol, vino a la carabela el rey de aquella
tierra, y dijo al Almirante que había enviado por oro y que lo quería
cubrir todo de oro antes que se fuese, antes le rogaba que no se fuese; y
comieron con el Almirante el rey y un hermano suyo y otro pariente muy
privado, los cuales dos le dijeron que querían ir a Castilla con él.
Estando en esto, vinieron ciertos indios con nuevas cómo la carabela
Pinta estaba en un río al cabo de aquella isla; luego envió el cacique
allá una canoa, y en ella el Almirante un marinero, porque amaba tanto
al Almirante que era maravilla. Ya entendía el Almirante con cuánta
prisa podía por despacharse para la vuelta de Castilla.
Viernes, 28 de diciembre
Para dar orden y prisa en el acabar de hacer la fortaleza y
en la gente que en ella había de quedar, salió el Almirante en tierra y
parecióle que el rey le había visto cuando iba en la barca; el cual se
entró presto en su casa disimulando, y envió a un su hermano que
recibiese al Almirante y llevólo a una de las casas que tenía dadas a la
gente del Almirante, la cual era la mayor y mejor de aquella villa. En
ella le tenían aparejado un estrado de camisas de palma, donde le
hicieron asentar. Después el hermano envió un escudero suyo a decir al
rey que el Almirante estaba allí, como que el rey no sabía que era
venido, puesto que el Almirante creía que lo disimulaba por hacerle
mucha más honra. Como el escudero se lo dijo, dio el cacique dice que a
correr para el Almirante, y púsole al pescuezo una gran plasta de oro
que traía en la mano. Estuvo allí con él hasta la tarde, deliberando lo
que había de hacer.
Sábado, 29 de diciembre
En saliendo el sol, vino a la carabela un sobrino del rey
muy mozo y de buen entendimiento y buenos hígados (como dice el
Almirante); y como siempre trabajase por saber adónde se cogía el oro,
preguntaba a cada uno, porque por señas ya entendía algo, y así aquel
mancebo le dijo que a cuatro jornadas había una isla al Este que se
llama Guarionex, y otras que se llamaban Mocorix y Mayonic y Fuma y
Cibao y Coroay, en las cuales había infinito oro, los cuales nombres
escribió el Almirante; y supo esto que le había dicho un hermano del
rey, y riñó con él, según el Almirante entendió. También otras veces
había el Almirante entendido que el rey trabajaba porque no entendiese
dónde nacía y se cogía el oro, porque no lo fuese a rescatar o comprar a
otra parte. «Mas es tanto y en tantos lugares y en esta misma isla
Española -dice el Almirante-, que es maravilla.» Siendo ya de noche le
envió el rey una gran carátula de oro, y envióle a pedir un bacín para
mandar hacer otro, y así se lo envió.
Domingo, 30 de diciembre
Salió el Almirante a comer a tierra, y llegó a tiempo que
habían venido cinco reyes sujetos a aqueste que se llamaba Guacanagarí,
todos con sus coronas, representando muy buen estado, que dice el
Almirante a los Reyes que Sus Altezas hubieran placer de ver la manera
de ellos. En llegando en tierra, el rey vino a recibir al Almirante, y
lo llevó de brazos a la misma casa de ayer, donde tenía un estrado y
sillas en que asentó al Almirante; y luego se quitó la corona de la
cabeza y se la puso al Almirante, y el Almirante se quitó del pescuezo
un collar de buenos alaqueques y cuentas muy hermosas de muy lindos
colores, que parecía muy bien en toda parte, y se lo puso a él, y se
desnudó un capuz de fina grana, que aquel día se había vestido, y se lo
vistió, y envió por unos borceguíes de color que le hizo calzar, y le
puso en el dedo un grande anillo de plata, porque habían dicho que
vieron una sortija de plata a un marinero y que había hecho mucho por
ella. Quedó muy alegre y muy contento, y dos de aquellos reyes que
estaban con él vinieron adonde el Almirante estaba con él y trajeron al
Almirante dos grandes plastas de oro, cada uno la suya. Y estando así
vino un indio diciendo que había dos días que dejara la carabela Pinta
al Este en un puerto. Tornóse el Almirante a la carabela, y Vicente
Yáñez, capitán de ella, afirmó que había visto ruibarbo y que lo había
en la isla Amiga, que está a la entrada de la mar de Santo Tomé, que
estaba seis leguas de allí, y que había conocido los ramos y raíz. Dicen
que el ruibarbo echa unos ramitos fuera de tierra y unos frutos que
parecen moras verdes casi secas, y el palillo que está cerca de la raíz
es tan amarillo y tan fino como la mejor color que puede ser para
pintar, y debajo de la tierra hace la raíz como una grande pera.
Lunes, 31 de diciembre
Aqueste día se ocupó en mandar tomar agua y leña para la
partida a España por dar noticia presto a los Reyes para que enviasen
navíos que descubriesen lo que quedaba por descubrir, porque ya «el
negocio parecía tan grande y de tanto tomo que es maravilla», dijo el
Almirante. Y dice que no quisiera partirse hasta que hubiere visto toda
aquella tierra que iba hacia el Este y andaría toda por la costa, por
saber también dice que el tránsito de Castilla a ella, para traer
ganados y otras cosas. Mas, como hubiese quedado con un solo navío, no
le parecía razonable cosa ponerse a los peligros que le pudieran ocurrir
descubriendo. Y quejábase que todo aquel mal e inconveniente haberse
apartado de él la carabela Pinta.
Martes, 1 de enero de 1493
A media noche despachó la barca que fuese a la isleta Amiga
para traer el ruibarbo. Volvió a vísperas con un serón de ello; no
trajeron más porque no llevaron azada para cavar: aquello llevó por
muestra a los Reyes. El rey de aquella tierra dice que había enviado
muchas canoas por oro. Vino la canoa que fue a saber de la Pinta y el
marinero y no la hallaron. Dijo aquel marinero que a veinte leguas de
allí habían visto un rey que traía en la cabeza dos grandes plastas de
oro, y luego que los indios de la canoa le hablaron se las quitó, y vio
también mucho oro a otras personas. Creyó el Almirante que el rey
Guacanagarí debía de haber prohibido a todos que no vendiesen oro a los
cristianos, porque pasase todo por su mano. Mas él había sabido los
lugares, como dije anteayer, donde lo había en tanta cantidad que no lo
tenían en precio. También la especiería que, como dice el Almirante, es
mucha y más vale que pimiento y manegueta. Dejaba encomendados a los que
allí quería dejar que hubiesen cuanta pudiesen.
Miércoles, 2 de enero
Salió de mañana en tierra para se despedir del rey
Guacanagarí y partirse en el nombre del Señor, y diole una camisa suya y
mostróle la fuerza que tenían y efecto que hacían las lombardas, por lo
cual mandó armar una y tirar al costado de la nao que estaba en tierra,
porque vino a propósito de platicar sobre los caribes, con quien tienen
guerra, y vio hasta dónde llegó la lombarda y cómo pasó el costado de
la nao y fue muy lejos la piedra por la mar. Hizo hacer también una
escaramuza con la gente de los navíos armada, diciendo al cacique que no
hubiese miedo a los caribes aunque viniesen. Todo esto dice que hizo el
Almirante porque tuviese por amigos a los cristianos que dejaba, y por
ponerle miedo que los temiese. Llevólo el Almirante a comer consigo a la
casa donde estaba aposentado y a los otros que iban con él. Encomendóle
mucho el Almirante a Diego de Arana y a Pedro Gutiérrez y a Rodrigo
Escobedo, que dejaba juntamente por sus tenientes de aquella gente que
allí dejaba, porque todo fuese bien regido y gobernado a servicio de
Dios y de Sus Altezas. Mostró mucho amor el cacique al Almirante y gran
sentimiento en su partida, mayormente cuando lo vio ir a embarcarse.
Dijo al Almirante un privado de aquel rey, que había mandado hacer una
estatua de oro puro tan grande como el mismo Almirante, y que dende a
diez días la habían de traer. Embarcóse con propósito de se partir
luego, mas el viento no le dio lugar. Dejó en aquella isla Española, que
los indios dice que llamaban Bohío, treinta y nueve hombres con la
fortaleza, y dice que muchos amigos de aquel rey Guacanagarí, y sobre
aquélíos, por sus tenientes, a Diego de Arana, natural de Córdoba, y a
Pedro Gutiérrez, repostero de estrado del Rey, criado del despensero
mayor, y a Rodrigo de Escobedo, natural de Segovia, sobrino de fray
Rodrigo Pérez, con todos sus poderes que de los Reyes tenía. Dejóles
todas las mercaderías que los Reyes mandaron comprar para los rescates,
que eran muchas, para que las trocasen y rescatasen por oro, con todo lo
que traía la nao. Dejóles también pan bizcocho para un año y vino y
mucha artillería, y la barca de la nao para que ellos, como marineros
que eran los más, fuesen, cuando viesen que convenía, a descubrir la
mina de oro, porque a la vuelta que volviese el Almirante hallase mucho
oro, y lugar donde se asentase una villa, porque aquél no era puerto a
su voluntad; mayormente que el oro que allí traían venía dice que del
Este, y cuanto más fuesen al Este tanto estaban cercanos de España.
Dejóles también simientes para sembrar, y sus oficiales, escribano y
alguacil, y un carpintero de naos y calafate y un buen lombardero, que
sabe bien de ingenios, y un tonelero y un físico y un sastre, y todos
dice que hombres de la mar.
Jueves, 3 de enero
No partió hoy porque anoche dice que vinieron tres de los
indios que traía de las islas que se habían quedado, y dijéronle que los
otros y sus mujeres vendrían al salir del sol. La mar también fue algo
alterada, y no pudo la barca estar en tierra; determinó partir mañana,
mediante la gracia de Dios. Dijo que si él tuviera consigo la carabela
Pinta tuviera por cierto de llevar un tonel de oro, porque osara seguir
las costas de estas islas, lo que no osaba hacer por ser solo, porque no
le acaeciese algún inconveniente y se impidiese su vuelta a Castilla y
la noticia que debía dar a los Reyes de todas las cosas que había
hallado. Y si fuera cierto que la carabela Pinta llegara a salvamento en
España con aquel Martín Alonso Pinzón, dijo que no dejara de hacer lo
que deseaba; pero porque no sabía de él y porque, ya que vaya, podrá
informar a los Reyes de mentiras porque no le manden dar la pena que él
merecía, como quien tanto mal había hecho y hacía en haberse ido sin
licencia y estorbar los bienes que pudieran hacerse y saberse de aquella
vez, dice el Almirante, confiaba que Nuestro Señor le daría buen tiempo
y se podría remediar todo.
Viernes, 4 de enero
Saliendo el sol, levantó las anclas con poco viento, con la
barca por proa el camino del Noroeste para salir fuera de la restinga,
por otra canal más ancha de la que entró, la cual y otras son muy buenas
para ir por delante de la Villa de la Navidad, y por todo aquello el
más bajo fondo que halló fueron tres brazas hasta nueve, y estas dos van
de Noroeste al Sudeste, según aquellas restingas eran grandes que duran
desde el Cabo Santo hasta el Cabo de Sierpe, que son más de seis
leguas, y fuera en la mar bien tres y sobre el Cabo Santo bien tres, y
sobre el Cabo Santo a una legua no hay más de ocho brazas de fondo, y
dentro del dicho cabo, de la parte del Este, hay muchos bajos y canales
para entrar por ellos, y toda aquella costa se corre Noroeste Sudeste y
es toda playa, y la tierra muy llana hasta bien cuatro leguas la tierra
adentro. Después hay montañas muy altas y es toda muy poblada de
poblaciones grandes y buena gente, según se mostraban con los
cristianos. Navegó así al Este, camino de un monte muy alto que quiere
parecer isla pero no lo es, porque tiene participación con tierra muy
baja, el cual tiene forma de un alfaneque muy hermoso, al cual puso
nombre Monte Cristi, el cual está justamente al Este del Cabo Santo, y
habrá dieciocho leguas. Aquel día, por ser el viento muy poco, no pudo
llegar al Monte Cristi con seis leguas. Halló cuatro isletas de arena
muy bajas, con una restinga que salía mucho al Noroeste y andaba mucho
al Sudeste. Dentro hay un grande golfo que va desde dicho monte al
Sudeste bien veinte leguas, el cual debe ser todo de poco fondo y muchos
bancos, y dentro de él en toda la costa muclios ríos no navegables,
aunque aquel marinero que el Almirante envió con la canoa a saber nuevas
de la Pinta dijo que vio un río en el cual podían entrar naos. Surgió
por allí el Almirante seis leguas de Monte Cristi en diecinueve brazas,
dando la vuelta a la mar por apartarse de muchos bajos y restingas que
por allí había, donde estuvo aquella noche. Da el Almirante aviso que el
que hubiere de ir a la Villa de la Navidad, que conociere a Monte
Cristi, debe meterse en la mar dos leguas, etc.; pero porque ya se sabe
la tierra y más por allí no se pone aquí. Concluye que Cipango estaba en
aquella isla y que hay mucho oro y especiería y almáciga y ruibarbo.
Sábado, 5 de enero
Cuando el sol quería salir, dio la vela con el terral;
después ventó Este, y vio que de la parte del Sursudeste del Monte
Cristi, entre él y una isleta, parecía ser buen puerto para surgir esta
noche, y tomó el camino al Essueste, y después al Sursudeste bien seis
leguas, diecisiete brazas de fondo y muy limpio, y anduvo así tres
leguas con el mismo fondo. Después bajó a doce brazas hasta el morro del
monte, y sobre el morro del monte a una legua halló nueve, y limpio
todo, arena menuda. Siguió así el camino hasta que entró entre el monte y
la isleta, adonde halló tres brazas y media de fondo con bajamar, muy
singular puerto adonde surgió. Fue con la barca a la isleta, donde halló
fuego y rastro de que habían estado allí pescadores. Vio allí muchas
piedras pintadas de colores, o cantera de piedras tales de labores
naturales muy hermosas, dice que para edificios de iglesia o de otras
obras reales, como las que halló en la isleta de San Salvador. Halló
también en esta isleta muchos pies de almáciga. Este Monte Cristi dice
que es muy hermoso y alto y andable, de muy linda hechura, y toda la
tierra cerca de él es maja, muy linda campiña, y él queda así alto que
viéndolo de lejos parece isla que no comunique con alguna tierra.
Después del dicho monte, al Este, vio un cabo a veinticuatro millas al
cual llamó Cabo del Becerro, desde el cual hasta el dicho monte pasan en
la mar bien dos leguas unas restingas de bajos, aunque le pareció que
había entre ellas canales para poder entrar; pero conviene que sea de
día y vaya sondando con la barca primero. Desde el dicho monte al Este
hacia el Cabo del Becerro las cuatro leguas es todo playa y tierra muy
baja y hermosa, y lo otro es todo tierra muy alta y grandes montañas
labradas y hermosas, y dentro de la tierra va una sierra de Nordeste al
Sudeste, la más hermosa que había visto, que parece propia como la
sierra de Córdoba. Parecen también muy lejos otras montañas muy altas
hacia el Sur y del Sudeste y muy grandes valles y muy verdes y muy
hermosos y muy muchos ríos de agua; todo esto en tanta cantidad apacible
que no creía encarecerlo la milésima parte. Después vio, al Este de
dicho monte, una tierra que parecía otro monte, así como aquel de Cristi
en grandeza y hermosura. Y dende a la cuarta del Este al Nordeste es
tierra no tan alta, y habría bien cien millas o cerca.
Domingo, 6 de enero
Aquel puerto es abrigado de todos los vientos, salvo de
Norte y Noroeste, y dice que poco reinan por aquella tierra, y aun de
éstos se pueden guarecer detrás de la isleta: tiene tres hasta cuatro
brazas. Salido el sol, dio la vela por ir la costa delante, la cual toda
corría al Este, salvo que es menester dar reguardo a muchas restingas
de piedra y arena que hay en la dicha costa. Verdad es que dentro de
ellas hay buenos puertos y buenas entradas por su canales. Después de
medio día ventó Este recio, y mandó subir a un marinero al topo del
mástil para mirar los bajos, y vio venir la carabela Pinta con Este a
popa, y llegó al Almirante, y porque no había donde surgir por ser bajo,
volvióse el Almirante al Monte Cristi a desandar diez leguas atrás que
había andado, y la Pinta con él. Vino Alonso Pinzón a la carabela Niña,
donde iba el Almirante, a se excusar diciendo que se había partido de él
contra su voluntad, dando razones por ello; pero el Almirante dice que
eran falsas todas, y que con mucha soberbia y codicia se había apartado
aquella noche que se apartó de él, y que no sabía, dice el Almirante, de
dónde le hubiesen venido las soberbias y deshonestidad que había usado
con él aquel viaje, las cuales quiso el Almirante disimular por no dar
lugar a las malas obras de Satanás, que deseaba impedir aquel viaje como
hasta entonces había hecho, sino que por dicho de un indio de los que
el Almirante le había encomendado con otros que llevaba en su carabela,
el cual le había dicho que en una isla que se llamaba Baneque había
mucho oro, y como tenía el navío sutil y ligero se quiso apartar e ir
por sí dejando al Almirante. Pero el Almirante quisose detener y costear
la isla Juana y la Española, pues todo era un camino del Este. Después
que Martín Alonso fue a la isla Baneque dice que no halló nada de oro, y
se vino a la costa de la Española por información de otros indios que
le dijeron haber en aquella isla Española, que los indios llamaban
Bohío, mucha cantidad de oro y muchas minas, y por esta causa llegó
cerca de la Villa de la Navidad, obra de quince leguas, y había entonces
más de veinte días; por lo cual parece que fueron verdad las nuevas que
los indios daban, por las cuales envió el rey Guacanagarí la canoa, y
el Almirante el marinero, y debía ser ida cuando la canoa llegó. Y dice
aquí el Almirante que rescató la carabela mucho oro, que por un cabo de
agujeta le daban buenos pedazos de oro del tamaño de dos dedos y a veces
como la mano, y llevaba el Martín Alonso la mitad y la otra mitad se
repartía por la gente. Añade el Almirante diciendo a los Reyes: «Así
que, Señores Príncipes, que yo conozco que milagrosamente mandó quedar
allí aquella nao Nuestro Señor, porque es el mejor lugar de toda la isla
para hacer el asiento y más cerca de las minas del oro.» También dice
que supo que detrás de la isla Juana, de la parte del Sur, hay otra isla
grande, en que hay muy mayor cantidad de oro que en ésta, en tanto
grado que cogían los pedazos mayores que habas, y en la isla Española se
cogían pedazos de oro de las minas como granos de trigo Llamábase,
dice, aquella isla Yamaye. También dice que supo el Almirante que allí,
hacia el Este, había una isla adonde no había sino solas mujeres, y esto
dice que de muchas personas lo sabía. Y que aquella isla Española, y la
otra isla Yamaye, estaban cerca de tierra firme diez jornadas de canoa,
que podían ser sesenta o setenta leguas, y que era la gente vestida
allí.
Lunes, 7 de enero
Este día hizo tomar una agua que hacía la carabela y
calafatearía, y fueron los marineros en tierra a traer leña y dice que
hallaron muchos almácigos y liñáloe.
Martes, 8 de enero
Por el viento Este y Sudeste mucho que ventaba no partió
este día, por lo cual mandó que se guarneciese la carabela de agua y
leña y de todo lo necesario para todo el viaje, porque, aunque tenía
voluntad de costear toda la costa de aquella Española que andando el
camino pudiese, pero, porque los que puso en las carabelas por capitanes
eran hermanos, conviene a saber Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, y
otros que le seguían con soberbia y codicia estimando que todo era ya
suyo, no mirando la honra que el Almirante les había hecho y dado, no
habían obedecido ni obedecían sus mandamientos, antes hacían y decían
muchas cosas no debidas contra él, y el Martín Alonso lo dejó desde el
21 de noviembre hasta el 6 de enero sin causa alguna ni razón sino por
su desobediencia, todo lo cual el Almirante había sufrido y callado por
dar buen fin a su viaje, así que, por salir de tan mala compañía, con
los cuales dice que cumplía disimular, aunque eran gente desmandada, y
aunque tenía dice que consigo muchos hombres de bien, pero no era tiempo
de entender en castigo, acordó volverse y no parar más, con la mayor
prisa que le fue posible. Entró en la barca y fue al río, que es allí
junto, hacia el Sursudoeste del Monte Cristi una grande legua, donde
iban los marineros a tomar agua para el navío, y halló que el arena de
la boca del río, el cual es muy grande y hondo, era dice que toda llena
de oro y en tanto grado que era maravilla, puesto que era muy menudo.
Creía el Almirante que por venir por aquel río abajo se desmenuzaba por
el camino, puesto que dice que en poco espacio halló muchos granos tan
grandes como lentejas; mas de lo menudito dice que había mucha cantidad.
Y, porque la mar era llena y entraba agua salada con la dulce, mandó
subir con la barca el río arriba un tiro de piedra: henchieron los
barriles desde la barca y, volviéndose a la carabela, hallaron metidos
por los aros de los barriles pedacitos de oro, y lo mismo en los aros de
la pipa. Puso por nombre el Almirante al río el Río del Oro, el cual de
dentro pasada la entrada muy hondo, aunque la entrada es baja y la boca
muy ancha, y de él a la Villa de Navidad hay diecisiete leguas.
Entremedias hay otros muchos ríos grandes; en especial tres, los cuales
creía que debían tener mucho más oro que aquél, porque son más grandes,
puesto que éste es casi tan grande como el Guadalquivir por Córdoba; y
de ellos a las minas del oro no hay veinte leguas ~ Dice más el
Almirante: que no quiso tomar de la dicha arena que tenía tanto oro,
pues Sus Altezas lo tenían todo en casa y a la puerta de su Villa de
Navidad, sino venirse a más andar por llevarles las nuevas y quitarse de
la mala compañía que tenía y que siempre había dicho que era gente
desmandada.
Miércoles, 9 de enero
A media noche levantó las velas con el viento Sudeste y
navegó al Esnordeste; llegó a una punta que llamó Punta Roja, que está
justamente al Este del Monte Cristi sesenta millas. Y al abrigo de ella
surgió a la tarde, que serían tres horas antes de que anocheciese. No
osó salir de allí de noche, porque había muchas restingas, hasta que se
sepan, porque después serán provechosas si tienen, como deben tener,
canales, y tienen mucho fondo y buen surgidero seguro de todos vientos.
Estas tierras, desde Monte Cristi hasta allí donde surgió, son tierras
altas y llanas y muy lindas campiñas, y a las espaldas muy hermosos
montes que van de Este a Oeste, y son todos labrados y verdes, que es
cosa de maravilla ver su hermosura, y tienen muchas riberas de agua. En
toda esta tierra hay muchas tortugas, de las cuales tomaron los
marineros en el Monte Cristi que venían a desovar en tierra, y eran muy
grandes como una grande tablachina. El día pasado, cuando el Almirante
iba al Río del Oro, dijo que vio tres sirenas que salieron bien alto de
la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera
tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vio algunas en
Guinea, en la Costa Manegueta. Dice que esta noche, con el nombre de
Nuestro Señor, partiría a su viaje sin más detenerse en cosa alguna,
pues había hallado lo que buscaba, porque no quiere más enojo con aquel
Martín Alonso hasta que Sus Altezas supiesen las nuevas de su viaje y de
lo que ha hecho; «y después no sufriré -dice él- hechos de malas
personas y de poca virtud, las cuales contra quien les dio aquella honra
presumen hacer su voluntad con poco acatamiento».
Jueves, 10 de enero
Partióse de donde había surgido, y al sol puesto llegó a un
río, al cual puso nombre río de Gracia; dista de la parte del Sudeste
tres leguas. Surgió a la boca, que es buen surgidero, a la parte del
Este. Para entrar dentro tiene un banco, que no tiene sino dos brazas de
agua y muy angosto: dentro es buen puerto cerrado, sino que tiene mucha
broma. Y de ella iba la carabela Pinta, donde iba Martín Alonso, muy
maltratada, porque dice que estuvo allí rescatando dieciséis días, donde
rescataron mucho oro, que era lo que deseaba Martín Alonso. El cual,
después que supo de los indios que el Almirante estaba en la costa de la
misma isla Española y que no lo podía errar, se vino para él. Y dice
que quisiera que toda la gente del navío jurara que no habían estado
allí sino seis días. Mas dice que era cosa tan pública su maldad, que no
podía encubrir. El cual, dice el Almirante, tenía hechas leyes que
fuese para él la mitad del oro que se rescatase o se hubiese. Y cuando
hubo de partirse de allí, tomó cuatro hombres indios y dos mozos por
fuerza, a los cuales el Almirante mandó dar de vestir y tornar en tierra
que se fuesen a sus casas; «lo cual -dice- es servicio de Vuestras
Altezas, así de esta isla en especial como de las otras. Mas aquí, donde
tienen ya asiento Vuestras Altezas, se debe hacer honra y favor a los
pueblos, pues que en esta isla hay tanto oro y buenas tierras y
especiería».
Viernes, 11 de enero
A media noche salió del Río de Gracia con el terral; navegó
al Este, hasta un cabo que llamó Belprado, cuatro leguas; y de allí al
Sudeste está el monte a quien puso Monte de Plata y dice que hay ocho
leguas. De allí del cabo Belprado, al Este cuarta del Sudeste, está el
cabo que dijo del Angel, y hay dieciocho leguas; y de este cabo al Monte
de Plata hay un golfo y tierras las mejores y más lindas del mundo,
todas campiñas altas y hermosas, que van mucho la tierra adentro, y
después hay una sierra, que va de Este a Oeste, muy grande y muy
hermosa; y al pie del monte hay un puerto muy bueno y en la entrada
tiene catorce brazas, y este monte es muy alto y hermoso, y todo esto es
poblado mucho. Y creía el Almirante debía haber buenos ríos y mucho
oro. Del Cabo del Angel al Este cuarta del Sudeste, hay cuatro leguas a
una punta que puso del Hierro; y al mismo camino, a cuatro leguas, está
una punta que llamó la Punta Seca; y de allí al mismo camino, a seis
leguas, está el cabo que dijo Redondo; y de allí al Este está el cabo
Francés; y en este cabo, de la parte del Este, hay una angla grande, mas
no le pareció haber surgidero. De allí a una legua está el Cabo del
Buen Tiempo; de éste al Sur cuarta del Sudeste hay un cabo que llamó
Tejado, una grande legua; y de éste hacia el Sur vio otro cabo, y
parecióle que habría quince leguas. Hoy hizo gran camino, porque el
viento y las corrientes iban con él. No osó surgir, por miedo a los
bajos, y así estuvo a la corda toda la noche.
Sábado, 12 de enero
Al cuarto del alba navegó al Este con viento fresco y
anduvo así hasta el día, y en este tiempo veinte millas, y en dos horas
después andaría veinticuatro millas. De allí vio al Sur tierra, y fue
hacia ella, y estaría de ella cuarenta y ocho millas y dice que, dado
resguardo al navío, andaría esta noche veintiocho millas al Nornordeste.
Cuando vio la tierra, llamó a un cabo que vio el Cabo de Padre e Hijo,
porque a la punta de la parte del Este tiene dos farallones, mayor el
uno que el otro. Después, al Este dos leguas, vio una grande abra y muy
hermosa entre dos grandes montañas, y vio que era grandísimo puerto,
bueno y de muy buena entrada; pero, por ser muy de mañana y no perder
camino, porque por la mayor parte del tiempo hace por allí Estes y
entonces le lleva Nornoroeste, no quiso detenerse más. Siguió su camino
al Este hasta un cabo muy alto y muy hermoso y todo de piedra tajado a
quien puso por nombre Cabo del Enamorado, el cual estaba al Este de
aquel puerto a quien llamó Puerto Sacro, treinta y dos millas; y, en
llegando a él, descubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, de
peña todo, así como el Cabo de San Vicente en Portugal, y estaba del
Enamorado al Este doce millas. Después que llegó a emparejarse con el
del Enamorado, vio, entremedias de él y de otro, que se hacía una
grandísima bahía que tiene de anchor tres leguas, y en medio de ella
está una isleta pequeñuela; el fondo es mucho a la entrada hasta tierra.
Surgió allí en doce brazas, envió la barca en tierra por agua y por ver
si había lengua, pero la gente toda huyó. Surgió también por ver si
toda era aquella una tierra con la Española; y lo que dijo ser golfo
sospechaba no fuese otra isla por sí. Quedaba espantado de ser tan
grande la isla Española.
Domingo, 13 de enero
No salió de este puerto por no hacer terral con que
saliese. Quisiera salir por ir a otro mejor puerto, porque aquél era
algo descubierto, y porque quería ver en qué paraba la conjunción de la
Luna con el Sol, que esperaba a 17 de este mes, y la oposición de ella
con Júpiter y conjunción con Mercurio y el Sol en opósito con Júpiter,
que es causa de grandes vientos. Envió la barca a tierra en una hermosa
playa para que tomasen de los ajes para comer, y hallaron ciertos
hombres con arcos y flechas, con los cuales se pararon a hablar, y les
compraron dos arcos y muchas flechas y rogaron a uno de ellos que fuese a
hablar al Almirante a la carabela; y vino, el cual dice que era muy
disforme en la catadura más que otros que hubiesen visto. Tenía el
rostro todo tiznado de carbón, puesto que en todas partes acostumbran de
se teñir de diversos colores. Traía todos los cabellos muy largos y
encogidos y atados atrás y después puestos en una redecilla de plumas de
papagayos, y él así desnudo como los otros. Juzgó el Almirante que
debía ser de los caribes que comen los hombres, y que aquel golfo que
ayer había visto que hacía apartamiento de tierra y que sería isla por
sí. Preguntóle por los caribes y señalóle al Este, cerca de allí; la
cual dice que ayer vio el Almirante antes que entrase en aquella bahía, y
díjole el indio que en ella había muy mucho oro, señalándole la popa de
la carabela, que era bien grande, y que pedazos había tan grandes.
Llamaba al oro tuob y no entendía por caona, como le llaman en la
primera parte de la isla, ni por nocay, como lo nombran en San Salvador y
en las otras islas. Al alambre o a un oro bajo llaman en La Española
tuob. De la isla de Matinino dijo aquel indio que era toda poblada de
mujeres sin hombres, y que en ella hay mucho tuob, que es oro o alambre,
y que es más al Este de Carib. También dijo de la isla de Goanin,
adonde hay mucho tuob. De estas islas dice el Almirante que por muchas
personas hace días había noticia. Dice más el Almirante; que en las
islas pasadas estaban con gran temor de Carib, y en algunas le llamaban
Caniba, pero en La Española Carib; y que debe de ser gente arriscada,
pues andan por todas estas islas y comen la gente que pueden haber. Dice
que entendía algunas palabras, y por ellas dice que saca otras cosas, y
que los indios que consigo traía entendían más, puesto que hallaba
diferencia de lenguas por la gran distancia de las tierras. Mandó dar al
indio de comer, y diole pedazos de paño verde y colorado y cuentezuelas
de vidrio, a que ellos son muy aficionados, y tornóle a enviar a tierra
y díjole que trajese oro si lo había, lo cual creía por algunas cositas
suyas que él traía. En llegando la barca a tierra, estaban detrás los
árboles bien cincuenta y cinco hombres desnudos, con los cabellos muy
largos, así como las mujeres los traen en Castilla. Detrás de la cabeza
traían penachos de plumas de papagayos y de otras aves, y cada uno traía
su arco. Descendió el indio en tierra e hizo que los otros dejasen sus
arcos y flechas, y un pedazo de palo que es como un... muy pesado que
traen en lugar de espada; los cuales después se llegaron a la barca, y
la gente de la barca salió a tierra y comenzáronles a comprar los arcos y
flechas y las otras armas, porque el Almirante así lo tenía ordenado.
Vendidos dos arcos, no quisieron dar más; antes se aparejaron de
arremeter a los cristianos y prenderlos. Fueron corriendo a tomar sus
arcos y flechas donde los tenían apartados y tornaron con cuerdas en las
manos para dice que atar a los cristianos. Viéndolos venir corriendo a
ellos, estando los cristianos apercibidos, porque siempre los avisaba de
esto el Almirante, arremetieron los cristianos a ellos, y dieron a un
indio una gran cuchillada en las nalgas y a otro por los pechos hirieron
con una saetada, a lo cual, visto que podían ganar poco aunque no eran
los cristianos sino siete y ellos cincuenta y tantos, dieron a huir que
no quedó ninguno, dejando uno aquí las flechas y otro allí los arcos.
Mataran dice que los cristianos muchos de ellos si el piloto que iba por
capitán de ellos no lo estorbara. Volviéronse luego a la carabela los
cristianos con su barca, y, sabido por el Almirante, dijo que por una
parte le había pesado y por otra no, porque hayan miedo a los
cristianos, porque sin duda, dice él, la gente de allí es dice que de
mal hacer y que creía que eran los de Carib y que comiesen los hombres, y
porque, viniendo por allí la barca que dejó a los treinta y nueve
hombres en la fortaleza y Villa de la Navidad, tengan miedo de hacerles
algún mal. Y que si no son de los caribes, al menos deben ser fronteros y
de las mismas costumbres y gente sin miedo, no como los otros de las
otras islas, que son cobardes y sin armas fuera de razón. Todo esto dice
el Almirante y que querría tomar algunos de ellos. Dice que hacían
muchas ahumadas como acostumbraban en aquella isla Española.
Lunes, 14 de enero
Quisiera enviar esta noche a buscar las casas de aquellos
indios por tomar algunos de ellos, creyendo que eran caribes, y... por
el mucho Este y Nordeste y mucha ola que hizo en la mar; pero, ya de
día, vieron mucha gente de indios en tierra, por lo cual mandó el
Almirante ir allá la barca con gente bien aderezada, los cuales luego
vinieron todos a la popa de la barca, y especialmente el indio que el
día antes había venido a la carabela y el Almirante le había dado las
cosillas de rescate. Con éste dice que venía un rey, el cual había dado
al indio dicho unas cuentas que diese a los de la barca en señal de
seguro y de paz. Este rey, con tres de los suyos, entraron en la barca y
vinieron a la carabela. Mandóles el Almirante dar de comer bizcocho y
miel y diole un bonete colorado y cuentas y un pedazo de paño colorado, y
a otros también pedazos de paño, el cual dijo que traería mañana una
carátula de oro, afirmando que allí había mucho, y en Carib y Matinino.
Después los envió a tierra bien contentos. Dice más el Almirante: que le
hacían agua mucha las carabelas por la quilla, y quéjase mucho de los
calafates que en Palos las calafatearon muy mal y que cuando vieron que
el Almirante había entendido el defecto de su obra y los quisiera
constreñir a que la enmendaran, huyeron; pero, no obstante la mucha agua
que las carabelas hacían, confía en Nuestro Señor que lo trajo, le
tornará por su piedad y misericordia, que bien sabía Su Alta Majestad
cuánta controversia tuvo primero antes que se pudiese expedir de
Castilla, que ninguno otro fue en su favor sino El, porque El sabía su
corazón y, después de Dios, Sus Altezas, y todo lo demás le había sido
contrario sin razón alguna. Y dice más así: «y han sido causa que la
Corona Real de Vuestras Altezas no tenga cien cuentos de renta más de la
que tiene después que yo vine a les servir, que son siete años ahora a
20 días de enero este mismo mes, y más lo que acrecentado sería de aquí
en adelante. Mas aquel poderoso Dios remediará todo». Estas son sus
palabras.
Martes, 15 de enero
Dice que quiere partir porque ya no aprovecha nada
detenerse, por haber pasado aquellos desconciertos (debe decir del
escándalo de los indios). Dice también que hoy ha sabido que toda la
fuerza del oro estaba en la comarca de la Villa de la Navidad de Sus
Altezas, y que en la isla de Carib había mucho alambre y en Matinino,
puesto que será dificultoso en Carib, porque aquella gente dice que come
carne humana, y que de allí se parecía la isla de ellos y que tenía
determinado de ir allá, pues está en el camino, y a la de Matinino que
dice que era poblada toda de mujeres sin hombres, y ver la una y la otra
y tomar dice algunos de ellos. Envió el Almirante la barca a tierra, y
el rey de aquella tierra no había venido, porque dice que la población
estaba lejos; mas envió su corona de oro, como había prometido, y
vinieron otros muchos hombres con algodón y con pan de ajes, todos con
sus arcos y flechas. Después que todo lo hubieron rescatado, vinieron
dice que cuatro mancebos a la carabela, y pareciéronle al Almirante dar
tan buena cuenta de todas aquellas islas que estaban hacia el Este, en
el mismo camino que el Almirante había de llevar, que determinó de traer
a Castilla consigo. Allí dice que no tenían hierro ni otro metal que se
hubiese visto, aunque en pocos días no se puede saber de una tierra
mucho, así por la dificultad de la lengua, que no entendía el Almirante,
sino por discreción, como porque ellos no saben lo que él pretendía en
pocos días. Los arcos de aquella gente dice que eran tan grandes como
los de Francia e Inglaterra; las flechas son propias como las azagayas
de las otras gentes que hasta allí había visto, que son de los pimpollos
de las cañas cuando son simiente, que quedan muy derechas y de longura
de una vara y media y de dos, y después ponen al cabo un pedazo de palo
agudo de un palmo y medio; y encima de este palillo algunos le injertan
un diente de pescado, y algunos y los más le ponen allí hierba, y no
tiran como en otras partes, salvo por una cierta manera que no pueden
mucho ofender. Allí había mucho algodón y muy fino y luengo y hay muchas
almácigas, y parecíale que los arcos eran de tejo, y que hay oro y
cobre. También hay mucho ají, que es su pimienta, de ella que vale más
que pimienta, y toda la gente no come sin ella, que la halla muy sana:
puédense cargar cincuenta carabelas cada año en aquella Española. Dice
que halló mucha hierba en aquella bahía, de la que hallaron en el golfo
cuando venía el descubrimiento, por lo cual creía que había islas al
Este hasta en derecho de donde las comenzó a hallar: porque tiene por
cierto que aquella hierba nace en poco fondo junto a tierra; y dice que,
si así es, muy cerca estaban estas Indias de las islas de Canaria, y
por esta razón creía que distaban menos de cuatrocientas leguas.
Miércoles, 16 de enero
Partió antes del día, tres horas, del golfo que llamó el
Golfo de las Flechas, con viento de la tierra, después con viento Oeste,
llevando la proa al Este cuarta del Nordeste para ir dice que a la isla
de Carib, donde estaba la gente de quien todas aquellas islas y tierras
tanto miedo tenían, porque dice que con sus canoas sin número andaban
todas aquellas mares y dice que comían los hombres que pueden haber. La
derrota dice que le habían mostrado unos indios de aquellos cuatro que
tomó ayer en el Puerto de las Flechas. Después de haber andado a su
parecer sesenta y cuatro millas, señaláronle los indios quedaría la
dicha isla al Sudeste; quiso llevar aquel camino y mandó templar las
velas, y, después de haber andado dos leguas, refrescó el viento muy
bueno para ir a España. Notó en la gente que comenzó a entristecerse por
desviarse del camino derecho, por la mucha agua que hacían ambas
carabelas, y no tenían algún remedio salvo el de Dios. Hubo de dejar el
camino que creía que llevaba de la isla y volvió al derecho de España,
Nordeste cuarta del Este, y anduvo así hasta el sol puesto cuarenta y
ocho millas, que son doce leguas. Dijéronle los indios que por aquella
vía hallaría la isla de Matinino, que dice que era poblada de mujeres
sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar dice que a
los Reyes cinco o seis de ellas; pero dudaba que los indios supiesen
bien la derrota, y él no se podía detener, por el peligro del agua que
cogían las carabelas; mas dice que era cierto que las había, y que
cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de
Carib, que dice que estaba de ellas diez o doce leguas, y si parían niño
enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo. Dice
el Almirante que aquellas dos islas no debían distar de donde había
partido quince o veinte leguas, y creía que eran al Sudeste, y que los
indios no le supieron señalar la derrota. Después de perder de vista el
cabo que nombró de San Theramo, de la isla Española, que le quedaba al
Oeste dieciséis leguas, anduvo doce leguas al Este cuarta del Nordeste.
Llevaba muy buen tiempo.
Jueves, 17 de enero
Ayer, al poner del sol calmóse algo el viento; andaría
catorce ampolletas, que tenía cada una media hora o poco menos, hasta el
rendir del primer cuarto, y andaría cuatro millas por hora, que son
veintiocho millas. Después refrescó el viento y anduvo así todo aquel
cuarto, que fueron diez ampolletas, y después otras seis, hasta salido
el sol, ocho millas por hora, y así andaría por todas ochenta y cuatro
millas que son veintiuna leguas al Nordeste cuarta del Este, y hasta el
sol puesto andaría más de cuarenta y cuatro millas, que son once leguas,
al Este. Aquí vino un alcatraz a la carabela y después otro, y vio
mucha hierba de la que está en la mar.
Viernes, 18 de enero
Navegó con poco viento esta noche al Este cuarta del
Sudeste cuarenta millas, que son diez leguas, y después al Sudeste
cuarta del Este treinta millas, que son siete leguas y media, hasta
salido el sol. Después de salido el sol navegó todo el día con poco
viento Esnordeste y Nordeste y con Este más y menos, puesta la proa a
veces al Norte y a veces a la cuarta del Nordeste y al Nornordeste; y
así, contando lo uno y lo otro, creyó que andaría sesenta millas, que
son quince leguas. Pareció poca hierba en la mar; pero dice que ayer y
hoy pareció la mar cuajada de atunes, y creyó el Almirante que de allí
debían de ir a las almadrabas del Duque de Conil y de Cádiz. Por un
pescado que se llama rabihorcado, que anduvo alrededor de la carabela y
después se fue la vía del Sursudeste, creyó el Almirante que había por
allí algunas islas. Y al Essueste de la isla Española dijo que quedaba
la isla de Carib y la de Matinino y otras muchas.
Sábado, 19 de enero
Anduvo esta noche cincuenta y seis millas al Norte cuarta
del Nordeste, y sesenta y cuatro al Nordeste cuarta del Norte. Después
del sol salido, navegó al Nordeste con el viento Essueste, con viento
fresco, y después a la cuarta del Norte, y andaría ochenta y cuatro
millas, que son veintiuna leguas. Vino la mar cuajada de atunes
pequeños: hubo alcatraces, rabos de juncos y rabihorcados.
Domingo, 20 de enero
Calmó el viento esta noche, y a ratos ventaba unas rachas
de viento, y andaría por todo veinte millas al Nordeste. Después del sol
salido, andaría once millas al Sudeste, después al Nornordeste treinta y
seis millas, que son nueve leguas. Vio infinitos atunes pequeños. Los
aires dice que muy suaves y dulces, como en Sevilla por abril o mayo, y
la mar, dice, a Dios sean dadas muchas gracias, siempre muy llana.
Rabihorcados y pardelas y otras aves muchas parecieron.
Lunes, 21 de enero
Ayer, después del sol puesto, navegó al Norte cuarta del
Nordeste, con el viento Este y Nordeste: andaría ocho millas por hora
hasta media noche, que serían cincuenta y seis millas. Después anduvo al
Nornordeste ocho millas por hora, y así serían, en toda la noche,
ciento cuatro millas, que son veintiséis leguas, a la cuarta del Norte
de la parte del Nordeste. Después del sol salido, navegó al Nornordeste
con el mismo viento Este, y a veces a la cuarta del Nordeste, y andaría
ochenta y ocho millas en once horas que tenía el día, que son veintiuna
leguas, sacada una que perdió porque arribó sobre la carabela Pinta por
hablarle. Hallaba los aires más fríos, y pensaba dice que hallarlos más
cada día cuanto más se llegase al Norte, y también por las noches ser
más grandes por la angostura de la esfera. Parecieron muchos rabos de
juncos y pardelas y otras aves; pero no tantos peces, dice que por ser
el agua más fría. Vio mucha hierba.
Martes, 22 de enero
Ayer, después del sol puesto, navegó al Nornordeste con
viento Este y tomaba del Sudeste; andaba ocho millas por hora hasta
pasadas cinco ampolletas, y tres antes que se comenzase la guardia, que
eran ocho ampolletas. Y así habría andado setenta y dos millas, que son
dieciocho leguas. Después anduvo a la cuarta del Nordeste al Norte seis
ampolletas, que serían otras dieciocho millas. Después cuatro ampolletas
de la segunda guarda al Nordeste, seis millas por hora, que son tres
leguas al Nordeste. Después, hasta el salir del sol, anduvo al
Esnordeste once ampolletas, seis leguas por hora, que son siete leguas.
Después al Esnordeste, hasta las once horas del día, treinta y dos
millas. Y así calmó el viento y no anduvo más en aquel día. Nadaron los
indios. Vieron rabos de juncos y mucha hierba.
Miércoles, 23 de enero
Esta noche tuvo muchos mudamientos en los vientos; tanteado
todo y dados los resguardos que los marineros buenos suelen y deben
dar, dice que andaría esta noche al Nordeste cuarta del Norte ochenta y
cuatro millas, que son veintiuna leguas. Esperaba muchas veces a la
carabela Pinta, porque andaba mal de la bolina, porque se ayudaba poco
de la mesana por el mástil no ser bueno; y dice que si el capitán de
ella, que es Martín Alonso Pinzón, tuviera tanto cuidado de proveerse de
un buen mástil en las Indias, donde tantos y tales había, como fue
codicioso de se apartar de él, pensando de henchir el navío de oro, él
lo pusiera bueno. Parecieron muchos rabos de juncos y mucha hierba: el
cielo todo turbado estos días; pero no había llovido, y la mar siempre
muy llana como en un río, a Dios sean dadas muchas gracias. Después del
sol salido, andaría al Nordeste franco cierta parte del día treinta
millas, que son siete leguas y media, y después lo demás anduvo al
Esnordeste otras treinta, que son siete leguas y media.
Jueves, 24 de enero
Andaría esta noche toda, consideradas muchas mudanzas que
hizo el viento al Nordeste, cuarenta y cuatro millas, que fueron once
leguas. Después de salido el sol hasta puesto, andaría al Esnordeste
catorce leguas.
Viernes, 25 de enero
Navegó esta noche al Esnordeste un pedazo de la noche, que
fueron trece ampolletas, nueve leguas y media; después anduvo al
Nornordeste otras seis millas. Salido el sol todo el día, porque calmó
el viento, andaría al Esnordeste veintiocho millas, que son siete
leguas. Mataron los marineros una tonina y un grandísimo tiburón, y dice
que lo habían bien menester, porque no traían ya de comer sino pan y
vino y ajes de las Indias.
Sábado, 26 de enero
Esta noche anduvo al Este cuarta del Sudeste cincuenta y
seis millas, que son catorce leguas. Después del sol salido, navegó a
las veces al Essueste y a las veces al Sudeste; andaría hasta las once
horas del día cuarenta millas. Después hizo otro bordo, y después anduvo
a la relinga, y hasta la noche anduvo hacia el Norte veinticuatro
millas, que son seis leguas.
Domingo, 27 de enero
Ayer, después del sol puesto, anduvo al Nordeste y al
Norte, y al Norte cuarta del Nordeste, y andaría cinco millas por hora, y
en trece horas serían sesenta y cinco millas, que son dieciséis leguas y
media. Después del sol salido, anduvo hacia el Nordeste veinticuatro
millas, que son seis leguas hasta mediodía, y de allí hasta el sol
puesto andaría tres leguas al Esnordeste.
Lunes, 28 de enero
Esta noche toda navegó al Esnordeste, y andaría treinta y
seis millas, que son nueve leguas. Después del sol salido, anduvo hasta
el sol puesto al Esnordeste veinte millas, que son cinco leguas. Los
aires halló templados y dulces. Vio rabos de juncos y pardelas y mucha
hierba.
Martes, 29 de enero
Navegó al Esnordeste y andaría en la noche con Sur y
Sudoeste treinta y nueve millas, que son nueve leguas y media. Entre
todo el día andaría ocho leguas. Los aires muy templados como en abril
en Castilla; la mar muy llana: peces que llaman dorados vinieron a
bordo.
Miércoles, 30 de enero
En toda esta noche andaría siete leguas al Esnordeste. De
día corrió al Sur cuarta al Sudeste, trece leguas y media. Vio rabos de
juncos y mucha hierba y muchas toninas.
Jueves, 31 de enero
Navegó esta noche al Norte cuarta del Nordeste treinta
millas, y después al Nordeste treinta y cinco millas, que son dieciséis
leguas. Salido el sol, hasta la noche anduvo al Esnordeste trece leguas y
media. Vieron rabos de junco y pardelas.
Viernes, 1 de febrero
Anduvo esta noche al Esnordeste dieciséis leguas y media.
El día corrió al mismo camino veintinueve leguas y un cuarto; la mar muy
llana, a Dios gracias.
Sábado, 2 de febrero
Anduvo esta noche al Esnordeste cuarenta millas, que son
diez leguas. De día, con el mismo viento a popa, corrió siete millas por
hora; por manera que en once horas anduvo setenta y siete millas, que
son diecinueve leguas y cuarta; la mar muy llana, gracias a Dios, y los
aires muy dulces. Vieron tan cuajada la mar de hierba que, si no la
hubieran visto, temieran ser bajos. Pardelas vieron.
Domingo, 3 de febrero
Esta noche, yendo a popa con la mar muy llana, a Dios
gracias, andaría veintinueve leguas. Parecióle la estrella del Norte muy
alta, como en el Cabo de San Vicente. No pudo tomar la altura con el
astrolabio ni cuadrante, porque la ola no le dio lugar. El día navegó al
Esnordeste su camino, y andaría diez millas por hora, y, así, en once
horas veintisiete leguas.
Lunes, 4 de febrero
Esta noche navegó al Este cuarta del Nordeste; parte anduvo
doce millas por hora y parte diez, y así andaría ciento treinta millas,
que son treinta y dos leguas y media. Tuvo el cielo muy turbado y
lluvioso e hizo algún frío, por lo cual dice que conocía que no había
llegado a las islas de los Azores. Después sol levantado, mudó el camino
y fue al Este. Anduvo en todo el día setenta y siete millas, que son
diecinueve leguas y cuarta.
Martes, 5 de febrero
Esta noche navegó al Este; andaría toda ella cincuenta y
cuatro millas, que son catorce leguas menos media. El día corrió diez
millas por hora, y, así, en once horas fueron ciento diez millas, que
son veintisiete leguas y media. Vieron pardelas y unos palillos, que era
señal que estaban cerca de tierra.
Miércoles, 6 de febrero
Navegó esta noche al Este; andaría once millas por hora. En
trece horas de la noche andaría ciento cuarenta y tres millas, que son
treinta y cinco leguas y cuarta. Vieron muchas aves y pardelas. El día
corrió catorce millas por hora, y, así, anduvo aquel día ciento
cincuenta y cuatro millas, que son treinta y ocho leguas y media; de
manera que fueron, entre día y noche, sesenta y cuatro leguas poco más o
menos. Vicente Yáñez dijo que hoy por la mañana le quedaba la isla de
Flores al Norte y la de Madera al Este. Roldán dijo que la isla del
Fayal o la de San Gregorio le quedaba al Nornordeste y el Puerto Santo
al Este. Pareció mucha hierba.
Jueves, 7 de febrero
Navegó esta noche al Este; andaría diez millas por hora, y,
así, en trece horas ciento y treinta millas, que son treinta y dos
leguas y media; el día, ocho millas por hora, en once horas ochenta y
ocho millas, que son veintidós leguas. En esta mañana estaba el
Almirante al Sur de la isla de Flores sesenta y cinco leguas, y el
piloto Pedro Alonso, yendo al Norte, pasaba entre la Tercera y la de
Santa María, y al Este pasaba de barlovento de la isla de Madera doce
leguas de la parte del Norte. Vieron los marineros hierba de otra manera
que la pasada, de la que hay mucha en la isla de los Azores. Después se
vio de la pasada.
Viernes, 8 de febrero
Anduvo esta noche tres millas por hora al Este por un rato,
y después caminó a la cuarta del Sudeste; anduvo toda la noche doce
leguas. Salido el sol, hasta mediodía corrió veintisiete millas;
después, hasta el sol puesto, otras tantas, que son trece leguas al
Sursudeste.
Sábado, 9 de febrero
Un rato de esta noche andaría tres leguas al Sursudeste;
después al Sur cuarta del Sudeste; después al Nordeste, hasta las diez
horas del día, otras cinco leguas, y después, hasta la noche, anduvo
nueve leguas al Este.
Domingo, 10 de febrero
Después del sol puesto, navegó al Este toda la noche ciento
treinta millas, que son treinta y dos leguas y media; el sol salido,
hasta la noche anduvo nueve millas por hora, y así anduvo en once horas
noventa y nueve millas, que son veinticuatro leguas y media y una
cuarta.
En la carabela del Almirante carteaban y echaban punto
Vicente Yáñez y los dos pilotos Sancho Ruiz y Pedro Alonso Niño y
Roldán, y todos ellos pasaban mucho adelante de las islas de los Azores
al Este por sus cartas; y, navegando al Norte, ninguno tomara la isla de
Santa María, que es la postrera de todas las de los Azores. Antes,
serían delante con cinco leguas, y fueran en la comarca de la isla de la
Madera o en el Puerto Santo. Pero el Almirante se hallaba muy desviado
de su camino, hallándose mucho más atrás que ellos, porque esta noche le
quedaba la isla de Flores al Norte, y al Este iba en demanda a Nafe en
África, y pasaba a barlovento de la isla de la Madera de la parte del
Norte... leguas. Así que ellos estaba más cerca de Castilla que el
Almirante con ciento cincuenta leguas. Dice que, mediante la gracia de
Dios, desque vean tierra se sabrá quién andaba más cierto. Dice aquí
también que primero anduvo doscientas sesenta y tres leguas de la isla
del Hierro a la venida que viese la primera hierba, etc.
Lunes, 11 de febrero
Anduvo esta noche doce millas por hora a su camino, y, así,
en toda ella contó treinta y nueve leguas, y en todo el día corrió
dieciséis leguas y media. Vio muchas aves, de donde creyó estar cerca de
tierra.
Martes, 12 de febrero
Navegó al Este seis millas por hora esta noche, y andaría
hasta el día setenta y tres millas, que son dieciocho leguas y un
cuarto. Aquí comenzó a tener grande mar y tormenta: y, si no fuera la
carabela dice que muy buena y bien aderezada, temiera perderse. El día
correría once o doce leguas, con mucho trabajo y peligro.
Miércoles, 13 de febrero
Después del sol puesto hasta el día, tuvo gran trabajo del
viento y de la mar muy alta y tormenta; relampagueó hacia el Nordeste
tres veces; dijo ser señal de gran tempestad que había de venir de
aquella parte o de su contrario. Anduvo a árbol seco lo más de la noche;
después dio una poca de vela y andaría cincuenta y dos millas, que son
trece leguas. En este día blandeó un poco el viento; pero luego creció y
la mar se hizo terrible y cruzaban las olas que atormentaban los
navíos. Andaría cincuenta y cinco millas, que son trece leguas y media.
Jueves, 14 de febrero
Esta noche creció el viento y las olas eran espantables,
contraria una de otra, que cruzaban y embarazaban el navío que no podía
pasar adelante ni salir de entremedias de ellas y quebraban en él;
llevaba el papahígo muy bajo, para que solamente lo sacase algo de las
ondas: andaría así tres horas y correría veinte millas. Crecía mucho la
mar y el viento; y, viendo el peligro grande, comenzó a correr a popa
donde el viento lo llevase, porque no había otro remedio. Entonces
comenzó a correr también la carabela Pinta, en que iba Martín Alonso, y
desapareció, aunque toda la noche hizo faroles el Almirante y el otro le
respondía; hasta que parece que no pudo más por la fuerza de la
tormenta y porque se hallaba muy fuera del camino del Almirante. Anduvo
el Almirante esta noche al Nordeste cuarta del Este, cincuenta y cuatro
millas, que son trece leguas. Salido el sol, fue mayor el viento y la
mar cruzando más terrible: llevaba el papahígo solo y bajo, para que el
navío saliese de entre las ondas que cruzaban, porque no lo hundiesen.
Andaba el camino del Esnordeste, y después a la cuarta hasta el
Nordeste; andaría seis horas así, y en ellas siete leguas y media. El
ordenó que se echase un romero que fuese a Santa María de Guadalupe y
llevase un cirio de cinco libras de cera y que hiciesen voto todos que
al que cayese la suerte cumpliese la romería, para lo cual mandó traer
tantos garbanzos cuantas personas en el navío venían y señalar uno con
un cuchillo haciendo una cruz y meterlos en un bonete bien revueltos. El
primero que metió la mano fue el Almirante y sacó el garbanzo de la
cruz, y así cayó sobre él la suerte y desde luego se tuvo por romero y
deudor de ir a cumplir el voto. Echóse otra vez la suerte para enviar
romero a Santa María de Loreto, que está en la marca de Ancona, tierra
del Papa, que es casa donde Nuestra Señora ha hecho y hace muchos y
grandes milagros, y cayó la suerte a un marinero del Puerto de Santa
María, que se llamaba Pedro de Villa, y el Almirante le prometió de le
dar dineros para las costas. Otro romero acordó que se enviase a que
velase una noche en Santa Clara de Moguer e hiciese decir una misa, para
lo cual se tornaron a echar los garbanzos con el de la cruz, y cayó la
suerte al mismo Almirante. Después de esto, el Almirante y toda la gente
hicieron voto de, en llegando a la primera tierra, ir todos en camisa
en procesión a hacer oración en una iglesia que fuese de la invocación
de Nuestra Señora.
Allende los votos generales o comunes, cada uno hacía en
especial su voto, porque ninguno pensaba escapar, teniéndose todos por
perdidos, según la terrible tormenta que padecían. Ayudaba a acrecentar
el peligro que venía el navío con falta de lastre, por haberse
alivianado la carga, siendo ya comidos los bastimentos y el agua y vino
bebido, lo cual, por codicia del próspero tiempo que entre las islas
tuvieron, no proveyó el Almirante, teniendo propósito de lo mandar
lastrar en la isla de las Mujeres, adonde llevó propósito de ir. El
remedio que para esta necesidad tuvo fue, cuando hacerlo pudieron,
henchir las pipas que tenían vacías de agua y vino, de agua de la mar, y
con esto en ella se remediaron. Escribe aquí el Almirante las causas
que le ponían temor de que allí Nuestro Señor no quisiese que pereciese y
otras que le daban esperanza de que Dios lo había de llevar en
salvamento, para que tales nuevas como llevaba a los Reyes no
pereciesen. Parecíale que el deseo grande que tenía de llevar estas
nuevas tan grandes y mostrar que había salido verdadero en lo que había
dicho y proferídose a descubrir, le ponía grandísimo miedo de no lo
conseguir, y que cada mosquito dice que le podía perturbar e impedir.
Atribúyelo esto a su poca fe y desfallecimiento de confianza de la
Providencia Divina. Confortábanle, por otra parte, las mercedes que Dios
le había hecho en darle tanta victoria, descubriendo lo que descubierto
había y cumplídole Dios todos sus deseos, habiendo pasado en Castilla
en sus despachos muchas adversidades y contrariedades. Y que como antes
hubiese puesto su fin y enderezado todo su negocio a Dios y le había
oído y dado todo lo que le había pedido, debía creer que le daría
cumplimiento de lo comenzado y le llevaría en salvamento. Mayormente
que, pues le había librado a la ida, cuando tenía mayor razón de temer
de los trabajos que tenía con los marineros y gente que llevaba, los
cuales todos a una voz estaban determinados de se volver y alzarse
contra él haciendo protestaciones, y el eterno Dios le dio esfuerzo y
valor contra todos y otras cosas de mucha maravilla que Dios había
mostrado en él y por él en aquel viaje, allende aquellas que Sus Altezas
sabían de las personas de su casa; así que dice que no debiera temer la
dicha tormenta. Mas su flaqueza y congoja -dice él- «no me dejaba
asentar la ánima». Dice más, que también le daban gran pena dos hijos
que tenía en Córdoba al estudio, que los dejaba huérfanos de padre y
madre en tierra extraña, y los Reyes no sabían los servicios que les
había en aquel viaje hecho y las nuevas tan prósperas que les llevaba
para que se moviesen a los remediar. Por esto y porque supiesen Sus
Altezas cómo Nuestro Señor le había dado victoria de todo lo que deseaba
de las Indias y supiesen que ninguna tormenta había en aquellas partes,
lo cual dice que se puede conocer por la hierba y los árboles que están
nacidos y crecidos hasta dentro en la mar, y porque si se perdiese con
aquella tormenta los Reyes hubiesen noticia de su viaje, tomó un
pergamino y escribió en él todo lo que pudo de todo lo que había
hallado, rogando mucho a quien lo hallase que lo llevase a los Reyes.
Este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó
traer un gran barril de madera y púsolo en él sin que ninguna persona
supiese qué era, sino que pensaron todos que era alguna devoción; y así
lo mandó echar en la mar. Después, con los aguaceros y turbionadas, se
mudó el viento al Oeste, y andaría así a popa sólo con el trinquete
cinco horas con la mar muy desconcertada; y andaría dos leguas y media
al Nordeste. Había quitado el papahígo de la vela mayor, por miedo que
alguno onda de la mar no se lo llevase del todo.
Viernes, 15 de febrero
Ayer, después del sol puesto, comenzó a mostrarse claro el
cielo de la banda del Oeste, y mostraba que quería de hacia allí ventar.
Dio la boneta a la vela mayor: todavía era la mar altísima, aunque iba
algo bajándose. Anduvo al Esnordeste cuatro millas por hora y en trece
horas de noche fueron trece leguas. Después del sol salido vieron
tierra: parecíales por proa al Esnordeste; algunos decían que era la
isla de la Madera, otros que era la Roca de Sintra en Portugal, junto a
Lisboa. Saltó luego el viento por proa Esnordeste, y la mar venía muy
alta del Oeste; habría de la carabela a tierra cinco leguas. El
Almirante, por su navegación, se hallaba estar con las islas de los
Azores, y creía que aquella era una de ellas: los pilotos y marineros se
hallaban ya con tierra de Castilla.
Sábado, 16 de febrero
Toda esta noche anduvo dando bordos por encabalgar la
tierra que ya se conocía ser isla. A veces iba al Nordeste, otras al
Nornordeste, hasta que salió el sol, que tomó la vuelta del Sur por
llegar a la isla que ya no veían por la gran cerrazón, y vio por popa
otra isla que distaría ocho leguas. Después del sol salido, hasta la
noche anduvo dando vueltas por llegarse a la tierra con el mucho viento y
mar que llevaba. Al decir la Salve, que es a boca d noche, algunos
vieron lumbre de sotavento, y parecía que debía ser la isla que vieron
ayer primero; y toda la noche anduvo barloventeando y allegándose lo más
que podía para ver si al salir del sol veía alguna de las islas. Esta
noche reposó el Almirante algo, porque desde el miércoles no había
dormido ni podido dormir, y quedaba muy tullido de las piernas por estar
siempre desabrigado al frío y al agua y por el poco comer. El sol
salido, navegó al Sursudoeste, y a la noche llegó a la isla y por la
gran cerrazón no pudo conocer qué isla era.
Lunes, 18 de febrero
Ayer, después del sol puesto, anduvo rodeando la isla para
ver dónde había de surgir y tomar lengua. Surgió con un anda que luego
perdió. Tomó a dar la vela y barloventeó toda la noche. Después del sol
salido, llegó otra vez de la parte del Norte de la isla, y donde le
pareció surgió con un anda, y envió la barca en tierra y hubieron habla
con la gente de la isla, y supieron cómo era la isla de Santa María, una
de las de los Azores, y enseñáronles el puerto donde habían de poner la
carabela; y dijo la gente de la isla que jamás habían visto tanta
tormenta como la que había hecho los quince días pasados y que se
maravillaban cómo habían escapado; los cuales dice que dieron gracias a
Dios e hicieron muchas alegrías por las nuevas que sabían de haber el
Almirante descubierto las Indias. Dice el Almirante que aquella su
navegación había sido muy cierta y que había carteado bien, que fuesen
dadas muchas gracias a Nuestro Señor, aunque se hacía algo delantero.
Pero tenía por cierto que estaba en la comarca de las islas de los
Azores, y que aquélla era una de ellas. Y dice que fingió haber andado
más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteaban, por
quedar él señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda,
porque ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual
ninguno puede estar seguro de su derrota para las Indias.
Martes, 19 de febrero
Después del sol puesto, vinieron a la ribera tres hombres
de la isla y llamaron. Envióles la barca, en la cual vinieron y trajeron
gallinas y pan fresco, y era día de Carnestolendas, y trajeron otras
cosas que enviaba el capitán de la isla, que se llamaba Joáo da
Castanheira, diciendo que lo conocía muy bien y que por ser noche no
venía a verlo; pero en amaneciendo vendría y traería más refresco, y
traería consigo tres hombres que allá quedaban de la carabela, y que no
los enviaba por el gran placer que con ellos tenía oyendo las cosas de
su viaje. El Almirante mandó hacer mucha honra a los mensajeros, y
mandóles dar camas en que durmiesen aquella noche, porque era tarde y
estaba la población lejos. Y porque el jueves pasado, cuando se vio en
la angustia de la tormenta, hicieron el voto y votos susodichos y el de
que en la primera tierra donde hubiese casa de Nuestra Señora saliesen
en camisa, etc., acordó que la mitad de la gente fuese a cumplirlo a una
casita que estaba junto con la mar como ermita, y él iría después con
la otra mitad. Viendo que era tierra segura, y confiando en las ofertas
del capitán y en la paz que tenía Portugal con Castilla, rogó a los tres
hombres que se fuesen a la población e hiciesen venir un clérigo para
que les dijese una misa. Los cuales, idos en camisa, en cumplimiento de
su romería, y estando en su oración, saltó con ellos todo el pueblo a
caballo y a pie con el capitán y prendiéronlos a todos. Después, estando
el Almirante sin sospecha esperando la barca para salir él a cumplir su
romería con la otra gente hasta las once del día, viendo que no venían,
sospechó que los tenían o que la barca se había quebrado, porque toda
la isla está cercada de peñas muy altas. Esto no podía ver el Almirante
porque la ermita estaba detrás de una punta. Levantó el anda y dio la
vela hasta en derecho de la ermita, y vio muchos de caballo que se
apearon y entraron en la barca con armas, y vinieron a la carabela para
prender al Almirante. Levantóse el capitán en la barca y pidió seguro al
Almirante. Dijo que se lo daba; pero ¿qué innovación era aquélla que no
veía ninguna de su gente en la barca?, y añadió el Almirante que
viniese y entrase en la carabela, que él haría todo lo que él quisiese. Y
pretendía el Almirante con buenas palabras traerlo por prenderlo para
recuperar su gente, no creyendo que violaba la fe dándole seguro, pues
él, habiéndole ofrecido paz y seguridad, lo había quebrantado. El
capitán, como dice que traía mal propósito, no se fió a entrar. Visto
que no se llegaba a la carabela, rogóle que le dijese la causa porque
detenía su gente, y que de ello pesaría al Rey de Portugal, y que en
tierra de los Reyes de Castilla recibían los portugueses mucha honra y
entraban y estaban seguros como en Lisboa, y que los Reyes le habían
dado carta de recomendación para todos los príncipes y señores y hombres
del mundo, las cuales le mostraría si se quisiese llegar; y que él era
su Almirante del Mar Océano y Virrey de las Indias, que ahora eran de
Sus Altezas, de lo cual mostraría las provisiones firmadas de sus firmas
y selladas con sus sellos, las cuales les enseñó de lejos, y que los
Reyes estaban en mucho amor y amistad con el Rey de Portugal y le habían
mandado que hiciese toda la honra que pudiese a los navíos que topase
de Portugal, y que, dado que no le quisiese darle su gente, no por eso
dejaría de ir a Castilla, pues tenía harta gente para navegar hasta
Sevilla, y serían él y su gente bien castigados, haciéndoles aquel
agravio. Entonces respondió el capitán y los demás no conocer acá Rey y
Reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habían miedo; antes les darían a
saber qué era Portugal, casi amenazando. Lo cual oído, el Almirante
hubo mucho sentimiento, y dice que pensó si había pasado algún
desconcierto entre un reino y otro después de su partida, y no se pudo
sufrir que no les respondiese lo que era razón. Después tornóse dice que
a levantar aquel capitán desde lejos y dijo al Almirante que se fuese
con la carabela al puerto, y que todo lo que él hacía y había hecho, el
Rey su Señor se lo había enviado a mandar; de lo cual el Almirante tomó
testigos los que en la carabela estaban, y tomó el Almirante a llamar al
capitán y a todos ellos y les dio su fe y prometió, como quien era, de
no descender ni salir de la carabela hasta que llevase un ciento de
portugueses a Castilla y despoblar toda aquella isla. Y así se volvió a
surgir en el puerto donde estaba primero, porque el tiempo y viento era
muy malo para hacer otra cosa.
Miércoles, 20 de febrero
Mandó aderezar el navío y henchir las pipas de agua de la
mar por lastre, porque estaba en muy mal puerto y temió que se le
cortasen las amarras, y así fue; por lo cual dio la vela hacia la isla
de San Miguel, aunque en ninguna de la de los Azores hay buen puerto
para el tiempo que entonces hacía, y no tenía otro remedio sino huir a
la mar.
Jueves, 21 de febrero
Partió ayer de aquella isla de Santa María para la de San
Miguel, para ver si hallaba puerto para poder sufrir tan mal tiempo como
hacía, con mucho viento y mucha mar, y anduvo hasta la noche sin poder
ver tierra una ni otra por la gran cerrazón y oscuridad que el viento y
la mar causaban. El Almirante dice que estaba con poco placer, porque no
tenía sino tres marineros solos que supiesen de la mar, porque los que
más allí estaban no sabían de la mar nada. Estuvo a la corda toda la
noche con muy mucha tormenta y grande peligro y trabajo, y en lo que
Nuestro Señor le hizo merced fue que la mar o las ondas de ella venían
de sola una parte, porque si cruzaran como las pasadas, muy mayor mal
padeciera. Después del sol salido, visto que no veía la isla de San
Miguel, acordó tornarse a la Santa María por ver si podía cobrar su
gente y la barca y las amarras y anclas que allá dejaba. Dice que estaba
maravillado de tan mal tiempo como había en aquellas islas y partes,
porque en las Indias navegó todo aquel invierno sin surgir, y había
siempre buenos tiempos, y que una sola hora no vio la mar que no se
pudiese bien navegar, y en aquellas islas había padecido tan grave
tormenta, y lo mismo le acaeció a la ida hasta las Islas de Canaria;
pero, pasado de ellas, siempre halló los aires y la mar con gran
templanza. Concluyendo, dice el Almirante que bien dijeron los sacros
teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin
de Oriente, porque es lugar temperadísimo. Así que aquellas tierras que
ahora él había descubierto es -dice él- el fin del Oriente.
Viernes, 22 de febrero
Ayer surgió en la isla de Santa María en el lugar o puerto
donde primero había surgido, y luego vino un hombre a capear desde unas
peñas que allí estaban fronteras, diciendo que no se fuesen de allí.
Luego vino la barca con cinco marineros, dos clérigos y un escribano:
pidieron seguro, y, dado por el Almirante, subieron a la carabela; y
porque era noche durmieron allí, y el Almirante les hizo la honra que
pudo. A la mañana le requirieron que les mostrase poder de los Reyes de
Castilla para que a ellos les contase cómo con poder de ellos había
hecho aquel viaje. Sintió el Almirante que aquello hacían por mostrar
color que no habían en lo hecho errado, sino que tuvieron razón, porque
no habían podido haber la persona del Almirante, la cual debieran de
pretender coger a las manos, pues vinieron con la barca armada, sino que
no vieron que el juego les saliera bien, y con temor de lo que el
Almirante había dicho y amenazado; lo cual tenía propósito de hacer, y
creyó que saliera con ello. Finalmente, por haber la gente que le
tenían, hubo de mostrarles la carta general de los Reyes para todos los
príncipes y señores de encomienda y otras provisiones; y dioles de lo
que tenía y fuéronse a tierra contentos, y luego dejaron toda la gente
con la barca, de los cuales supo que si tomaran al Almirante nunca lo
dejaran libre; porque dijo el capitán que el Rey, su señor, se lo había
así mandado.
Sábado, 23 de febrero
Ayer comenzó a querer abonanzar el tiempo; levantó las
anclas y fue a rodear la isla para buscar algún buen surgidero para
tomar leña y piedra para lastre, y no pudo tomar surgidero hasta dos
horas completas.
Domingo, 24 de febrero
Surgió ayer en la tarde para tomar leña y piedra, y, porque
la mar era muy alta no pudo la barca llegar en tierra; y, al rendir de
la primera guardia de noche, comenzó a ventar Oeste y Sudoeste. Mandó
levantar las velas por el gran peligro que en aquellas islas hay en
esperar el viento Sur sobre el anda, y en ventando Sudoeste luego vienta
Sur. Y, visto que era buen tiempo para ir a Castilla, dejó de tomar
leña y piedra e hizo que gobernasen al Este; y andaría hasta el sol
salido, que haría seis horas y media, siete millas por hora, que son
cuarenta y cinco millas y media. Después del sol salido hasta el
ponerse, anduvo seis millas por hora, que en once horas fueron sesenta y
seis millas, y cuarenta y cinco y media de la noche fueron ciento once y
media, y por consiguiente, veintiocho leguas.
Lunes, 25 de febrero
Ayer, después del sol puesto, navegó al Este su camino
cinco millas por hora: en trece horas de esta noche andaría sesenta y
cinco millas, que son dieciséis leguas y cuarta. Después del sol salido,
hasta ponerse, anduvo otras dieciséis leguas y media con la mar llana,
gracias a Dios. Vino a la carabela un ave muy grande que parecía águila.
Martes, 26 de febrero
Ayer, después del sol puesto, navegó a su camino al Este,
la mar llana, a Dios gracias: lo más de la noche andaría ocho millas por
hora; anduvo cien millas, que son veinticinco leguas. Después del sol
salido, con poco viento, tuvo aguaceros; anduvo obra de ocho leguas al
Esnordeste.
Miércoles, 27 de febrero
Esta noche y día anduvo fuera de camino por los vientos
contrarios y grandes olas y mar, y hallábase ciento veinticinco leguas
del Cabo de San Vicente, y ochenta de la isla de la Madera y ciento seis
de la Santa María. Estaba muy penado con tanta tormenta, ahora que
estaba a la puerta de casa.
Jueves, 28 de febrero
Anduvo de la misma manera esta noche con diversos vientos
al Sur y al Sudeste, y a una parte y a otra, y al Nordeste y al
Esnordeste, y de esta manera todo este día.
Viernes, 1 de marzo
Anduvo esta noche al Este cuarta del Nordeste, doce leguas;
de día corrió al Este cuarta del Nordeste, veintitrés leguas y media.
Sábado, 2 de marzo
Anduvo esta noche a su camino al Este cuarta del Nordeste, veintiocho leguas; y el día corrió veinte leguas.
Domingo, 3 de marzo
Después del sol puesto navegó a su camino al Este. Vínole
una turbonada que le rompió todas las velas, y viose en gran peligro,
mas Dios los quiso librar. Echó suertes para enviar un peregrino dice a
Santa María de la Cinta en Huelva, que fuese en camisa, y cayó la suerte
al Almirante. Hicieron todos también voto de ayunar el primer sábado
que llegasen a pan y agua. Andaría sesenta millas antes que se le
rompiesen las velas; después anduvieron a árbol seco, por la gran
tempestad del viento y la mar que de dos partes los comía. Vieron
señales de estar cerca de tierra. Hallábanse todo cerca de Lisboa.
Lunes, 4 de marzo
Anoche padecieron terrible tormenta, que se pensaron perder
de las mares de dos partes que venían y los vientos, que parecía que
levantaban la carabela en los aires, y agua del cielo y relámpagos de
muchas partes; plugo a Nuestro Señor de lo sostener, y anduvo así hasta
la primera guardia, que Nuestro Señor le mostró tierra, viéndola los
marineros. Y entonces, por no llegar a ella hasta conocerla, por ver si
hallaba algún puerto o lugar donde se salvar, dio el papahígo por no
tener otro remedio y andar algo, aunque con gran peligro, haciéndose a
la mar; y así los guardó Dios hasta el día, que dice que fue con
infinito trabajo y espanto. Venido el día, conoció la tierra, que era la
Roca de Sintra, que es junto con el río de Lisboa, adonde determinó
entrar, porque no podía hacer otra cosa: tan terrible era la tormenta
que hacía en la villa de Cascaes, que es a la entrada del río. Los del
pueblo dice que estuvieron toda aquella mañana haciendo plegarias por
ellos, y, después que estuvo dentro, venía la gente a verlos por
maravilla de cómo habían escapado; y así, a hora de tercia, vino a pasar
a Rastelo dentro del río de Lisboa, donde supo de la gente de la mar
que jamás hizo invierno de tantas tormentas y que se habían perdido
veinticinco naos en Flandes y otras estaban allí que había cuatro meses
que no habían podido salir. Luego escribió el Almirante al Rey de
Portugal, que estaba a nueve leguas de allí, cómo los Reyes de Castilla
le habían mandado que no dejase de entrar en los puertos de Su Alteza a
pedir lo que hubiese menester por sus dineros, y que el Rey le mandase
dar lugar para ir con la carabela a la ciudad de Lisboa, porque algunos
ruines, pensando que traía mucho oro, estando en puerto despoblado, se
pusiesen a cometer alguna ruindad, y también porque supiese que no venía
de Guinea, sino de las Indias.
Martes, 5 de marzo
Hoy, después que el patrón de la nao grande del Rey de
Portugal, la cual estaba también surta en Rastelo y la más bien
artillada de artillería y armas que dice que nunca nao se vio, vino el
patrón de ella, que se llamaba Bartolomé Díaz de Lisboa, con el batel
armado a la carabela, y dijo al Almirante que entrase en el batel para
ir a dar cuenta a los hacedores del Rey y al capitán de la dicha nao.
Respondió el Almirante que él era Almirante de los Reyes de Castilla y
que no daba él tales cuentas a tales personas, ni saldría de las naos ni
navíos donde estuviese si no fuese por la fuerza de no poder sufrir las
armas. Respondió el patrón que enviase al maestre de la carabela. Dijo
el Almirante que ni al maestre ni a otra persona si no fuese por fuerza,
porque en tanto tenía el dar persona que fuese como ir él, y que ésta
era la costumbre de los Almirantes de los Reyes de Castilla, de antes
morir que se dar ni dar gente suya. El patrón se moderó y dijo que, pues
estaba en aquella determinación, que fuese como él quisiese; pero que
le rogaba que le mandase mostrar las cartas de los Reyes de Castilla si
las tenía. El Almirante plugo de mostrárselas, y luego se volvió a la
nao e hizo relación al capitán, que se llamaba Álvaro Damán, el cual,
con mucha orden, con atabales y trompetas y añafiles, haciendo gran
fiesta, vino a la carabela y habló con el Almirante y le ofreció de
hacer todo lo que le mandase.
Miércoles, 6 de marzo
Sabido cómo el Almirante venía de las Indias, hoy vino
tanta gente a verlo y a ver los indios, de la ciudad de Lisboa, que era
cosa de admiración, y las maravillas que todos hacían, dando gracias a
Nuestro Señor y diciendo que, por la gran fe que los Reyes de Castilla
tenían y deseo de servir a Dios, que Su Alta Majestad los daba todo
esto.
Jueves, 7 de marzo
Hoy vino infinitísima gente a la carabela y muchos
caballeros, y entre ellos los hacedores del Rey, y todos daban
infinitísimas gracias a Nuestro Señor por tanto bien y acrecentamiento
de la Cristiandad que Nuestro Señor había dado a los Reyes de Castilla,
el cual dice que apropiaban porque Sus Altezas se trabajaban y
ejercitaban en el acrecentamiento de la religión de Cristo.
Viernes, 8 de marzo
Hoy recibió el Almirante una carta del Rey de Portugal con
D. Martín de Noronha, por la cual le rogaba que se llegase adonde él
estaba, pues el tiempo no era para partir con la carabela; y así lo hizo
por quitar sospecha, puesto que no quisiera ir, y fue a dormir a
Sacamben. Mandó el Rey a sus hacedores que todo lo que hubiese el
Almirante menester y su gente y la carabela se lo diese sin dineros y se
hiciese todo como el Almirante quisiese.
Sábado, 9 de marzo
Hoy partió de Sacamben para ir adonde el Rey estaba, que
era el valle del Paraíso, nueve leguas de Lisboa: porque llovió no pudo
llegar hasta la noche. El Rey le mandó recibir a los principales de su
casa muy honradamente, y el Rey también le recibió con mucha honra y le
hizo mucho favor y mandó sentar y habló muy bien, ofreciéndole que
mandaría hacer todo lo que a los Reyes de Castilla y a su servicio
cumpliese cumplidamente y más que por cosa suya; y mostró haber mucho
placer del viaje haber habido buen término y se haber hecho, mas que
entendía que en la capitulación que había entre los Reyes y él que
aquella conquista le pertenecía . A lo cual respondió el Almirante que
no había visto la capitulación ni sabía otra cosa sino que los Reyes le
habían mandado que no fuese a la Mina ni en toda Guinea, y que así se
había mandado pregonar en todos los puertos del Andalucía antes que para
el viaje partiese. El Rey graciosamente respondió que tenía él por
cierto que no habría en esto menester terceros. Diole por huésped al
prior del Clato, que era la más principal persona que allí estaba, del
cual el Almirante recibió muy muchas honras y favores.
Domingo, 10 de marzo
Hoy, después de misa, le tomó a decir el Rey si había
menester algo, que luego se le daría, y departió mucho con el Almirante
sobre su viaje, y siempre le mandaba estar sentado y hacer mucha honra.
Lunes, 11 de marzo
Hoy se despidió del Rey, y le dijo algunas cosas que dijese
de su parte a los Reyes, mostrándole siempre mucho amor. Partióse
después de comer, y envió con él a D. Martín de Noronha, y todos
aquellos caballeros le vinieron a acompañar y hacer honra buen rato.
Después vino a un monasterio de San Antonio, que es sobre un lugar que
se llama Villafranca, donde estaba la Reina; y fuele a hacer reverencia y
besarle las manos, porque le había enviado a decir que no se fuese
hasta que la viese, con la cual estaban el Duque y el Marques, donde
recibió el Almirante mucha honra. Partióse de ella el Almirante de
noche, y fue a dormir a Allandra.
Martes, 12 de marzo
Hoy, estando para partir de Allandra para la carabela,
llegó un escudero del Rey que le ofreció de su parte que, si quisiese ir
a Castilla por tierra, que aquél fuese con él para lo aposentar y
mandar dar bestias y todo lo que hubiese menester. Cuando el Almirante
de él se partió, le mandó dar una mula y otra a su piloto, que llevaba
consigo, y dice que al piloto mandó hacer merced de veinte espadines,
según supo el Almirante. Todo dice que se decía que lo hacía porque los
Reyes lo supiesen. Llegó a la carabela en la noche.
Miércoles, 13 de marzo
Hoy a las ocho horas, con la marea de ingente y el viento Nornoroeste, levantó las anclas y dio la vela para ir a Sevilla.
Jueves, 14 de marzo
Ayer, después del sol puesto, siguió su camino al Sur, y
antes del sol salido se halló sobre el Cabo de San Vicente, que es en
Portugal. Después navegó al Este para ir a Saltés, y anduvo todo el día
con poco viento hasta ahora que está sobre Faro.
Viernes, 15 de marzo
Ayer, después del sol puesto, navegó a su camino hasta el
día con poco viento, y al salir del sol se halló sobre Saltés, y a hora
de mediodía, con la marea de montante, entró por la barra de Saltés
hasta dentro del puerto de donde había partido a 3 de agosto del año
pasado Y así dice él que acababa ahora esta escritura, salvo que estaba
de propósito de ir a Barcelona por la mar, en la cual ciudad le daban
nuevas que Sus Altezas estaban, y esto para les hacer relación de todo
su viaje que Nuestro Señor le había dejado hacer y le quiso alumbrar en
él. Porque ciertamente, allende que él sabía y tenía firme y fuerte sin
escrúpulo que Su Alta Majestad hace todas las cosas buenas y que todo es
bueno salvo el pecado y que no se puede abalar ni pensar cosa que no
sea con su consentimiento, «esto de este viaje conozco -dice el
Almirante- que milagrosamente lo ha mostrado, así como se puede
comprender por esta escritura, por muchos milagros señalados mostrados
en el viaje, y de mi, que ha tanto tiempo que estoy en la Corte de
Vuestras Altezas con opósito y contra sentencia de tantas personas
principales de vuestra casa, los cuales todos eran contra mí poniendo
este hecho que era burla. El cual espero en Nuestro Señor que será la
mayor honra de la Cristiandad que así ligeramente haya jamás acaecido».
Estas son finales palabras del Almirante D. Cristóbal Colón de su primer
viaje a las Indias y al descubrimiento de ellas.